Carmen Posadas: Contradicciones e incoherencias
Quizá en el futuro, cuando se estudien los turbulentos años veinte del presente siglo, amén de sus pandemias, sus desastres naturales y sus conflictos, llamarán la atención nuestras contradicciones.
Ya se sabe que el ser humano es contradictorio por definición, pero nosotros, los esforzados habitantes de estos tiempos, llevamos camino de convertirnos en campeones, en emperadores de la incongruencia. Tomemos, por ejemplo, una costumbre cada vez más habitual como es la de hacerse un tatuaje. ¿No resulta curioso que ahora que todo es efímero, pasajero, epidérmico, a la gente le dé por algo que es indeleble? No hay más que echar un vistazo por ahí para darse cuenta de que prácticamente no hay nadie que no lleve un tatuaje y cada vez hay más personas tan llenas de inscripciones y dibujos que parecen alfombras persas ambulantes. Un clásico es tatuarse el nombre del amor de su vida. Romántica práctica, sin duda, y todo un pliegue de intenciones, lástima que dos o tres años más tarde la inscripción ‘Eternamente Pili’ (o Santi o Puri) tenga que reconvertirse en petunia o flor de loto para dar paso al siguiente amor de su vida, cuyo nombre también se tatuará, indeleblemente.
¿No resulta curioso que ahora que todo es efímero, pasajero, epidérmico, a la gente le dé por algo que es indeleble como tatuarse?
Otra incongruencia interesante son las creencias. Ahora ya casi nadie cree en Dios, pero hete aquí que aquellos que piensan que Dios es un cuento de viejas no dan un paso sin consultar el horóscopo o a su pitonisa de cabecera. Y cuando se mueren sus deudos, tan ateos como ellos, dicen que «se han mudado más allá de las estrellas» o «reunido con los dioses», porque ser monoteísta es un ñoco, mientras que politeísta es superguay. Otras contradicciones que me atañen más directamente son las que tienen que ver con las mujeres. Mi generación luchó por liberarse de todos los roles mujeriles, ser el ángel de la casa, hacer tartas de manzana, dedicarse en cuerpo y alma a su maridito y a sus churumbeles. Sin embargo, ahora, y para mi estupor, resulta que lo cool es ser mamá gallina clueca, amamantar rorros hasta los dos años y competir con las amigas en Instagram por ver quién es la mejor haciendo cupcakes. Y todo eso está muy bien, pero el problema es que las madres de ahora, además de lo antes mencionado, se obligan a ser también la mejor profesional, la mejor deportista, la mejor amante, la mejor amiga, la mejor hija y así hasta la extenuación. En cuanto a los hombres, tampoco ellos se salvan de las contradicciones. Además de todas las trabajeras que acabo de enumerar para las mujeres y que también ellos se imponen, los hombres de ahora tienen que luchar con otro poderoso antagonista: el machismo. Conste que yo les agradezco muchísimo el esfuerzo que hacen por intentar sobreponerse a milenios de actitudes heteropatriarcales (odioso palabro, por cierto). Encuentro muy meritorio su esfuerzo por asumir más equitativos roles, participar en las tareas de la casa, cambiar pañales, poner lavadoras, etcétera. Pero en esto de sacudirse la caspa del heteropatriarcado resulta que unos se quedan cortos, mientras que otros se pasan. Hay, por un lado, los que yo llamaría ‘feministas simbólicos’, esos que creen que ayudar en el hogar consiste en llevar de vez en cuando un vasito a la cocina o vaciar un cenicero. En contraposición a este modelo están los ‘feministas sobreactuados’, los que se ponen al frente de la manifestación y claman más por nuestros derechos que nosotras mismas. Son, por ejemplo, los que propugnan –y no es broma– que se feminicen los meses del año para que enero sea ‘enera’; febrero, ‘febrera’; marzo, ‘marza’… Y luego están los que se empeñan en cultivar al máximo su lado femenino. Y, como digo, les agradezco el esfuerzo, pero que los hombres se feminicen me parece una solemne bobada (y nada sexy, además). Ni falta que hace que se vuelvan como nosotras, basta con que nos comprendan y nos apoyen, pero cada uno en su rol. Porque bastante contradictorio está el mundo como para que ahora ellos se comporten como ellas (o ‘elles’). Ya sé que Irene Montero me expulsaría, si pudiera, de la comunidad femenina por decir estas cosas. Pero, puesto que ha salido a colación su nombre, no me digan que no es un récord mundial de incoherencia, contradicción e incongruencia bramar contra la casta por la mañana y, por la tarde, irse con las amigas de compras a Nueva York en el Falcon presidencial. Bravo, Irene, eres una verdadera hija de tu tiempo.