Cultura

Carmen Posadas: Hilando fino

Cada año por estas fechas aprovecho para leer prensa de otros países. Y eso me permite comprobar que los dislates de la corrección política en España son de chiste comparados con los de otros lugares, en especial Estados Unidos y Gran Bretaña. En esta ocasión me he enterado, por ejemplo, de que en Inglaterra una mujer transgénero ha ganado una demanda que interpuso contra alguien que la llamó ‘cabrón’.

En su denuncia alegó que se trataba de una doble afrenta que el acusado (un hombre heterosexual), para insultarla, recurriera a una palabra gruesa «que no correspondía al sexo con el que ella se percibía». Otra noticia curiosa la leí en The Economist y en ella, con todo tipo de sutilezas para no herir sensibilidades, se recogía la polémica que han suscitado tres películas recientes: Oppenheimer, Maestro y Golda, y el hecho de que las tres estén protagonizadas por gentiles, es decir, por personas no judías. En la noticia, que, como digo, es un prodigio de equilibrio y equidad, se argumentaba que los tiempos han cambiado y que ahora, por ejemplo, sería inconcebible que un actor blanco se oscureciera la cara para interpretar Otelo, como en su día hizo Laurence Olivier.

«Los activistas –se leía en el artículo– tienen derecho a expresar sus opiniones y críticas, pero no pueden atribuirse un derecho a veto»

También añadía que es lógico que, cuando se ruedan pelis en las que los protagonistas pertenecen a minorías étnicas (gitanos, pongamos por caso), los papeles se adjudiquen a actores de dichas minorías. Sin embargo, señalaba también, ciñéndose ahora al caso de las tres películas antes mencionadas, que existe el derecho de las productoras a elegir al actor o a la actriz que crean que mejor puede interpretar dichos papeles, sean ella o él judíos o no. E ilustraba la idea con el siguiente ejemplo: Ricardo III (un personaje que Shakespeare describe como «jorobado», aunque ahora tal palabra esté proscrita) no tiene por qué ser representado necesariamente por alguien que padezca esta discapacidad. Pero, en caso de que un buen actor que tenga esta particularidad se postule, es lógico que el papel sea para él.

El artículo concluía que, en iniciativas relacionadas con el talento, lo que debería primar por encima de todo es el criterio artístico. «Los activistas –decía– tienen, cómo no, derecho a tener opiniones y a expresar sus críticas, pero en ningún momento pueden atribuirse derecho a veto». Como ven, la corrección política manda en todos los campos y hay que hilar muy fino para no meter la gamba, incluso en temas que parecen obvios. Como otro de los temas de los que se ocupan estos días los diarios ingleses, y que tiene por protagonistas a lo que allí llaman ‘lavabos de género neutro’.

La moda no ha llegado aún a nuestro país, pero pongan sus barbas (y perdón por recurrir en mi discurso a este adorno piloso tan poco femenino) a remojo: en aquel país, las autoridades han tenido que echar marcha atrás y regular en contra de este tipo de lavabos igualitarios después de una catarata de quejas por parte de las mujeres. O, mejor dicho, de seres que han nacido mujeres, porque he aquí el meollo de la controversia. Por lo visto, los ‘lavabos de género neutro’ fueron creados para satisfacer los deseos de las personas que se perciben como mujeres y, por tanto, quieren usar esos lavabos. Pero hete aquí que, como no lo son del todo, ha habido que instalar urinarios para ell@s en dichos recintos. Esta medida ha traído consecuencias negativas inesperadas como que niñas que ven invadidos sus lavabos escolares prefieren exponerse a las infecciones que produce retener la orina más de la cuenta o directamente hacer novillos antes que usarlos. Kemi Badenoch cuenta en un artículo en The Daily Telegraph que nunca imaginó que su labor como miembro del Parlamento británico consistiría en dedicar tantas horas a lo que ella llama ‘loo policy’, o política de retrete. Y luego añade que hará «todo lo posible por defender el derecho a la intimidad y privacidad de todos (y todas) e intervenir allí donde el sentido común desaparece».

Yo, por mi parte, pienso que la respuesta a esta y a las demás controversias que acabo de enumerar está, simplemente, en la premisa apuntada en último término por Kemi Badenoch. ¿De verdad se ha vuelto tan subversivo, tan anormal y tan escaso en todo el mundo el más elemental sentido común?

 

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