CulturaGente y Sociedad

Carmen Posadas: Ooooommmmm

En la vida no siempre ganan los malos (afortunadamente); en los restoranes, en cambio, sistemáticamente ganan los maleducados. Para mí, estos establecimientos (también los bares, los hoteles o los aviones) son el lugar perfecto para uno de mis deportes favoritos: observar y leer comportamientos humanos.

Hace años que me doctoré en gestos y actitudes ajenas, de modo que sé descifrar cuándo alguien está nervioso de más, cuándo miente, cuándo una pareja está en su primera cita y cuándo el amor (o el desamor) empieza ya a hacer de las suyas. ¿Creen que me las estoy dando de pitonisa o de detective? Me parezco a una sibila o a Sherlock Holmes como una ostra a una chirla, pero cualquiera puede hacer el mismo ejercicio. Las intenciones de otros son fáciles de descifrar cuando uno es un observador ajeno. No es que dos personas que están departiendo no perciban los mismos retazos de información que yo desde fuera, por supuesto que sí. Pero la especie humana se ha vuelto tan sofisticada que tiende a sofocar su intuición y hacer caso a otro tipo de consideraciones. El proceso mental es más o menos así: «… Bueno, sí, no me gusta la forma de mirar que tiene esta persona, pero es tan guapa / rica / importante. ¿… Y ese pie que mueve compulsivamente arriba y abajo? Nada, nada, tía Enriqueta hace lo mismo y es un solete; venga, voy a invitarle a  otra ración de gambas».

Me parezco a Sherlock Holmes como una ostra a una chirla, pero las intenciones de otros son fáciles de descifrar cuando uno es un observador ajeno

 

En efecto, los lugares públicos son imbatibles a la hora de avistar actitudes humanas. Para empezar, es muy divertido ver lo poco que nos diferenciamos de los animales. Cómo nos esponjamos ante unos especímenes y nos relajamos ante otros, cómo desplegamos la cola de pavo real o nos precavemos como tímidos gorriones. Lo que acabo de enumerar tiene que ver con las citas a dos y se aprende mucho. Pero se aprende aún más observando mesas grandes y reuniones de diez o más comensales.

Es sabido que, cuando se junta un número determinado de personas, se produce un curioso fenómeno que difumina la responsabilidad personal. La expresión máxima de ese comportamiento es cuando una pandilla se descontrola y acaba perpetrando tropelías que cada uno de ellos de forma individual jamás se atrevería a llevar a cabo. No digo yo que los comensales en los restoranes lleguen a tanto, pero se producen varias actitudes afines, sobre todo cuando se juntan más de ocho o diez comensales.  De un tiempo a esta parte, para parecer enrollada, la gente se siente obligada a sobreactuar. Es perentorio, por ejemplo, hablar a grito pelado, expresar con profusión lo contentísimos que están de verse, lo que se han echado de meeeeeenos y desternillarse por cualquier sonsera para que el resto de la concurrencia se entere bien de que se están divirtiendo muchísimo, muchísimo. Y mientras tanto el sufrido vecino de la mesa de al lado, al que le importa un huito lo mucho o poco que se divierte esta gente, no tiene más remedio que aguantarse porque, como decía al comienzo de estas líneas, en los restaurantes siempre ganan los maleducados.

Otro caso cada vez más habitual es el de los papás que creen que educar a sus hijos es coartar su libertad y traumatizarlos de por vida. Por eso, para que el nene no se traume, al antes mencionado sufridor de la mesa de al lado no le queda más remedio que poner buena cara cuando la criatura coge un berrinche brutal y ‘se expresa’ a pleno pulmón, circunvala a continuación mil veces las mesas, como un siux cercando una caravana de rostros pálidos, y después va y tira la Fanta o te planta un polo de chocolate en el pantalón. Encantadoras acciones de las que, por supuesto, uno no puede quejarse tampoco, so pena de quedar como un ser antisocial y odiador de niños.

Podría enumerarles varios ejemplos más de cómo en los restoranes ganan siempre los maleducados, pero el verano ya está aquí con sus chiringuitos, con sus baretos, sus merenderos y sus terrazas, así que me limitaré a desearles felices vacaciones y también, o mejor dicho, sobre todo, mucha paciencia. Repitan conmigo: ooooommmmmm.

 

 

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