Carmen Posadas: Shylock, los independentistas y una libra de carne
Una vez pasadas las agotadoras elecciones generales, habrá que volver al problema. ¿Qué hacer con el reto independentista? Las soluciones que hasta el momento se han propuesto son, a saber: el palo y tentetieso que propugnan PP, Vox o Ciudadanos; el laissez faire y/o el ‘neodontancredismo’ de Sánchez en emulación (quién lo diría) de Mariano Rajoy; y el referéndum sin condiciones previas de Podemos. Es decir, las mismas recetas de siempre para alegría de los ‘indepes’ que crecen y se multiplican chapoteando en el victimismo, la demagogia y esas reinterpretaciones suyas de la realidad que tan buenos resultados les han dado hasta ahora. Yo no creo que haya soluciones mágicas a problema tan enquistado, pero siempre me ha llamado la atención que no se mire alrededor y se intente aprender de otras astucias. En concreto, de la loi sur la clarté référendaire, o Ley de Claridad, votada hace años por el Parlamento de Canadá. Como se recordará, desde un primer y no vinculante referéndum en los años sesenta, el Parti Québécois busca la secesión de Quebec del resto del país. En una consulta posterior, en 1995, los separatistas lograron el 49,4 por ciento de los votos, lo que hizo que el Tribunal Supremo tomara cartas en el asunto estableciendo las condiciones para un más que previsible tercer referéndum. Los jueces sentenciaron que «hay medios que un Estado no debe emplear para retener contra su voluntad a una determinada población concentrada en una parte de su territorio». Pero también impusieron condiciones muy claras para llevar a cabo un nuevo intento de secesión. Por eso, la resultante Ley de Claridad especifica que «en el caso de que determinadas poblaciones del Quebec solicitaran claramente seguir formando parte de Canadá, debería preverse para ello la divisibilidad del territorio quebequés con el mismo espíritu de apertura con el que se acepta la divisibilidad del territorio canadiense». Dicho en román paladino: si algún enclave del supuesto nuevo Estado deseaba seguir perteneciendo a Canadá, Quebec, para separarse, debería aceptar a su vez desprenderse de él para respetar también el derecho de estos ciudadanos a seguir siendo canadienses. Huelga decir que, desde que se aprobó esta disposición, el Parti Québécois anda con la cresta caída y más mudo que Harpo Marx. Ignoro si quienquiera que descubrió tan brillante solución jurídica al embrollo quebequés era devoto lector de Shakespeare, pero me inclino a creer que sí. Como todas las luces y también las sombras de la condición humana están contempladas en la obra del genio de Stratford, también en Shakespeare estaba desde hace siglos la solución a este tipo de peticiones. En El mercader de Venecia no se habla de países ni de territorios, sino de personas y de libras de carne, pero la situación es la misma. Para ayudar a un amigo en apuros, Antonio, un rico mercader, pide un préstamo al usurero Shylock prometiendo devolvérselo cuando sus barcos llenos de mercancías arriben a puerto. Shylock acepta, pero pone como condición que, si el préstamo no es restituido en el plazo acordado, Antonio deberá entregarle una libra de su propia carne, tomada de la parte del cuerpo que el usurero disponga. Los barcos de Antonio son arrasados por una tormenta y Shylock reclama su compensación: una libra de carne que exige que sea de la parte más próxima al corazón. El conflicto acaba en un pleito en el que la bella Porcia, disfrazada de abogado defensor, empieza su alegato dando toda la razón a Shylock para argumentar, acto seguido, que sí, que en efecto puede tomar su libra de carne, pero sin derramar ni una gota de sangre, puesto que esta no figura en el contrato.
Pienso que nuestros gobernantes, en vez de empecinarse en soluciones que han demostrado que no van a parte alguna, tienen mucho que aprender de El mercader de Venecia y también de los canadienses. Todo está inventado y existen ardides perfectamente legales que, sin violentar la Constitución ni abrir ningún melón o crear un efecto dominó en otras regiones de España, pueden hacer que a los ‘indepes’ se les quede la misma cara de memos que a los secesionistas del partido québécois. ¿Por qué no intentarlo?