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Carolina Gómez-Avila: Delivery electoral

En el mundo empresarial hay gente muy inteligente y un montón que no lo es. La visión cortoplacista —miope, pues— les hace clamar por apertura y flexibilización de la actividad productiva sin presentar públicamente un detallado plan preventivo que sea creíble y sostenible. Esto, pienso yo, es lo que amerita un virus del que seguimos sabiendo muy poco y cuya vacuna aún está en etapa experimental; es decir, que aún no ofrece garantía de protección ni siquiera a mediano plazo. Y no es que no confíe en la ciencia, en lo que no confío es en la prisa dentro de la ciencia.

Mientras tanto, al covid-19 lo considero tan peligroso como al sida, pero de más fácil contagio. Es decir, sé que hay algunas formas de prevención y tratamiento, pero ninguna es ciento por ciento efectiva. Los porcentajes de letalidad y los riesgos de discapacidad de por vida no son del todo predecibles y esos números sólo le parecerán bajos a quien no esté metido en ellos.

Por eso quiero oír al empresariado contarnos sobre sus planes de dotación de escudos faciales, mascarillas, geles con el porcentaje de alcohol adecuado y, más importante, sobre la adaptación de sus espacios para cumplir con el necesario distanciamiento físico, sobre la asepsia de sus baños y áreas comunes y la correcta ventilación en fábricas y oficinas. Mejor si incluyen pólizas de seguro confiables porque, a fin de cuentas y como siempre, la tasa de supervivencia es más alta entre quienes cuenten con atención médica dedicada las 24 horas, cosa que sólo tienen asegurada los más ricos.

Estoy consciente de que la quiebra podría estar cerca para los que hagan eso después de años de ver diezmadas sus ganancias una y otra vez, pero si no lo hacen, su personal estaría cerca la muerte. A fin de evitar lo primero modernícense de verdad; no sólo se trata de añadir desde ahora y para siempre el delivery y la oferta de —y a través de— internet, sino que es el momento de sustituir cada proceso por otro que requiera menos contacto físico y ofrezca más efectividad. Se trata de innovar, algo que nunca tiene por qué ser tan lento para el sector privado como suele ser para el público.

Digo suele ser, porque creo que cuando vean el negocio redondo, van a poner en marcha el voto por internet. No sólo por el guiso que implicaría montar el sistema a dedo y sin licitación, sino porque así se van a asegurar de barrer, por las buenas o por las malas, la temida abstención.

Esto le caería de perlas a cualquiera que, después de haberse dedicado meses a crear “normas” electorales buenas para bobos y que haya renunciado, lleno de reproches para con lo que ayudó a montar, no descarte optar a una curul a la que sólo le ayudaría a llegar un oportuno delivery electoral. No dudo que covid-19 haga el milagro y aparezca un cualquiera sin escrúpulos, motorizando el debate y conveniencia de que una empresa afín a los suyos nos regale ese adelanto tecnológico que permita que un pueblo hambreado y amenazado de muerte por la tiranía y la pandemia, lo eleve a una instancia gubernamental para así poder pasar sus últimos años haciendo en la sombra todo lo que no se atrevió a hacer bajo el sol.

Pienso que algo así puede pasar antes de diciembre porque no veo políticas efectivas para controlar la pandemia y, aunque aparezca una encuestadora complaciente dispuesta a decir que el 35,4% de los venezolanos está dispuesto a salir a protestar, nadie convoca a tal cosa porque sabe bien que esa cifra no es verdad. Igual cuando digan alguna de los que estarían dispuestos a ir a votar.

 

 

 

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