Casado dispara con silenciador
El hombre que nunca estuvo allí, Pablo Casado, altera su estrategia, cambia el tono y recibe caricias inesperadas
Era un perdedor. Hasta hace nada, el escepticismo abundaba en las filas del PP cuando aparecía el debate sobre su líder. Pensaban unos que Pablo Casado nunca sería presidente del Gobierno. Ya ha perdido dos elecciones generales y «no hay dos sin tres», apuntaban. Otros, aún más caústicos, se abonaban a la idea de no llegará ‘vivo’ a las elecciones. «Ni siquiera será candidato. Ayusoo Almeida, al tiempo».
Las cosas han cambiado. Poco a poco, el club de los odiadores pierde adeptos y crece el de los simpatizantes. Sin acelerones, cierto. Casado no levanta pasiones ni entre su público más entregado. Algo que no le va mal. Incluso parece estudiado. «De la pasión al odio hay tan solo tres parpadeos», comenta una persona que ha compartido muchas aventuras con el dirigente popular.
El compás del metrónomo
El viraje radical se produjo en otoño, cuando la embestida feroz a Santiago Abascal, amigo, hermano, compañero de años. Desde entonces, apenas si lo han vuelto a motejar de ‘extrema derecha de la ultraderecha’, o le han vuelto a alinear con el ‘trifachito‘ o le han recordado la amarillenta foto de Colón. Tan sólo Adriana Lastra, incapacitada para la reflexión y el argumento, recupera de cuando en cuando la monserga, como un insulto apolillado. También Echenique, grosero hasta en sueños, de intenso rencor, recurre ocasionalmente a esta jerigonza, que poco a poco se evapora.
Casado ha atemperado su ritmo verbal para hacerlo más lento, más calmo. Se diría que ha rebajado el compás de su metrónomo unas quince pulsaciones por minuto. Del allegro vivace al ma non troppo. El tono también es más sereno, menos estridente, como si no quiera despertar a las abuelas del salón. Centra los temas, alivia de hojarasca los discursos, se orienta con tino hacia el objetivo. Parece ahora otro orador, más eficaz, más maduro, menos desmadejado. Casado, virtuoso parlamentario, de lo mejor de la Cámara, se extraviaba con frecuencia en la selva de los conceptos y se ahogaba en la celeridad de la oratoria. Siempre brillante, sus prisas arrollaban el contenido. Como un torrente atropellado y sin salida.
El hombre que nunca estuvo allí, nada entre dos platos, una insignificancia, una presencia menor. Recurría entonces al grito cuando no al bramido, a ‘las manos manchadas de sangre’, el codazo rastrero o el testarazo en la entrepierna
Desde aquella ruptura, de innecesaria crueldad para con Vox, el líder del PP parece haber cambiado, y no sólo en el contenido o en la estrategia. También, y muy importante, en la apariencia. Y no solo la barba. Resultaba en exceso estridente, como una trompeta desafinada, como las uñas arañando la pared. Intentaba quizás hacerse notar. A Casado le ha perseguido siempre el fantasma de la nulidad. El hombre que nunca estuvo allí, una insignificancia mayúscula, una presencia menor, un océano de nada. Recurría entonces al manual, esto es, al grito desaforado, al ataque furibundo, a ‘las manos manchadas de sangre’, el patadón en la entrepierna o el codazo rastrero. Escasa sutileza que tan sólo entusiasmaba a su tendido del 7, los incondicionales, esa fervorosa peña que venía ya caliente de casa. El resto de la grada se quedaba fría, entre pasmada e inmutable. «Nunca llegará a nada».
Ya apenas grita y evita el manotazo grueso o el navajazo de callejón. Empieza a encontrar su estilo, menos cháchara y más ironía; menos ruido y más ideas. «La palabra es un poderoso soberano, con un cuerpo pequeñísimo y completamente invisible, que lleva a cabo obras sumamente divinas». Parece haber atendido el consejo de Gorgias.
Mantiene en tensión su hiperactividad. Frente al ritmo perezoso de Sánchez -más propio de un gandul que del presidente del Gobierno de un país que avanza veloz hacia el abismo- o al menos intenso de Abascal, de estudiadas ausencias, Casado consuma una de las agendas más activas de la política española. En tres días es capaz de multiplicar por cien la actividad de cualquier miembro del Gobierno. Si se trata de Irene Montero, será por mil. Otra cuestión es si tanta presencia sirve de algo.
Parece que sí. Al menos, le sonríen las encuestas, ese espejismo peligroso y traidor. Nunca estuvo tan alto. Cierto que el PSOE retrocede, Cs no revive -factor clave- y Vox dicen que se estanca. Aún está muy lejos de los 176 escaños, imprescindibles para gobernar. La derecha en España o logra la mayoría absoluta o no conseguirá jamás volver a sentarse en La Moncloa, como amenaza Pablo Iglesias. Poco a poco, Casado ha conformado el PP a su imagen y semejanza. Hasta ahora ha tenido que cabalgar una caballería heredada. Un mix de marianismo y sorayismo con algunas trazas de Cospedal. Un barullo. Está ahora en trance de ahormar a sus dirigentes provinciales y luego irá a por los regionales. Y en 2022, el congreso nacional donde será reelegido sin oposición interna. Al estilo de Podemos o de Sánchez. Primarias de pacotilla, democracia interna made in Spain.
Almeida y Ayuso, ¿quién será?
Dos arduos retos tendrá que haber solventado para entonces. Almeida o Ayuso será el primero. ¿Cuál de los dos será presidente del PP de Madrid? Manda la tradición que es la presidenta regional quien asume el timón del partido en su zona. Dicen que a García Egea, el secretario general de la formación, quien defenestró a Cayetana Álvarez de Toledo en pleno estío tórrido y pandémico, no le agrada la idea. Demasiada Ayuso para sus planes. La dirigente madrileña, con ese aire entre heroína de Cifesa, se ha convertido en claro referente de la derecha merced a su loable gestión de la crisis sanitaria y a su pugna permanente con el sanchismo devastador. Le ha arrebatado al alcalde de Cibeles el foco y el aplauso. Eso es peligroso. Días atrás, Casado se fue de tabernas con ellos. Por separado. Con Ayuso, callos. Con Almeida, bravas. Quedó todo dicho. Nada fue hablado.
El segundo problema es más serio. Pese a la pandemia y la ruina económica, pese al dolor y el llanto, Casado no logra arrebatarle el liderazgo a Sánchez. La demoscopia bendice sus cambios y aplaude su nueva actitud pero no le encumbra. No alcanza el puesto de victoria. Si no es ahora, ¿entonces cuándo? Atentos a la cita de febrero. ¿Cuánto se hundirá Cs? ¿Habrá sorpaso de Vox? ¿Fracasará Sánchez en su apuesta por Illa? Cataluña será una jugada decisiva en el endiablado tablero. Y en el futuro de Casado. Puede consagrar su rumbo o desbaratar el sueño.