Chavismo: ¿Bonapartismo o totalitarismo?
Dentro de las rarezas ocurridas en esta situación cambalachesca que vive Venezuela desde hace 25 años -esta muerte institucional por entregas- que en tantas ocasiones ha desafiado la razón teórica conocida, introduciendo nuevas razones prácticas (al punto que ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo para caracterizar y definir al régimen), la más notable por reciente es que según la opinión pública general –y al revés que en la realidad política conocida y acostumbrada- primero llegó la dictadura y luego vino el golpe de estado.
Y ello es así porque en América Latina nos hemos hechos los locos con el tema de qué es en realidad la democracia, como si no quisiéramos aguar la fiesta por la “llegada de la democracia” luego de muchas décadas donde prevalecían las dictaduras. Y quizá sea por éstas últimas por donde debamos empezar a desenredar el nudo gordiano.
En América Latina, para las dirigencias políticas (con las excepciones más o menos conocidas, por ejemplo la democracia cristiana), en realidad solo hay un tipo de dictadura: la de derecha (sobre todo si el componente fundamental es militar). Las de izquierda siempre tienen un “sí, pero…”. Y es que Fidel Castro lo debió de tener muy claro desde un primer momento: no hay algo que venda tanto en el mercado de las posturas políticas oportunistas latinoamericanas que el anti-norteamericanismo.
Hugo Chávez se montó en el mismo autobús (o más bien guagua) castrista, y por ello mucho demócrata lo veía con buenos ojos, o al menos le otorgaba una duda muy beneficiosa. Está de más decir que todo aquel que criticara a Chávez era un “fascista, imperialista, derechista, etc.”. Y gracias a esa dicotomía inexacta e infernal, la dictadura se fue imponiendo a pedacitos, poco a poco, entre gallos y medianoche a veces, a plena luz del día en otras, toda una seguidilla de violaciones a la constitución, y casi nadie en la vecindad se daba por enterado.
Se puede afirmar sin entrar en exageraciones que prácticamente hoy casi no existe una sola acción gubernamental que no constituya una violación de la constitución.
Ahora que eso que se llama chavismo al parecer está entrando en la misma unidad de terapia intensiva del hospital militar a la que llevaron a su fundador hace varios años, queremos darle la palabra al politólogo venezolano Juan Carlos Rey, expresada brillantemente en un trabajo reciente titulado “Los tres modelos de democracia en el siglo XX”, ensayo publicado por la Fundación Konrad Adenauer y la Universidad Católica Andrés Bello, dentro de una publicación cuyo título es “La democracia venezolana y sus acuerdos en los 50 años del convenio con la Santa Sede”.
Vayamos sin dilaciones al ensayo del profesor Rey.
Para él, el régimen chavista respondía en principio a las características del llamado “bonapartismo”, según lo describiera Robert Michels: fue de entrada un intento de conciliar y unificar dos rasgos en principio contradictorios, como lo son la autocracia y el apoyo popular. “A diferencia de las dictaduras más tradicionales (…), el bonapartismo cuenta como importante instrumento para el control el apoyo popular, lo cual hace que no tenga que usar con tanta intensidad los instrumentos clásicos de represión, aunque sin duda los posee y acumula en gran cantidad y no vacila en emplearlos cada vez que crea necesitarlos”.
A partir de 2007 (cuando Chávez pierde el referendo que consagraría leyes y políticas anti-constitucionales, pero que sin embargo logra imponer en parte posteriormente, gracias a una Asamblea sumisa y sin vacilaciones a la hora de violentar la constitución), el tirano intentará –sin poder consumarlo- implantar un régimen totalitario.
¿Qué caracteriza al modelo totalitario en comparación con el bonapartismo?
Para Franz Neumann la diferencia notable entre ambos es que el totalitarismo, “además de contar con el monopolio de la coerción y el respaldo popular, como ocurre con el bonapartismo, necesita controlar la educación, los medios de comunicación y las instituciones económicas, y engranar así el conjunto de la sociedad y de la vida privada del ciudadano con el sistema de dominación política”.
Cualquier residente de nuestro país durante el periodo chavista puede ver con claridad entonces cuáles eran las intenciones del régimen, hacia dónde quería llevar a la sociedad cuando se forzaban decisiones por todos recordadas en materia de comunicación social, economía o educación.
Para Rey no es correcto caer en la trampa de si el totalitarismo al que aspiraba Chávez era fascista o comunista; la verdad es que en su pensamiento y obra hay “rasgos” de ambos sistemas, pero lo fundamental es que en el autócrata ejerció una gran influencia un pensamiento “totalista” de tipo militarista “según el cual la forma ideal de organizar el Estado y la sociedad era integrando ambos en una sola unidad coherente y homogénea, que debía responder a un interés común, bajo un único comando superior, y al servicio de la movilización total de la nación, para hacer frente a una posible guerra total contra sus enemigos internos y externos. (…) Fueron conceptos desarrollados en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, por Ernst Jünger y Erich Ludendorff, que anunciaban el futuro Estado totalitario de Hitler”.
La diferencia central entre esto último y los totalitarismos fascista y comunista es que para Ludendorff “su Estado total no podía ser obra de ningún partido, ya que ellos eran más bien un obstáculo, sino que se debía desarrollar bajo el control y dirección total del comandante supremo.” Tanto los regímenes comunista como fascista fueron dictaduras de partido único, en los cuales lo que legitimaba al dictador era ser el líder máximo del partido. En ambos casos los militares estaban subordinados al poder político.
Las ideas esenciales del modelo chavista fueron esbozadas desde temprano: las presentó en su programa de gobierno del año 2000, cuando buscaba su reelección luego de la reforma constitucional. Y siempre según el profesor Rey, la principal causa que impidió que el proyecto político chavista tuviera el éxito por él deseado, en su intento de implantar un Estado totalitario, fue la falta de algunos elementos esenciales para tal fin, en especial la inexistencia de un partido de masas totalitario, con la adecuada formación ideológica y las necesarias y férreas organización y disciplina.
Por ello nunca fue posible “la movilización total”, ni hubo un programa realista para una revolución integral. En realidad quizá los dos factores más importantes fueron el carisma del líder y el precio elevado del barril de petróleo.
Concluye el profesor Rey mencionando una categoría política desarrollada por Michael Walzer, llamada “totalitarismo fallido”, para referirse a “aquellos regímenes políticos que imitan a los totalitarios, y que son obra de líderes políticos que tienen la ambición necesaria pero a los que les falta una verdadera vocación y capacidad para la política totalitaria, de tal manera que el resultado es alguna forma de dictadura chapada a la antigua, pero disfrazada con un ropaje fascista o comunista y, si acaso, imitando alguno de los aspectos de la ideología fascista o de la comunista. Me inclino a creer que el caso del chavismo, tanto en la versión de su creador, como especialmente de su sucesor, es de este último tipo. Pero eso es solo una conjetura cuya confirmación solo nos la dará el futuro”.
¿Sobrevivirá el chavismo? Se ha intentado comparar el intento de crear una “religión y un fervor chavistas” con el peronismo, todavía vivo en Argentina; una entre muchas claras diferencias es que Chávez, supremo destructor de instituciones, no pudo desarrollar las instituciones y organizaciones que Perón y Evita sí supieron crear.