CHINAMPLAST sigue vigente
Los microestados de la lejana Oceanía deben sufrir sudores fríos a medida que avanza la aplanadora en Washington contra la ayuda externa en la cual cifran la supervivencia.
Y no es una exageración, porque algunos se hallan en inminente peligro de desaparecer, engullidos por el nivel de un océano, cada vez más inmundo, que se eleva inexorablemente, y ya durante la Administración Biden tuvieron que enfrascarse en un arduo cabildeo para que el Congreso aprobara en 2024 los llamados COFA (Compacts of Free Association) a las Islas Marshall, Palau y los Estados Federativos de Micronesia, por 7 millardos de dólares en el lapso de veinte años, a cambio del acceso exclusivo a territorios y facilidades militares, de creciente importancia por la rivalidad con el gigante chino.
Precisamente entonces, PLANETA VITAL se refirió al volumen aterrador de mini-fragmentos plásticos que descansan en el fondo y la superficie de los océanos y los millones que se añaden anualmente, mientras los principales responsables –Estados Unidos, China, Rusia, Brasil, India y Australia- ignoran el compromiso contraído en septiembre de 2020 por los líderes de más de setenta países para revertir la pérdida de biodiversidad al horizonte de mediados de siglo.
Y recordaba que desde hace mucho tiempo se habla de un Séptimo Continente por la acumulación de basura en el Pacífico Norte, cuya superficie se ha centuplicado hasta superar 3,4 millones de kilómetros cuadrados y había que tener en cuenta en cuenta en la lucha contra el problema, después de otras soluciones ensayadas en el pasado.
Porque, aparte de sus consecuencias negativas, un estudio del Centro Smithsonian de Investigación Ambiental detectó en tan enorme masa de desechos la creación de un ambiente favorable para la supervivencia y reproducción de 37 especies de invertebrados -mejillones, camarones, ostras y anémonas de mar- que derivaron hacia las costas estadounidenses en los escombros del tsunami japonés de 2011.
Proyectos como Ocean Cleanup, que intentó en 2018 erradicar la isla de desechos que flotaba entre California y Hawái con una barrera de 600 metros alimentada por energía solar; el rascacielos submarino presentado por tres diseñadores serbios: una Torre Eiffel invertida y autosuficiente, gracias al reciclaje de residuos, y el japonés Kaisei, apoyado por el Instituto Scripps de Oceanografía y la empresa Convanta, para procesar y reutilizar la basura como combustible diesel.
O la gran isla habitable propuesta por el centro arquitectónico WHIM de Rotterdam, colonizando una masa semi compacta que al tamizarse con tierra y arena permitiría numerosas actividades e incluso alojar vastos contingentes humanos, inspirada en el ejemplo histórico de las chinampas (cerca de juncos en lengua náhuatl), el sistema de cultivo artificial en el lago de Texcoco, que sorprendió a los conquistadores españoles por su inmensidad y eficiencia para proveer de frutas, verduras y flores al medio millón de habitantes de Tenochtitlan, la espléndida capital azteca.
Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esas chinampas serían el modelo de superficies levantadas sobre la masa de basura, seccionadas con la maquinaria adecuada para formar bloques que se arrastrarían con barcos especializados hasta su destino final, en zonas costeras del Pacífico, donde quedarían anclados en fondos poco profundos a resguardo de la intemperie, para desarrollarse en muy poco tiempo, consolidar la superficie y ganar espacios al mar.
Como hacían los indígenas del Anahuac antes de la llegada de Hernán Cortés.
PLANETA VITAL lanzó entonces la idea de CHINAMPLAST, a financiarse de tres maneras, no excluyentes: el patrocinio de un mecenas o consorcio internacional, interesados en vincular su imagen de marca a una campaña de impacto mediático; la colaboración de los países ribereños del Pacífico y voluntarios de los cuatro rincones del planeta; o por las Naciones Unidas a través de sus oficinas especializadas en asuntos ambientales.
Un año después, un proyecto que ratifica su vigencia.
Varsovia, febrero de 2025.