Cien años de Lázaro Carreter, el «anónimo» y genial académico que enseñó a generaciones de españoles
Quién no recuerda haber tenido en su infancia un libro de texto firmado por el lingüista, filólogo, profesor y tantas otras cosas
Fernando Lázaro Carreter durante una conferencia en Japón en 1974. Instituto Cervantes
Quizá pocos sepan quien fue Fernando Lázaro Carreter, pero es un nombre que a muchos les suena. Generaciones enteras de colegiales crecieron leyendo en sus libros de texto el nombre y los apellidos del ilustre lingüista y académico. Una marca casi tan conocida como El Corte Inglés o Coca Cola. Lázaro Carreter firmaba los libros del colegio y era como una denominación de origen, como Jabugo. Los libros de texto hechos y firmados por Lázaro Carreter eran libros de Jabugo, al contrario que muchos de los actuales, que entre revisionismos, ideologías y políticos en el ajo, se tiene suerte si al menos son de cebo ibérico.
«León de biblioteca»
Lázaro Carreter nació el pasado sábado 13 de mayo hace un siglo en Zaragoza y fue una eminencia y una suerte para millones de escolares españoles. Amante de la literatura desde muy joven, se licenció en Filosofía y Letras y en Filología Románica en los tiempos finales de la II Guerra y en los primeros de la posguerra. Dámaso Alonso, poeta, licenciado en Derecho a disgusto y doctor en Filosofía con gusto, además de reivindicador de Góngora y amigo por carta de James Joyce, de quien hizo la traducción más famosa al español del Retrato del Artista Adolescente, le dio la alternativa en ese honor académico, al que le sucedió una cátedra en Gramática en la Universidad de Salamanca.
Catedrático también en la Complutense y en la Universidad Autónoma de Madrid, cubrió todos los aspectos de la literatura menos el de autor, como si la rodeara, como si la asediara hasta conquistarla desde fuera como un gran general de la Lengua. Fundador de la Fundéu, en realidad del original Departamento del Español Urgente de la Agencia EFE, que luego se fundió con la Real Academia, cuyo sillón «R» ocupó desde 1972, además de ser su director desde 1992 a 1998. Como lingüista fue un investigador privado a la altura de los más grandes investigadores privados de ficción, desde Holmes a Poirot, pero real y a quienes emuló en hazañas. Si su maestro Alonso estudió a Góngora, Lázaro Carreter estudió a Quevedo, por decir un estudio al azar de a quien podría llamarse un «león de biblioteca» (en lugar del habitual «ratón de biblioteca»).
Opositor triunfal, sumó cátedras, directorios o presidencias de infinitas comisiones, revistas y congresos. El dardo en la palabra, su colaboración periodística y autora más conocida, fueron dos décadas de artículos que al final resultaron canónicos, aunque su popularidad mayor (de entre muchas, que no su importancia mayor: no se sabe muy bien si fue su lingüística asombrosa que alcanzó por lo menos 20.000 Leguas de Viaje Submarino o su visionaria y moderna renovación de la Real Academia como institución, alcanzando ámbitos impropios y lejanos a la letra, que garantizaron la supervivencia y el auge de la institución, entre otros hitos puntuales y no menos meritorios como, por ejemplo, ser el ideólogo de los «libros de estilo» de los periódicos, o ser Consejero de Estado), una popularidad soterrada, lenta, pero profunda como una semilla (en general Lázaro Carreter fue una semilla) la obtuvo con los libros de texto.
Libro de texto de 6º de EGB de Lázaro Carreter
La popularidad común, casi anónima, pero cierta, que cien años después se recuerda con la nostalgia de otro tiempo: ese nombre de resonancias de niñez que tantas veces se leyó, muchas veces con desgana, sin tener conciencia de su enorme dimensión.