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Cinco errores que pagaremos muy caro

La crisis del coronavirus es global, pero lamentablemente en España está teniendo una incidencia mayor que en otros países. ¿Por qué? En gran medida, por las negligencias cometidas

Se ha levantado este fin de semana un movimiento, sobre todo a través de las redes sociales, según el cual en tiempos de crisis hay que cerrar filas con el Gobierno para salir cuanto antes del atolladero. Para los defensores de esa teoría, los medios de comunicación deberíamos limitarnos a aplaudir cada nueva intervención de Pedro Sánchez y a subrayar lo bien que España entera, incluido por supuesto el personal sanitario, se enfrenta al coronavirus.

Quizás eso pueda valer para sociedades como la china o la cubana, pero en las democracias occidentales la prensa cumple un papel muy importante como fiscalizador de la acción política, y en ningún sitio está escrito que en mitad de un estado de alarma haya que prescindir de esa función. Es más, quizás sea más necesaria que nunca para evitar que se cometan atropellos aprovechando que las circunstancias son excepcionales.

Si queremos medios sumisos con el poder, planteemos abiertamente volver a la España de los años 50. De lo contrario, tendremos que admitir que, aún en circunstancias duras como las de ahora, los periódicos están para señalar lo que se está haciendo mal, porque así ayudamos a que los políticos se pongan las pilas y no se duerman en los laureles.

Fe de errores

De hecho, hay que comenzar reconociendo que los medios españoles, y ‘Vozpópuli’ el primero, hemos fracasado por completo a la hora de calibrar la importancia del asunto. No supimos ver la gravedad de este virus… y ese error fue determinante para que nuestros políticos siguieran a lo suyo durante los meses de enero y febrero. Si hubiéramos dado la voz de alarma, seguramente alguien habría actuado antes.

España es un gran país, y quererlo no es incompatible con decir que en esta crisis se han cometido errores graves que se pagarán muy caro. Veamos cinco de ellos:

1.- Falta de previsión. Los políticos, estatales pero también autonómicos, porque la sanidad está transferida a las regiones, fueron incapaces de prepararnos para lo que se avecinaba. El coronavirus fue detectado en Wuhan el 31 de diciembre y apareció en Europa a mediados de febrero. Desde entonces, se ha perdido mucho tiempo: para informarse, para comprar los equipos sanitarios pertinentes, para preparar nuestros hospitales… Cuando el caso era sólo chino, nos sonaba muy lejano. Cuando se desbordó en Italia, pensábamos que todo era culpa del tradicional caos de los italianos y que a nosotros nunca nos pasaría eso.

De hecho, Fernando Simón, ese experto al que Sánchez dice hacerle caso en todo, nos dijo varias veces durante el mes de febrero que esto no tendría ninguna incidencia en España. «No hay razón para alarmarse con el coronavirus […] es una enfermedad con muy bajo nivel de transmisión», aseguró en una entrevista que no tiene desperdicio publicada en el Heraldo de Aragón el 9 de febrero. «España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado», llegó a decir en una de sus comparecencias más comentadas. Obviamente, Simón se ha equivocado, como muchos en esta historia. No conviene hacer sangre con él, porque a él no le hemos votado, pero tampoco es tolerable convertirle en nuestro gurú de cabecera cuando es evidente que ha patinado como el que más.

Los auténticos responsables son los políticos, de uno u otro signo, y empezando por los de la Unión Europea, que no supieron reaccionar ni a tiempo ni conjuntamente para evitar la catástrofe. «Ahora sabemos que el virus es mucho más dañino», ha asegurado Sánchez este fin de semana. Pues muy mal: su obligación era estar informado, prever, anticipar, evitar… «Necesitamos ganar tiempo para preparar nuestro sistema sanitario», ha añadido este sábado el presidente en un clarísimo reconocimiento de que hemos perdido dos meses.

2.-Un fin de semana para olvidar. España tardó mucho en ser consciente del problema, pero a comienzos de marzo, con Italia ya ardiendo por los cuatro costados, con medidas excepcionales y muchos muertos encima de la mesa, nuestros políticos ya sabían perfectamente de la gravedad del brote, pero no quisieron actuar. Justo antes del 8-M, en España ya había 300 casos detectados y varios muertos, pero se celebraron 72 manifestaciones, un congreso de Vox, decenas de partidos de fútbol, las fiestas de las prefallas… Todo siguió como si nada, pero casi todos teníamos la sospecha de que el lunes cambiaría la historia. Y así fue. El Gobierno alteró bruscamente su discurso y fuimos conscientes de la magnitud del problema. ¿Por qué no lo hizo antes? Nunca sabremos la verdad, pero lo único cierto es que aquel fin de semana nos ha traído de regalo la peor curva del coronavirus de todo el planeta. Nuestra evolución es incluso peor que la de Italia.

3.-No cerrar Madrid a tiempo. El lunes 9 de marzo el gran foco de infectados estaba en la Comunidad de Madrid, y por eso la presidenta de la región, Isabel Díaz Ayuso, anunció esa misma noche el cierre de guarderías, colegios, institutos y universidades durante 15 días. La decisión unilateral de Ayuso tuvo una primera consecuencia: todos los universitarios que estudian en la capital que son originarios de otros lugares cogieron sus petates y se marcharon a sus pueblos para disfrutar de esas ‘vacaciones’. Si ya tenían el virus, lo expandieron por toda España. Para colmo, tras esa decisión estuvo circulando el bulo de que el Gobierno tenía previsto cerrar a cal y canto Madrid, lo que provocó más salidas de madrileños. Aún hoy, Sánchez sigue diciendo que Madrid es la comunidad más afectada, pero sigue sin cerrarla… lo que la ha dejado completamente vacía, como si fuera un mes de agosto. Si teníamos el foco localizado, hemos hecho justo todo lo contrario de lo que debíamos: esparcirlo.

4.-Estado de alarma: tarde y mal. El sábado 14 el Gobierno decretó el estado de alarma en todo el país, con supresión de los colegios y limitación de la circulación de personas. El problema, aparte de que llegó con varios días de retraso, fue que se anunciaron las medidas un viernes pero no se aprobaron hasta el sábado por la tarde, por lo que dio tiempo de nuevo a que todos los españoles que quisieran, y particularmente los madrileños, cogieran sus vehículos y se fueran a sus segundas residencias. Puestos a pasar dos semanas encerrados, mejor en una casa con jardín o frente a la playa, pensaron. La consecuencia: atascos en la M-30 y más expansión del virus por toda la Península.

5.- Cierre total. Y así llegamos a este último fin de semana, donde Sánchez nos ha anunciado nuevas medidas, todas ellas muy interesantes, pero ninguna tan extraordinaria como para que no se hubiera podido aprobar dos meses antes: la creación de un comité científico para asesorar al Gobierno, la compra de mascarillas, la creación de una reserva estratégica de material sanitario… Eso era justo todo lo que había que haber hecho en enero y en febrero. Ahora resulta que nos falta de todo, que estamos desbordados y el virus descontrolado. Varios presidentes autonómicos y algunos científicos están pidiendo al Gobierno que cierre todo el país, es decir, que prohíba la realización de cualquier trabajo que no sea esencial, como se ha hecho en Italia. De momento Sánchez se resiste a ello, pero da la impresión de que estamos ante el mismo escenario que con el estado de alarma… acabará tomando la decisión, pero más adelante. Ese retraso será su último gran error antes de que la cifra de muertos se dispare.

¿Quién tiene la culpa?

¿Es Sánchez el responsable de todas las muertes que se produzcan? Evidentemente, no. Pero sus errores, unidos a los de sus homólogos europeos y autonómicos, nos han generado un problema mayor. Sus actuaciones han sido claramente negligentes, como también lo fueron las de aquellos que en el pasado no cuidaron debidamente nuestro sistema sanitario para que estuviera preparado para estos casos.

Se preguntaba este fin de semana mucha gente por qué Alemania y España, teniendo casi el mismo número de afectados, presentan cifras tan dispares en el número de muertos. Le hicieron la pregunta al gurú de Sánchez, el amigo Simón, y no supo contestarla. En los periódicos también se han visto explicaciones para todos los gustos e incluso sesudos amantes de las estadísticas han elaborado varias hipótesis al respecto.

Dos de los países que mejor han combatido el coronavirus están entre los que más camas de hospital tienen del mundo

Sin embargo, la cosa podría tener una explicación mucho más sencilla. Si miramos por ejemplo el número de camas de hospital por cada mil habitantes en todo el mundo (véase aquí el CIA World Factbook), descubriremos que Japón y Corea del Sur, dos de los países señalados como ejemplo frente al coronavirus, ocupan los puestos dos y cuatro del ránking. Alemania está en el octavo lugar. Italia, sin embargo, se encuentra en el 67 y España, en el 73. Es decir, que se podría concluir que las posibilidades de supervivencia mejoran si te atienden correctamente en una cama. Lo cual es obvio, por otra parte.

El mito de la sanidad

Como muestran las imágenes que estamos viendo estos días, es evidente que la sanidad española, por mucho que siempre digamos que es muy buena, tiene sus carencias, y una de ellas es la falta de camas. De lo contrario, no veríamos gente durmiendo en el suelo o sentada en los pasillos de los hospitales.

Tenemos un sistema sanitario estupendo, sobre todo porque es universal y ‘gratuito’, y seguramente con un personal de primer nivel, pero, con las cifras en la mano, no parece que esté justificado seguir extendiendo ese mantra de que nuestra sanidad es la mejor del mundo, porque parece que no es así.

En un curioso alarde de patriotismo, Sánchez ha recalcado varias veces este fin de semana que «España está a la vanguardia en la lucha contra el coronavirus». Viendo las diferentes curvas de incidencia de la enfermedad, lo único evidente es que España está en la vanguardia, sí, pero lamentablemente por número de infectados y de muertos, y más que lo va a estar por ese cúmulo de despropósitos antes mencionados. Y criticarlos y denunciarlos no te hace ser peor ciudadano que Sánchez.

 

 

 

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