Cómo alcanzar la democracia en Cuba
Un hombre, durante los funerales de Fidel Castro. (IB TIMES UK, 2016)
En reciente artículo fue abordado el dilema de participar o no en las elecciones bajo control totalitario. Allí, se expuso que no había recetas a seguir y que todo dependía de hasta dónde las libertades democráticas facilitaban dicha participación. Igual se precisaba que la práctica histórica había demostrado que para participar con posibilidades de éxito, lo primero era lograr que se establecieran esas condiciones democráticas.
Los modelos políticos de las llamadas dictaduras del proletariado no permiten la participación de la oposición y la disidencia. En Cuba quedó demostrado cuando el proyecto Varela del Movimiento Cristiano Liberación encabezado por Oswaldo Payá y en las recientes elecciones para delegados a las Asambleas Municipales, donde las organizaciones opositoras e independientes que se propusieron nominar candidatos fueron impedidas de hacerlo por la obstrucción de la Seguridad del Estado y otras instituciones para-estales, violando las propias leyes.
Por demás la idea de ir «de la ley a ley» para tratar de alcanzar paulatinamente nichos democráticos, no logra avanzar porque en Cuba la ley es una entelequia que el castrismo adapta, adopta, elimina, tergiversa y viola a su antojo. Sin embargo, la filosofía, el espíritu de esa concepción en cuanto al uso de medios y métodos legales, democráticos, pacíficos, políticos, no violentos, institucionales, parece estar vigente, pues solo es posible llegar a un estado de derecho, democrático y plural si son usados medios y métodos afines.
La vía violenta fracasó. Como violencia engendra violencia, debe evitarse. Además, por el nivel de desarrollo de la tecnología militar, las condiciones históricas en que se formó el Ejército cubano actual y el control del armamento en Cuba, solo una fractura de ese cuerpo, pudiera dar lugar a una solución militar interna.
Una intervención extranjera, particularmente de EEUU o de fuerzas conjuntas interamericanas y europeas, solo podría prosperar si se diera una situación de asesinatos masivos, que el castrismo siempre evitaría y no sería deseable por las mayorías, por todas sus consecuencias para el pueblo cubano y la estabilidad regional e internacional.
Entonces: ¿Cómo alcanzar el restablecimiento de las libertades fundamentales, que permitan un proceso de democratización?
De acuerdo con las experiencias «socialistas», las contradicciones económicas y sociales internas, terminaron por provocar cambios desde dentro hacia economías de mercados, más o menos controladas. Las transformaciones se iniciaron desde dentro y desde arriba. Nunca fue la oposición la que llevó al cambio, ni tumbó gobiernos. No obstante, en todas esas experiencias, los opositores y disidentes ayudaron a la comprensión de las debilidades de esos modelos, contribuyeron al derrumbe final y a los cambios posteriores en la medida en que se organizaron, concentraron fuerzas y se prepararon para apoyar los procesos democráticos.
Hoy, la centralización del poder económico y político, creída la principal fortaleza del régimen castrista, tal y como pasó en los países con experiencia similares, se ha convertido en su peor enemigo, por la polarización social, política y económica a la que ha conducido y el desgaste ocasionado a sus fuerzas productivas (capital, maquinarias, materias primas, tecnologías y recursos humanos) imposibilitadas de renovarse y desarrollarse.
De hecho, el sistema se viene desmoronado a través de una serie de pequeños cambios cuantitativos que en acumulación provocarán un cambio cualitativo en cualquier momento.
El proceso comenzó cuando en 1986, el caudillo eliminó en un discurso a JUCEPLAN y el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, se instauró la política de «Rectificación de errores y tendencias negativas» y concentró en él mismo y su Grupo de apoyo todo el control y dirección de los recursos de la economía. Otros momentos del desmoronamiento fueron en 1989 los juicios a los Generales Ochoa y Abrantes, la traición de Raúl Castro a su llamado «democrático» al IV Congreso del PCC, que sirvió de base informativa al Plan Alejandro con la separación de miles de cuadros del PCC, las FAR, el MININT y el MINREX, sospechosos de «perestroikos». Así se abortó la primera demanda masiva de renovación interna.
En ese período, el resquebrajamiento se agudizó con la caída de la URSS y el llamado Período Especial. Chávez le dio un respiro petrolero, pero Fidel Castro enfermó, y Raúl Castro tuvo que hacer cambios que no querían y venían postergando hace tiempo. Los «cuadros» cercanos a Fidel Castro son defenestrados, los militares se apresuran a controlar toda la economía. El caudillo muere y el sistema pierde su guía y principal elemento aglutinador. Y ahora, con Venezuela en crisis, el desgaste del sistema es inocultable.
El decrecimiento económico, la concentración de las ganancias en el Estado, la disminución constante del nivel de vida de los trabajadores, el aumento incesante de la pobreza y en general la agudización de todas las contradicciones del sistema estatal-asalariado está tocando fondo, con la disminución de la ayuda venezolana. Las ventajas del trabajo libre, privado o asociado evidenciaron la debilidad del modelo estatal-asalariado y de las tibias reformas raulistas, al punto que les impusieron una retranca total, mientras sigue el drenaje de fuerzas jóvenes preparadas hacia el extranjero y aumentan los que se quieren salir del yugo esclavo estatal.
La credibilidad del castrismo está en el piso. La «dirección histórica» va sucumbiendo con el peso del tiempo. Raúl ya anunció que el año próximo abandona la presidencia. Mientras, no habla de la dirección del PCC, y pretende perpetuar su control sobre la economía, el Ejército y la Seguridad, mediante su familia: un ex yerno como jefe del monopolio económico de las FAR —GAESA— (Guillermo Rodríguez), un hijastro (López Miera, Jefe del Estado Mayor de las FAR), un hijo (Alejandro Castro, Presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional) y un nieto (Raúl Rodríguez, Jefe de Seguridad Personal), todos sin reconocimiento político-social en la población. Al inexpresivo sucesor designado, Díaz Canel, no se le conoce apoyo popular.
Difícilmente un equipo así pueda mantener la estructura político-económica-militar del castrismo.
La oposición y la disidencia crecen en proporción con el desastre económico-social. Sus críticas, propuestas, protestas y en general su activismo son partes sustanciales de esa descomposición; hay múltiples organizaciones que trabajan en proyectos económicos, sociales y legales con vistas a la transición, pero en general oposición y disidencia no están debidamente preparadas para afrontar esos retos. Persisten el caudillismo, el sectarismo, las divisiones. Aunque últimamente han existido esfuerzos en esa dirección (Cubanos Unidos de Puerto Rico, MUAD y otros), no han logrado prosperar por esas mismas razones y el trabajo de zapa de la seguridad castrista.
Para contribuir efectivamente al desmoronamiento del modelo y a favor de la democratización política y económica de Cuba, la oposición y la disidencia necesitan pasar a una fase superior organizativa, institucionalizada, que les permita capitalizar el descontento interno y concentrar el apoyo exterior, ambos dispersos, y presionar a favor del cese de la represión, de que se abran espacios que posibiliten la ulterior participación activa en el debate político-económico y empujar o negociar, si hay condiciones y es posible, la transición democrática, hacia la convocatoria a una nueva Constituyente, una nueva Ley Electoral y la celebración de elecciones plenamente libres y democráticas, con eventual supervisión internacional.
Superar ese estado es posible si somos capaces de involucrar a toda la oposición y la disidencia, de dentro y de fuera en una institución común potente, respetando todas las identidades, que funcione como una especie de parlamento, aprovechando internet, y nos permita discutir planes, leyes democráticas e incluso hasta elegir un gobierno alternativo.