Como en Caracas… por la derecha
Con PP y Vox cada uno por su lado, andará Sánchez como Pedro por su casa intentando montar el nuevo Frankenstein
Al final, España va a terminar pareciéndose a Venezuela… Pero no como perseguía Podemos en aquellos tiempos de Vista Alegre en que se llamaba a tomar el cielo por asalto, tiempos de casta y de otros blablablás que terminaron el día de la mudanza a Galapagar, sino porque, al otro lado del arco, la oposición, por la derecha, ande tan dividida que el que manda, por enorme que sea su estropicio, se perpetúa en el poder. Maduro en Miraflores y Guaidó no se sabe dónde. Ese cisma es tan útil para que Sánchez siga que puede convertir en irrelevante la carta-chantaje a los Reyes Magos que el prófugo en Waterloo echó cuando se enteró, frotándose las manos, de que él tenía –como ayer lamento Page– «el mando a distancia de la legislatura». Si mezclamos ese telemando con la falta de escrúpulos de Sánchez, el cóctel tiene un regusto a cicuta para España.
La quiebra entre PP y Vox quedó retratada, al estilo hiperrealista, en la sesión de constitución de las Cortes pese a que el aperitivo de la entente del PSOE con el partido de un huído de la Justicia, la primera factura que pasa al cobro, resultase muy inquietante. Entre otras cosas porque alude al compromiso de Sánchez para promover la amnistía para los golpistas del 1-O. Todo a través de eufemismos y de medias palabras, claro, que es la fórmula de blanqueamiento preferida por el sanchismo, porque bajo ese enorme paraguas (tamaño ‘sieteparroquias’) del «progresismo» caben todos aquellos que, quieran aniquilar o no la Constitución, a Sánchez le resulten necesarios para renovar el alquiler de La Moncloa y el asiento del Falcon.
Ni la gravedad de la amnistía a la que se ha comprometido Sánchez con Puigdemont –lo que supone la extinción de la responsabilidad penal de dar un golpe de Estado en España, el borrado total del delito– sirvió para que PP y Vox votasen unidos en el primer reparto de cargos en la Mesa del Congreso. Con cada uno por su lado, andará Sánchez como Pedro por su casa intentando montar el nuevo Frankenstein. Todo dependerá, finalmente, de las tragaderas que demuestre ante los sapos que habrá de deglutir enviados desde la charca de Waterloo, donde Puigdemont ya avisó ayer cuando todo eran sonrisas en la bancada socialista: «La investidura está exactamente donde estaba tras las elecciones», lo que, ahora que será necesaria una legión de traductores en el bochorno de las Cortes-Babel de Francina para que 350 castellanohablantes puedan entenderse, podemos traducir así: «Pedro, te vas a enterar».
Cierto es que desde primera hora, y tras conseguir el PSOE el visto bueno del forajido al reparto de poder en la Cámara, la suerte estaba echada en las Cortes y había poco que hacer. Pero no lo es menos que la maniobra del PP de marcar distancias con Vox puede afectar al intento de Feijóo de recibir la encomienda del Rey para formar Gobierno, porque no es lo mismo presentarse en La Zarzuela a falta de cuatro escaños de la absoluta que con casi cuarenta de menos. Ni aquí ni en Caracas.