Como se lee a Platón
Un hombre y su hijo pequeño caminan de noche por el campo. El hijo se para, mira la luna y pregunta: “Papá, ¿qué está mas lejos, la luna o Cuenca?”. El padre responde irritado: “¿Tú ves Cuenca?” Según una tesis habitual al menos desde Sócrates, la filosofía académica sirve para no ser como ese padre. La obra de Epicuro o Fichte nos colocaría en una posición de apertura a la racionalidad y rechazo de la inmediatez ideológica. La verdad, no me lo trago. Al menos, el padre de la historia está equivocado, que es más de lo que puedo decir de muchos textos filosóficos canónicos.
¿Para que sirve entonces la filosofía? En Twitter circula un chiste sobre filósofos: “Truco para las citas: cuanto antes saques a colación a Hegel, antes se terminará la cita y podrás volver a casa a beber solo”. Apenas es injusto. La gente que nos dedicamos a la filosofía somos un gremio menesteroso. Demasiado flacos o gordos, más tapados que vestidos y con habilidades sociales cuestionables. ¿Para qué servimos? Lo único que se me ocurre es que servimos para leer. Escribimos raro. Bastante mal, en realidad. Somos pedantes y básicamente incomprensibles. Pero leyendo os meamos. ¿Te ha costado Finnegans Wake? Eres un llorica. Prueba con la montaña de servilletas anotadas a la que llamamos obras completas de Pierce.
Si Occidente consiguió sobrevivir a la desaparición de la flauta de nariz y las naumaquias seguramente también lo haga al fin de la filosofía académica. No lo tengo tan claro por lo que toca a los lectores de filosofía: somos caricaturas inofensivas de algo que tal vez sí sea importante. Que nadie vuelva a leer a Platón ni a soñar con el Tractatus me entristece. Que nadie vuelva a leer como se lee a Platón me aterra. Algunas de las características irrenunciables de nuestra civilización –de la democracia a la igualdad de género pasando por el respeto a la diversidad cultural y la protección de las ciencias– han sido modeladas a través de una autointerpretación, o sea, de una lectura de nosotros mismos, que sólo se puede denominar filosófica. Los filósofos no han sido particularmente eficaces a la hora de impulsar avances morales y no se puede decir que sus obras hayan desafiado al poder sistemáticamente. Pero también es cierto que, al menos en nuestras sociedades, ha sido realmente difícil desafiar al poder o realizar avances morales sin poner en juego algo bastante parecido a la filosofía.