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Confesión de culpa por el 8-M

El Gobierno sabía perfectamente el nivel de riesgo que representaba el Covid-19 en España el 8 de marzo, pero calló para no privarse del golpe de propaganda que significaba la manifestación

El Gobierno y su aparato de propaganda se rasgan las vestiduras por la exclusiva que ayer ofreció ABC con el vídeo en el que la ministra de Igualdad, Irene Montero, realiza una auténtica confesión de culpa por la manifestación del 8-M. El único problema deontológico que plantea ese vídeo es la continuidad de Irene Montero como miembro del Gobierno de España. Montero se retrató a sí misma y a todo el Ejecutivo de Pedro Sánchez al demostrar que eran perfectamente conscientes de los riesgos que corrían los asistentes a la manifestación feminista. Riesgos que, como mínimo, se concretaron en el contagio de la propia ministra Montero y de otras compañeras de gabinete, también participantes en la concentración del 8-M. La clave de lo que dice Montero en el vídeo no es tanto que reconozca que el virus fue la causa de una menor participación, sino que ella misma, durante el recorrido de la manifestación, sabía que dar besos y estrechar manos era peligroso. «La mano, no, justo la mano, no», llega a decir Montero, recreando el escrúpulo que le provocaba la cercanía física con otras manifestantes. Si no sabían nada del peligro del virus, si hicieron siempre lo que dijeron los expertos -puede que Fernando Simón-, ¿por qué Montero tenía tanta prevención a saludar con besos y abrazos a sus compañeras de protesta? La razón es muy sencilla: el Gobierno sabía perfectamente el nivel de riesgo que representaba el Covid-19 en España el 8 de marzo, pero calló para no privarse del golpe de propaganda que significaba la manifestación. El 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud había declarado la «emergencia mundial» por la progresión de la epidemia. El Mobile World Congress fue suspendido el 13 de febrero. Sin contar muertos, el 7 de marzo se contabilizaron más de trescientos positivos en España, 223 solo en Madrid; y el 8 de marzo, en Italia se registraron 5.883 casos de contagio y el Gobierno de Giuseppe Conte cerró la Lombardía. Las portadas del día anterior recogen la noticia de un contagio masivo en un funeral de Vitoria. ¿Tampoco leían los periódicos los ministros y los expertos del Gobierno de Sánchez?

Sí, lo sabían y la sinceridad indiscreta de Irene Montero es una prueba de cargo contra sí misma y contra el Gobierno al que pertenece y por eso dice que no reconocerá en público que el descenso de asistencia al 8-M fue por el Covid-19. No quiere estropear la estrategia de comunicación y propaganda del Ejecutivo, basada en esa frase histórica de Carmen Calvo, que animaba a las mujeres a ir a la manifestación porque «les va la vida». Como diría Iglesias, Calvo dijo la verdad, porque la vida de muchas mujeres se puso en juego, pero se equivocó, porque debió, como vicepresidenta, asumir la responsabilidad de suspender la manifestación. De estas cosas se suele dar cuenta ante un juez.

 

 

 

 

 

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