Construyendo a Putin en ocho instantes
La primera vez que George Bush lo miró a los ojos vio en él un hombre digno de confianza. El parlamento alemán lo aplaudió arrebatado y Berlusconi lo invitó a un viaje de vacaciones. Resumimos los 22 años de Putin en el poder y su relación con Occidente.
Vladimir Putin nació en 1952 en Leningrado. Su padre fue herido en el brutal asedio nazi a la ciudad en 1944 y su abuelo fue cocinero de Stalin. Pero Putin hizo carrera política ya en la ciudad cuando se llamaba San Petersburgo, y allí desde 1991 trabajaba en la Alcaldía atrayendo inversiones extranjeras. Putin era un hombre pragmático, cauteloso, pero no reticente a Europa, cuando llegó a Moscú en 1996 y tuvo un ascenso meteórico. Boris Yeltsin, el entonces presidente de Rusia, lo eligió como su sucesor en solo tres años. En 1999 fue nombrado primer ministro y al año siguiente, tras opacar a sus rivales (y asegurar a Yeltsin que se le retirarían los cargos por corrupción), ya era presidente. Tenía 47 años. En un principio mantuvo los acuerdos de colaboración firmados con la Unión Europea y en 2000 incluso mencionó al presidente de EE. UU Bill Clinton la posibilidad de que Rusia entrara en la OTAN.
2001
Gente de confianza
George W. Bush, tras su primer encuentro con Putin en 2001, dijo que lo había mirado a los ojos y lo había encontrado «digno de confianza». Sin embargo, Condoleezza Rice –entonces secretaria de Estado y presente en muchos encuentros con Putin– recuerda ahora otros ‘detalles’. «Siempre estuvo obsesionado con los 25 millones de rusos ‘atrapados’ fuera de la madre Rusia por la desintegración de la Unión Soviética. Lo planteó una y otra vez. Para él, el fin del imperio soviético fue la mayor catástrofe del siglo XX». A pesar de ello, la relación entre ambos países era fluida. Putin fue el primero en llamar a Bush tras el 11-S y un gran aliado en lo que denominaron ‘la guerra contra el terror’. A Putin le sirvió para justificar su guerra en Chechenia.
2001
Hombre de paz
El 25 de septiembre de 2001, Putin se dirigió al Parlamento germano en un fluido alemán. «Rusia es una nación europea amiga –declaró–. La paz estable en el continente es un objetivo primordial para nosotros». Los diputados lo aplaudieron con fervor. Aunque es verdad que Alemania necesitaba su gas y su petróleo (el entonces canciller Schroeder acabaría siendo consejero de Gazprom –el gigante energético ruso– y sigue siendo uno de sus principales valedores), un político presente entonces, Norbert Röttgen –presidente de la Comisión de Exteriores–, reconoce hoy a The New York Times: «Putin nos cautivó». Y, como todos los demás, se levantó para aplaudirlo.
2002
La euforia
Durante los primeros ocho años de mandato de Putin, la economía rusa despegó (teniendo en cuenta que en los noventa se llegó a pasar hambre en el país y el Estado suspendió pagos en varias ocasiones). En gran medida, el impulso económico se debió a la inversión extranjera en Rusia. A principios de siglo, la clase media no solo comía, sino que viajaba. Pero la corrupción, lejos de controlarse, se consolidó y se fue produciendo una progresiva concentración de riqueza. Según el historiador Timothy Snyder, Putin (en la foto con Romano Prodi y Javier Solana tras una cordial reunión en Bruselas) se fue convirtiendo en un «oligarca en jefe». Lo que contribuyó a la euforia de los mercados y a la suya propia.
2003
La connivencia
En agosto de 2003, Putin pasó unas vacaciones con Berlusconi en Cerdeña que dejaron imágenes memorables. Pero, en noviembre de ese año, las cosas empezaron a complicarse para el ruso. El primer signo de alarma para Putin fue la Revolución de las Rosas en Georgia, una revuelta popular prooccidental. En junio de 2004, la tendencia fue ya ‘oficial’: Estonia, Lituania, Letonia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia se unieron a la OTAN. Y en noviembre de ese año en Ucrania estallaron las protestas callejeras multitudinarias de la Revolución Naranja. Todo eran claros rechazos a Moscú. Según los expertos, ahí se acabó la cooperación de Putin con Occidente. Pero, al mismo tiempo, los oligarcas rusos se habían instalado en Londres y regaban de dinero Europa. Por su parte, Occidente miraba para otro lado mientras Putin iba minando las bases de la democracia rusa: representación popular y medios de comunicación. En 2004, Putin suprimió las elecciones de los gobernadores regionales; pasaron a ser designados por el Kremlin y comenzó su control total de la televisión rusa. Por si el mensaje no era claro, en 2006, Anna Politkóvskaya –una periodista crítica con el Gobierno ruso– fue asesinada en Moscú.
2005
La confrontación
Y si el férreo control interno no era suficiente, Putin empezó a usar su ‘artillería’ fuera de sus fronteras. El primero en comprobarlo fue el candidato proeuropeo a la Presidencia de Ucrania, Víktor Yúshchenko. En 2004 fue envenenado con una dioxina durante una comida. Sobrevivió, aunque quedó desfigurado (hoy se ha recuperado y sigue siendo diputado). Yúshchenko fue elegido presidente de Ucrania en 2005. Como tal, tuvo que reunirse con Putin, quien supuestamente ordenó su muerte. Este solo fue el primero de muchos envenenamientos. Otro crítico del Kremlin, Alexandr Litvinenko, exespía, fue envenenado en Londres con una sustancia radiactiva. «La pesadilla de Putin no es la OTAN, sino la democracia», dijo Joschka Fischer, exministro de Asuntos Exteriores alemán. Una democracia exitosa en Ucrania, a las puertas de Rusia, era intolerable para Putin. Podría producir un ‘efecto contagio’ en Rusia.
2007
La intimidación
Con Angela Merkel, criada en la RDA y rusohablante, Putin se entendió bien, lo que no impidió que en 2007 llevase su mascota a una reunión a sabiendas del miedo que la canciller tiene a los perros. «Tiene que demostrar que es un hombre», comentó Merkel. Un año después, tras una precipitada declaración de la OTAN diciendo que Ucrania y Georgia «se convertirán en un futuro en miembros de la OTAN», Putin invadió Georgia. Pero entonces lo hizo en cinco días, sin gran oposición y se anexionó dos regiones georgianas. Eso no impidió que en 2011 se consolidara la relación y la dependencia energética de Alemania con Rusia al inaugurar Merkel y Putin el Nord Stream 1, el primer gasoducto directo entre ambos países. Un vínculo que debía reforzar el Nord Stream 2, infraestructura rematada en septiembre pasado, pero paralizada por la Justicia alemana hasta que el consorcio propietario, con la rusa Gazprom al frente, se ajustase a la norma europea que impide al productor y suministrador del gas encargarse también del transporte. Ahora, tras la invasión rusa de Ucrania, el canciller Olaf Scholz ha detenido el proceso de certificación de forma indefinida.
2021
La agresión
La crisis financiera de 2008 convenció a Putin, respaldado por una pujante China, de la decadencia de Occidente. Según François Hollande, lo ratificó en esa idea el hecho de que en 2013 Obama renunciase a bombardear Siria, incluso cuando el presidente sirio cruzó la ‘línea roja’ y usó armas químicas. ¿Qué ha pasado ahora? En 2014 se produjo un nuevo levantamiento popular en Ucrania, el Euromaidán, que, tras 200 muertos, provocó la salida del presidente prorruso Víktor Yanukóvich y la celebración de elecciones que ganó el proeuropeo Petró Poroshenko (antecesor de Zelenski). Para Putin es imperdonable que los ucranianos prefieran entrar en la Unión Europea en lugar de en la Unión Euroasiática que él ofrecía. La respuesta: ese mismo año se anexionó Crimea. Y en 2016 Donald Trump se convirtió en presidente de Estados Unidos tras una ya probada intervención de Rusia en las elecciones. Con Joe Biden se ha visto una vez (en la imagen, en Ginebra, en junio) en un «constructivo» encuentro, dijeron. Biden llegó a afirmar que «lo que menos quiere Putin es una nueva guerra fría».