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Contraposición entre Estados Unidos y China en seguridad

 

 

Es indiscutible que Estados Unidos se desentiende del liderazgo internacional. Aunque hasta ahora su retirada ha sido en gran medida una elección (promovida por la administración Trump y su consigna de «America First»), lleva camino de consolidarse, hacerse irreversible. Y si el Partido Comunista de China (PCCh) juega bien sus cartas, la República Popular se convertirá en el nuevo hegemón global.

El reciente «libro blanco» sobre seguridad nacional de China elaborado por el Consejo de Estado, el primero en su historia, ofrece una completa panorámica de los planes del PCCh. El documento, que refleja el «concepto holístico de seguridad nacional» del presidente Xi Jinping, articula un enfoque amplio e integrado, que abarca las esferas política, económica, militar, tecnológica, cultural y social. Y a diferencia de documentos similares anteriores centrados en defensa, estipula que la base de la estabilidad nacional (esencial para que China pueda actuar como una fuerza estabilizadora en un mundo turbulento) es la seguridad política (en concreto, que el PCCh mantenga su liderazgo).

China atribuye esas turbulencias en gran medida a las potencias occidentales (en particular Estados Unidos), que han generado desorden con medidas de contención e interferencia. Esta visión tiene su fundamento: incluso el actual abandono estadounidense del liderazgo mundial está siendo conflictivo y caótico.

Un caos que comienza con la adopción del nacionalismo económico por parte de la administración Trump y continúa con su rechazo a décadas de principios de política exterior estadounidense. La descarada disposición de Trump a aprovechar el poder estadounidense para moldear los asuntos mundiales según sus impredecibles tácticas de intimidación incita a la inestabilidad, siendo el bombardeo a instalaciones nucleares iraníes el ejemplo último.

Sin duda, en opinión de la administración Trump, la operación estadounidense en Irán fue una maniobra extraordinaria y audaz encaminada a poner fin a la amenaza nuclear iraní y, en última instancia, contribuir a la paz en Medio Oriente; compatible, por tanto, con su promesa de no enredarse en nuevas «guerras eternas». Pero no sólo es improbable que haya logrado sus objetivos, sino que también debilita el poder blando estadounidense, al alentar acusaciones de arrogancia e hipocresía.

No parece que esto preocupe mucho a la administración Trump, que se muestra convencida de que la seguridad nacional no depende de la proyección internacional, sino de la disuasión militar, los avances en ciberseguridad y el proteccionismo económico, ejemplificado por los altos aranceles, los intentos de asegurarse cadenas de suministro de minerales críticos y los límites a la exportación de tecnologías avanzadas a China. De hecho, la administración Trump ha reducido la diplomacia cultural y las ayudas al desarrollo, sello distintivo de la influencia estadounidense después de la Guerra Fría.

Esto le ha dado a China una oportunidad crucial para posicionarse como un actor estable y predecible en los asuntos regionales y globales, campeón del multilateralismo, inversor en el Sur Global (y su defensor) y justo pacificador. En Asia, esta visión se ha materializado en «tratados de buena vecindad y cooperación amistosa» entre China y nueve países, y en la promoción de una mayor cooperación regional en materia de seguridad, que incluye a los países de la ASEAN.

En términos más generales, China promociona la Iniciativa de Seguridad Global (ISG) de Xi, que fue presentada en 2022 como una alternativa a los marcos de seguridad liderados por Occidente con capacidad para respaldar una cooperación amplia y mutuamente beneficiosa en «desafíos de seguridad complejos y entrelazados». El mensaje ha tenido buena acogida: según el Ministerio de Asuntos Exteriores chino, más de 120 países han avalado la ISG.

Para reforzar su poder blando, China esgrime la divulgación cultural (desde la red de Institutos Confucio hasta los recientes diálogos con la Unión Africana) y a la vinculación económica, que incluye comercio, crédito e inversión. En mayo, presentó una línea de crédito de 9000 millones de dólares para América Latina y el Caribe, y, en un plano más amplio, ha destinado cuantiosos fondos a proyectos de infraestructura y energía en todo el Sur Global, incluso a través de su ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR). La ISG, la IFR y otros proyectos son los pilares de lo que China denomina una «comunidad global de futuro compartido».

Pero, al igual que Estados Unidos, la pretensión china de superioridad moral no siempre se ajusta a la realidad. El mensaje que transmite China es claro: bajo el liderazgo del PCCh, China es la potencia justa, estable y no hegemónica que el mundo (y en particular el Sur Global) necesita. Pero su retórica de justicia y multilateralismo se contradice con sus políticas internas coercitivas y sus maniobras regionales agresivas, por ejemplo la militarización del Mar de China Meridional. De hecho, aunque China presenta su postura en materia de seguridad como totalmente defensiva, destinada únicamente a garantizar su soberanía, lleva tiempo persiguiendo una serie de reivindicaciones territoriales con cada vez más asertividad. En relación con Taiwán, el PCCh declara: «no prometemos renunciar al uso de la fuerza, y nos reservamos la opción de tomar todas las medidas necesarias» para «reunificar» China.

Cumplir estas amenazas sería mucho menos justificable que la operación estadounidense en Irán, orientada a neutralizar una amenaza comúnmente percibida. Taiwán no plantea ninguna amenaza a China o a sus vecinos. Pero para muchos países del Sur Global, el doble rasero que históricamente ha aplicado Estados Unidos (incluidas sus incoherencias en la defensa de los derechos humanos) ha diezmado hasta tal punto su autoridad moral que sus intervenciones resultan especialmente problemáticas (sobre todo ahora que está renunciando al poder blando).

Estados Unidos y China tienen ideas muy diferentes respecto de lo que significa garantizar la estabilidad mundial. Para Estados Unidos, el objetivo (al menos antes de la presidencia de Trump) consiste en mantener un orden basado en reglas y suprimir o disuadir cualquier acción contraria, incluso mediante intervenciones selectivas.

Pero ahora que con Trump Estados Unidos abandona esa postura y genera un creciente rechazo internacional, la visión de China (centrada en fortalecer la supremacía del PCCh y crear marcos de vinculación global alternativos) se ha vuelto más atractiva. Si Estados Unidos quiere seguir siendo un actor decisivo en el emergente orden mundial multipolar, tendrá que recuperar los principios de política exterior que, después de la Segunda Guerra Mundial, estructuraron el maltrecho orden basado en reglas hoy bajo amenaza de colapso.

Ana Palacio fue ministra de Asuntos Exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
Copyright: Project Syndicate, 2025.


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