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Corbyn y el desastre de la ambigüedad

Corbyn tenía ideas claras para absolutamente todo menos para la materia más importante jamás debatida en el Reino Unido

La derrota de los laboristas británicos en las elecciones generales del pasado jueves debería poner punto y final a la triste, torpe, y decepcionante carrera de Jeremy Corbyn. De momento ha anunciado que no volverá a ser candidato, aunque no abandonará por ahora la dirección del partido. Cuando escribo estas líneas (jueves por la noche en Estados Unidos) el recuento aún no ha terminado, pero todo parece indicar que la izquierda británica sacará el peor resultado desde 1935.

Como es habitual, todo el mundo anda buscando culpables de la tragedia. Es un desastre sin paliativos, que no por esperado deja de ser menos desolador. La izquierda británica, tras casi una década en la oposición, se las apañado para ser completamente demolida en las urnas a manos de un partido conservador que ha se presentaba a estas elecciones con su tercer primer ministro en poco más de tres años. Llevarse una paliza electoral de este calibre cuando tu oponente ha sido un sainete constante requiere un nivel de incompetencia especial, casi irrepetible.

Los comentaristas están dando una amplísima variedad de explicaciones a la catástrofe. Se está hablando de la torpeza de Corbyn con el antisemitismo de un sector de su partido, el hecho que los laboristas se presentaran con un programa electoral extraordinariamente radical, la torpeza inherente de Corbyn como candidato, la cómica falta de disciplina de los laboristas en temas claves y (obviamente) la surrealista posición del partido sobre Brexit.

El programa laborista parecía salido de las idas de la olla de Militant Tendency a principios de los ochenta, cuando el ala radical del partido se estrelló contra Thatcher

 

La explicación correcta creo que es todo a la vez. Como comentaba Nate Silver en la noche electoral, cuando hay unas elecciones donde alguien se lleva una paliza tremenda no es un solo factor, sino uno de esos casos en los que todo lo que puede salir mal ha salido mal. Corbyn era un candidato espantoso, con cifras de popularidad por debajo de -40. El programa laborista parecía salido de las idas de la olla de Militant Tendency a principios de los ochenta, cuando el ala radical del partido se estrelló contra Thatcher. Corbyn ha sido incapaz de hablar claro contra el racismo de sus propias bases en repetidas ocasiones.

Aun así, creo que es difícil no ver Brexit y el surrealista discurso de Corbyn sobre la materia y no ser de la opinión que eso, por encima de cualquier otro tema, ha sido lo que ha condenado el partido. Una de las cosas que los políticos fingen no saber más a menudo es que los votantes les hacen bastante caso. En general, un ciudadano medio no tiene opiniones sólidas y cabales sobre casi ningún tema. Los votantes no tienen una postura clara sobre liberalización del suelo, fiscalidad de las empresas sobre amortización de bienes de equipo, temarios de biología molecular en educación secundaria o cómo gestionar los aeropuertos, al fin y al cabo. Cuando tienen que decidir qué piensan sobre estos y otros temas, casi todos toman (tomamos) un atajo muy simple: ver qué es lo que dicen los líderes del partido al que votamos de forma habitual. Llamémosle el triunfo de la ideología, la identificación partidista, o vagancia, pero en un contexto de información imperfecta (y poco tiempo libre para leer Wikipedia), confiar en los líderes que defienden tus intereses no es del todo irracional.

La posición del partido laborista ante el Brexit fue, desde el principio, entre vaga e inexistente. Corbyn apenas hizo campaña en contra del Brexit durante el referéndum, y los laboristas dejaron que el debate fuera entre Farage y los tories pro-Brexit y el pobre inútil de David Cameron. Tras la victoria del Brexit, Corbyn impuso “respetar el resultado del referéndum” como posición oficial del partido en las elecciones contra May. En este ciclo, Corbyn finalmente se plegó a las demandas de las bases del partido, que son netamente pro-UE, y se ha presentado con la promesa de celebrar un segundo referéndum sobre el tema.

Imaginad, ahora mismo, que sois un votante medio despistado del norte de Inglaterra, en un distrito como Bishop Auckland o algún lugar parecido con tradición industrial y minera. El distrito ha votado laborista desde los años treinta; tu padre era minero y miembro de un sindicato, y Labour ha sido tu partido por defecto desde que recuerdas.

Corbyn llega a las elecciones y dice que Brexit ni si ni no, sino todo lo contrario, y que en todo caso debemos votar otra vez

En el 2016, se convoca un referéndum sobre la UE, algo del que no tienes una opinión demasiado formada. Tu partido se pasa toda la campaña medio dormido, mientras los medios critican a Corbyn por ser un cripto-brexiter. Gana salir de la UE. En las elecciones siguientes, tu partido apoya el Brexit, así que bueno, será que eso es lo que toca. Tres años después, tras inacabables debates sobre el tema, Corbyn llega a las elecciones y dice que Brexit ni si ni no, sino todo lo contrario, y que en todo caso debemos votar otra vez.

¿Qué vas a hacer cuando toca votar? Primero, estás harto de que se hable todo el santo rato de Brexit. Segundo, hace diez minutos Corbyn decía que sí, que eso era lo que tocaba, pero ahora dice que no. Siempre es un detalle saber qué narices estás votando, y tu partido está hecho un lío. Adiós.

El problema del Brexit para los laboristas es que nunca se han atrevido a tener una posición clara. En un sistema bipartidista como es el Reino Unido, cuando una de las dos formaciones con opciones de ganar toma una posición clara sobre una determinada materia, los votantes esperan que el otro partido tome la posición contraria. Los conservadores, tras tres años de batallas internas, se convirtieron en el partido del Brexit puro, duro, y simple, y se presentaron a las elecciones bajo esa bandera. Los laboristas, en unos comicios donde todo el debate giró alrededor de la salida de la UE porque todo el sistema político británico llevaba tres años hablando sobre ello exclusivamente, decidieron no decidir. En unas elecciones donde los votantes querían saber si Brexit, si o no, Corbyn respondió “lechuga”.

El gran error de la izquierda

El mensaje principal, la identidad de Corbyn como político, es que es un hombre de convicciones, un ideólogo, alguien con ideas claras y un programa de gobierno de izquierdas ambicioso. Resulta que tenía ideas claras para absolutamente todo menos que para la materia más importante jamás debatida en unas elecciones generales en el Reino Unido. Previsiblemente, la cosa fue mal.

La lección de Corbyn es que en política esconderse acostumbra a ser peor respuesta que decir lo que piensas. Es una lástima que su cobardía hayan contribuido a que el Reino Unido esté a punto de cometer el peor error de su historia política reciente. Los laboristas cometieron un error tremendo escogiendo a Corbyn como líder, y han cometido uno aún peor dejándole en el cargo todo este tiempo.

 

 

 

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