Crisis migratoria cubana: Ilusión y temor en la frontera
Migrantes cubanos en un albergue en La Cruz, a pocos metros de la frontera entre Costa Rica y Nicaragua (Foto Reinaldo Escobar/14ymedio)
A unos 15 kilómetros de la frontera con Nicaragua se encuentra el cantón La Cruz, en la provincia de Guanacaste, en Costa Rica. Allí está Peñas Blancas, el más importante puesto fronterizo del norte del país y donde ocurrieron graves incidentes entre los migrantes cubanos y la policía nicaragüense.
En estos momentos, un millar de cubanos se distribuyen en varios albergues, una parte en una iglesia, otros en una escuela y quienes no quieren alejarse del puesto fronterizo pernoctan en los alrededores de la Aduana. Este fin de semana toda la zona es un hervidero de gente que va y viene, entre migrantes y voluntarios de organizaciones humanitarias.
En el punto aduanal hay mantas por todos lados, vasijas para guardar agua y tendederas con ropa que le dan al lugar el aspecto de una cuartería de La Habana Vieja. Jorge comparte con unos 60 compañeros de ruta el suelo del lugar, donde han acomodado improvisados colchones y se mantienen a la espera de que Nicaragua los deje proseguir la ruta.
Toda la zona es un hervidero de gente que va y viene, entre migrantes, voluntarios de organizaciones humanitarias y oficiales de aduana
Este cubano de hablar fluido y sueños empecinados cumplía una misión oficial como trabajador de la salud en Ecuador. No quiere que se le hagan fotos ni siquiera dar su apellido para este diario, por temor a no poder volver a Cuba, pero cuenta el largo periplo que lo ha llevado hasta tierra costarricense.
«El objetivo de muchos de nosotros era cumplir la misión en Ecuador y en ese tiempo hacer contactos para regresar a Quito u otras ciudades con un contrato de trabajo privado”, explica Jorge. Sin embargo, “a petición del Gobierno cubano, las autoridades ecuatorianas cerraron la posibilidad de que los cubanos se inscribieran en el registro profesional”. Remacha con convicción “Esto lo provocó el Gobierno cubano”.
A Jorge se le nota irritado cuando afirma: «Yo nunca pensé en viajar a Estados Unidos”. Resume así sus planes iniciales: “Quería ser un profesional en Ecuador donde podía ganar hasta 2.000 dólares mensuales. ¿Para qué me iba a ir a Estados Unidos a trabajar en la construcción?”.
“Me obligaron a hacer esto porque me cerraron el camino que tenía”, sostiene el hombre. Al no poder inscribirse como profesional de la salud le quedaba la opción de “limpiar pisos en un hotel”. De los 3.000 dólares de sueldo que aparecían declarados en el contrato de su misión oficial, el Gobierno cubano sólo le pagaba a Jorge unos 700. Todo esos absurdos lo llevaron a emprender el camino hacia Estados Unidos, apunta.
De los 3.000 dólares de su contrato de trabajador de la salud en Ecuador, el Gobierno cubano sólo le pagaba 700. Esto lo llevó a emprender el camino hacia Estados Unidos
En una mesa al aire libre, Beatriz se ocupa de llenar los formularios de ingreso a un grupo de recién llegados al campamento de La Cruz. Parece una tica colaboradora de alguna iglesia o de una ONG que está allí para ayudar a los cubanos, sobre todo porque pronuncia todas las letras de todas las palabras.
Beatriz, una camagüeyana que se ocupa de poner en una lista a los recién llegados y orientarlos en el albergue (Foto Reinaldo Escobar/14ymedio)
«Esto que usted ve aquí es el comedor”, señala. “A cualquier hora del día o de la noche llegan aquí personas desde la frontera y van a parar a un campamento con más condiciones”. La joven detalla que en el lugar desayunan, almuerzan y comen los que están albergados en el poblado La Cruz. Los gastos corren por la comunidad, las iglesias y otras organizaciones “que nos han dado esa posibilidad y nos apoyan en todo lo que pueden”.
Antes de salir de Cuba, Beatriz trabajaba en el sector gastronómico en Camagüey y ha llegado hasta Costa Rica junto a su esposo. Arribaron a Ecuador en una fecha tan cercana como el 1 de noviembre con la intención de comenzar la marcha el día 10, pero la adelantaron al 3. “Cuando llegamos aquí ya habían cerrado la frontera»»
Se mueve con dinamismo y tiene una autoridad que hace a los recién llegados preguntarle y pedirle consejo como si fuera una especialista en trámites migratorios. Con 23 años, dice sentirse optimista de que pronto se encuentre una solución para esos casi 4.000 balseros de a pie varados en Centroamérica. La convicción de que alcanzará su sueño se basa sobre todo en su juventud: “Tengo más futuro que pasado”, repite con seguridad.
En la fila para ser apuntado en “la lista de Beatriz”, se halla Oneiqui Castro, quien laboraba como carnicero en Ciego de Ávila. En la mesa de inscripción muestra su pasaporte cubano y una licencia de conducción del estado de Florida a su nombre. «Hace dos años viví ocho meses en Estados Unidos. Me iba bien, pero regresé a Cuba por asuntos del corazón. El amor me jugó una mala pasada y ahora estoy de regreso», cuenta.
Tania Bruguera permanece junto al «grupo rebelde», aquellos que no aceptan estar albergados y se mantienen lo más cerca posible de la frontera con Nicaragua
Sin embargo, no todos están allí para alcanzar territorio norteamericano. La artista plástica Tania Bruguera lleva varios días acompañando a los cubanos en la frontera y los ha ayudado a crear una página de Facebook bajo el lema de Que pasen los cubanos. A solo 72 horas de abierto el sitio, ya había recibido 108.700 visitas.
Tania permanece junto al «grupo rebelde». Aquellos que no aceptan estar albergados y se mantienen lo más cerca posible de la frontera con Nicaragua. Quienes rodean a la artista, parecen sentirse inspirados por ella, por su vocación pacífica pero desobediente. A pesar de que los medios oficiales nunca mencionaron una palabra de la performance que Bruguera planificaba realizar en diciembre pasado, la mayoría de los que han llegado desde la Isla la conocen.
Otros, no acaban de entender lo que sucede. Es el caso de Froilán. “Cómo es posible que, si un día los sandinistas nos pidieron ayuda para derrocar a Somoza y luego recibieron en su país a nuestros médicos y maestros, ahora no quieren abrirnos sus fronteras”, se pregunta este habanero. «Nosotros tenemos fe; sabemos que necesitamos suerte, pero lo principal es la fe, sin ella no hay suerte posible», dice mientras acaricia el rosario que lleva en el cuello.
“Cómo es posible que, si un día los sandinistas nos pidieron ayuda para derrocar a Somoza y recibieron en su país a nuestros médicos y maestros, ahora no quieren abrirnos sus fronteras”
Tamara Román responde a este diario con cierto aire de desesperación. Habla como si le fuera la vida en sus palabras. «El gran temor que tenemos es que llegue el 15 de diciembre, cuando todas las instituciones empiezan a entrar en la dinámica de la Navidad y tengamos que seguir aquí hasta enero cuando todo recomience”. Sus miedos van, incluso, más allá de esta frontera: “La peor preocupación es que cuando lleguemos a México nos deporten para Cuba», dice, angustiada.
Katiuska Muñiz de Santa Cruz del Sur en Camagüey, en Cuba trabajaba en un Hospital Psiquiátrico (Foto Reinaldo Escobar/14ymedio)
Un temor que también comparte Katiuska Muñiz, de Santa Cruz del Sur en Camagüey. La mujer trabajaba en el Hospital Psiquiátrico de la capital provincial y dejó con su mamá a sus dos hijos, uno de 17 años y el otro de 9. Cumplía misión oficial en Venezuela, donde se ocupaba de una farmacia, pero solo duró en el puesto un poco más de dos semanas. «Soy una profesional y quiero ir a Estados Unidos a trabajar”, explica. “Y, si no puede ser allí, pues que sea en cualquier país a donde mis hijos tengan un futuro».
Hace un largo silencio y parece que se va a echar a llorar, pero toma aire para decir: “Quisiera agradecerle a todo el pueblo de Costa Rica, a su presidente y a su canciller toda la ayuda humanitaria solidaria que nos están brindando. No estamos pasando hambre ni necesidad. Nos brindan apoyo y protección, en la calle el pueblo no nos repudia sino nos apoya; conversan, ríen con nosotros y eso nos hace sentirnos en familia». Su sentimiento es compartido por todos.
Mientras habla, ha llegado otro grupo de migrantes, algunos cargados con mochilas y los rostros sudados y llenos de tierra. Beatriz comienza a tomarles los nombres y la tarde cae en La Cruz.