Cristina Casabón: Payasos, tenores y jabalíes
No molesta tanto la falta de ideas como la falta de elegancia en el lenguaje o el tono del opúsculo
Oscar Puente
Entre los figurantes y figurantas del esperpento de Sánchez, nos sale un Óscar Puente que ha venido a enfangar la sesión de investidura. A una no dejaba de preocuparle esa especie de prosa provinciana y bergaminesca que nos remonta al guerracivilismo de los años 30. Recurro a esta metáfora de Ortega porque el nombre ‘jabalíes’ lleva en sí un airón de actualidad y oportunidad: «Hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer al Congreso: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí». Relata Trapiello en ‘Las armas y las letras’ todos los sucesos ocurridos en Madrid a los calaveras, aristócratas, pensadores y poetas durante la República. Las aireadas columnas en las que se señalaba públicamente al siguiente intelectual que debería ser purgado y eliminado eran el aviso definitivo para hacer las maletas y marcharse. Que se denunciase a Ortega como «mentor del falangismo» era una invitación para que alguien se tomase la justicia por su mano, y la amenaza queda flotando en el aire. En este aire se ahogaban Ortega, Azorín, Marañón o JRJ, que contaban con los medios y salieron del Madrid republicano.
Los españoles no estamos ahí, pero el discurso y las formas del señor Puente quisieron arrastrarnos, ya digo, a aquellos lodos. Y no molesta tanto la falta de ideas como la inadvertida falta de metáforas y de recursos literarios, la falta de elegancia en el lenguaje o el tono, sobrecogedor, del opúsculo. La absoluta falta de preparación de los jabalíes más radicales de nuestra izquierda no les permite decir cualquier cosa importante o luminosa. Se hace, ya digo, política más elevada con las metáforas y Ortega metaforizaba bien llamando a los diputados ‘payasos’ y ‘jabalíes’. El insulto no es más que una conclusión triste después de una elucubración, pero la metáfora es instantánea y profunda, es instintiva y surrealista. Ya ven que las Humanidades son cruciales para poder entenderse, y la falta de recursos estilísticos hace que hoy el Congreso sea la continuación de la Guerra Civil por otros medios.
Un repaso primario a las intervenciones del Congreso durante la Segunda República nos permite conocer mejor la verdadera naturaleza selvática de algunos oradores –sólo que aquellos salvajes gastaban zapatos de charol. Yo invitaría al diputado en zapatillas a leer aquella conferencia de Ortega de julio de 1931, que ha pasado a la historia como el momento en que se escucharon las primeras voces de alarma por las formas y envilecimiento de los extremistas radical-socialistas más exaltados. Y después, aquella columna en la que Ortega lanza una advertencia más directa y sosegada al político asilvestrado: «¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo«. La mediocridad y la tristeza de la actual política viene de que nuestros representantes no han repasado bien la historia reciente, ni siquiera la de su propio partido. Ahí queda el juego de palabras de Ortega, que sigue siendo nuestro oráculo más preciso.