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Cruzar España de verbena en verbena

Un escritor de comedias, decía Lope, engaña con la verdad

Quién es Begoña Gómez, la esposa de Pedro Sánchez en el centro de una investigación por la que el presidente de España se planteó renunciar - BBC News Mundo

 

 

Empezó la semana con el diccionario a la baja –«la pájara» y «el petardo»–, seguimos con la bolsa de deporte con medio millón de euros en efectivo y llegamos al viernes con Belén Esteban tiñéndose el cabello en la televisión pública. Por debajo, en las tuberías del edificio público, el rescate a Air Europa huele cada vez más a trato de favor, se acumulan las telarañas de las explicaciones sobre el apagón y un equipo de antenistas trabaja para que a todas las casas llegue el mismo mensaje.

«Qué indefensión», se quejó amargamente el ministro Bolaños con Alsina al referirse a las publicaciones y filtraciones de los mensajes personales del presidente Sánchez con su exsecretario de Organización de partido y exministro de Fomento. Tiene razón el titular de Justicia, cuánto desamparo junto, y eso que el 40 por ciento de su sueldo no tributa.

«Que nadie se quede atrás» fue uno de los mensajes oficiales difundidos durante la pandemia. Se trataba de impedir, a toda costa, el empobrecimiento y el atraso de los más golpeados por la crisis del coronavirus a través de una serie de ayudas y mecanismos sociales que debían ayudar a los más necesitados. Con ese mismo dinero público se rescató por la vía exprés a la compañía Air Europa, en buena medida, gracias a las relaciones de patrocinio de la familia Hidalgo con la carrera universitaria de Begoña Gómez, la mujer del presidente.

En lugar del enunciado «que nadie se quede atrás» habría resultado más preciso «que ninguno de nosotros se quede atrás»: el tren de prostitutas contratadas en empresas públicas; comisiones en metálico o prebendas alrededor del ministerio que más presupuesto maneja de todo el Gobierno; designación de personas no cualificadas para cargos de vital importancia, por ejemplo, Red Eléctrica de España. Del pasaje del Peugeot que recorrió España para refundarla, todos están salpicados. Si hasta parece que hubieran ido, de verbena en verbena, buscando ejemplares para montar el futuro Gobierno.

Un buen escritor de comedia, decía Lope de Vega, debe engañar con la verdad, pues tiene la comedia su fin propuesto: «Imitar las acciones de los hombres y pintar de aquel siglo las costumbres». Mintiendo se revelan curiosas verdades. Y a juzgar por estos días, cualquier cuita resulta propicia, por mal escrita que esté. Se puede cruzar España de verbena en verbena, lo imprevisible es que la nación entera se convirtiera en una.

Que ninguno de los nuestros se quede atrás; al resto, lo mismo, pero a la baja: subir el salario mínimo; convertir la televisión pública en retablo de las maravillas y los informativos, más bien simplones, porque no conviene considerar a los votantes capaces de entender algo más refinado o porque elaborar algo más complejo. El asunto es el mismo: sacar a bailar a la mujer barbuda, mientras una fila de hombres y mujeres esperan su turno para fotografiarse con el tragaespadas. Lo que comenzó como el entremesil episodio de unas mascarillas inservibles ha acabado convirtiendo la pública en verbena.

 

 

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