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Cuba necesita un proyecto de país y Panamá podría servir de lección

'Los países necesitan un liderazgo, de Gobierno y de oposición, con visión de país que oriente los esfuerzos colectivos hacia nuevos rumbos.'

Séneca dijo que «todos los vientos son desfavorables cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos». Un poco de ello nos pasa hoy a los cubanos, víctimas de un régimen que tiene todo el poder, pero que no tiene proyecto de futuro.

En países normales, los gobiernos y ciudadanías tienen planes colectivos, unos de corte reformista y otros refundacionales. Con errores y aciertos, en ellos siempre hay espacio para planear como sociedad.

Cuba hoy es una triste carcasa repleta de propaganda oficial, chovinismo, miseria, frustraciones, atrincheramiento, intereses de unos pocos, esperanzas frustradas, mitomanía y simulación. Como en cualquier otra sociedad —y al decir de los políticamente correctos— Cuba son las personas; pero una nación sin propósito, sin una causa o una apuesta que aglutine, aunque sea a una parte importante de los ciudadanos, es como ese barco sin rumbo. Igual «la isla de corcho» es una creencia absurda que posiblemente tenga mucho que ver con el excentricismo insular, poco con la realidad y nada con lo que se necesita.

¿Cuál es el proyecto nacional por construir que podría unir a todos los cubanos? Un país libre, próspero y justo.

Cuba no tiene un enemigo externo que derrotar, no es un país invadido por una potencia extranjera y por suerte no sufre el flagelo del terrorismo internacional, situaciones que podrían unir a los cubanos. Pero tampoco nos unen cosas buenas como el deporte, tan politizado por el régimen y, además, tan deteriorado en calidad. El gran proyecto que puede unir a todos los cubanos es trabajar por terminar con la miseria, la desigualdad, la represión y la falta de libertades que hay en la actualidad. Es lamentable que la elite del poder no entienda estos códigos.

Lecciones panameñas

Hay una parte de la historia panameña que nos deja importantes lecciones sobre este tema. La necesidad de suscribir con EEUU los conocidos Tratados Torrijos-Carter, que establecieron la devolución del Canal y la zona que ocupaban las bases militares norteamericanas a Panamá, fue un propósito nacional para la mayoría de los panameños.

Las negociaciones y posterior tramitación en las instituciones norteamericanas provocaron discretamente una nueva etapa política en el Panamá del general Omar Torrijos.

La sociedad civil de entonces, encabezada por estudiantes y profesores universitarios, exigieron al régimen un diálogo sobre esos tratados. No todos querían el diálogo, por la desconfianza en el Gobierno; sin embargo, para sorpresa de los estudiantes, el general Torrijos aceptó y la mayoría de los estudiantes estuvieron a favor de estar representados en la reunión. Aunque este diálogo no fue la causa de lo que sucedió después, funcionó como exordio de un proceso más profundo y complejo que se llamó el «veranillo democrático», comprendido entre la firma de los Tratados Torrijos-Carter (1977) y la llegada de Manuel Antonio Noriega al poder.

EEUU conocía el valor que tenía para Omar Torrijos alcanzar los tratados. Para la oposición, la recuperación del canal era primordial y una vieja causa, pero también lo era alcanzar la democracia. La soberanía sin democracia era una soberanía coja. Esa mezcla de intereses coincidentes y contrapuestos, pero defendidos por importantes referentes políticos capaces de establecer una interlocución interna y externa, tenían que ser atendidos en aquel contexto.

La naturaleza del régimen panameño era una de las grandes preocupaciones del Senado norteamericano que debía ratificar los tratados. El tema del Canal de Panamá era clave incluso en materia de seguridad regional y fue por ello que Washington comenzaron a enviar mensajes a Panamá sobre la importancia de comenzar a realizar cambios en materia democrática, idea que el general Torrijos captó con claridad.

En 1978 Omar Torrijos anunció el inicio de la transferencia del poder a civiles electos democráticamente; se autorizó el regreso de los exiliados por razones políticas, entre ellos los líderes Arnulfo Arias Madrid y Ricardo Arias Calderón; se permitió que la oposición participara en los medios de comunicación y se legalizaron los partidos políticos.

Torrijos murió en un accidente en 1981, el general Noriega asume la comandancia de las Fuerzas de Defensa en 1983, iniciando una etapa represiva que terminó con la invasión norteamericana y con el hombre fuerte de Panamá refugiado en la Nunciatura. Pero gracias al «veranillo democrático» ya estaban puestas algunas bases para alcanzar un país distinto, que entró en la década de los 90 mirando al futuro y que el día 31 de diciembre de 1999 recuperó su Canal.

Es difícil encontrar una similitud del ciento por ciento entre la situación cubana y la que originó el veranillo democrático panameño, pero algunas lecciones se pueden extraer.

Los países necesitan un liderazgo —de Gobierno y de oposición— con visión de país que oriente los esfuerzos colectivos hacia nuevos rumbos.

En los procesos de pacto político se pueden conjugar los intereses de las partes en especial cuando estos intereses facilitan el bien común.

Las grandes democracias como EEUU no deben renunciar a exigir reformas democráticas allí donde se necesiten y en especial donde se requiera de su apoyo.

 

 

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