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Cuba relega el ruso por el inglés

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Evitando la osadía de los presidentes que acuden a las cumbres internacionales con un traductor en el equipaje de mano y balbucean disparates semánticos si lo pierden, Raúl Castro reconoció públicamente que su inglés es macarrónico, pero que su sucesor deberá hablarlo. “I speak English very, very bad, y a mi edad va a ser difícil aprenderlo”, dijo hace cuatro años en una cumbre de Trinidad y Tobago. Su hermano Fidel tampoco es Shakespeare pero supo expresarse en su idioma durante la primera visita a Estados Unidos, en 1959, el año del triunfo revolucionario. “Los chinos estudiaban inglés, los rusos estudiaban inglés, y nosotros estudiando ruso”, comentó en una ocasión, asumiendo el error de no haber fomentado su enseñanza en las escuelas cubanas.

La reanudación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos ha puesto las lenguas en su sitio: primero el inglés a partir del curso que comenzó este mes y después el ruso, que había desbancado al primero en los años setenta, cuando la Unión Soviética era el principal aliado de Cuba.

El acelerado aumento de los contactos con la sociedad norteamericana y el masivo desembarco de turistas, intelectuales, empresarios, artistas y deportistas, así como la entrada de nuevas tecnologías obliga a la isla caribeña a potenciar el inglés como lengua universal. “Es imprescindible”, subrayó en agosto José Ramón Machado, miembro del Buró Político del Partido Comunista, en una reunión con universitarios. “Y si lo podemos hacer hoy no lo dejemos para mañana”.

El ruso fue asignatura obligatoria durante el auge soviético. En una de las denominadas escuelas vocacionales, la Vladimir Ilich Lenin, los alumnos más aventajados recitaban poemas de Pushkin de corrido. Las películas y libros rusos fueron ubicuos entre la sociedad cubana y su interrelación con las decenas de miles de cooperantes llegados del país eslavo duraron decenios.

Las prioridades gubernamentales y ciudadanas han cambiado desde el 17 de diciembre del pasado año, cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, y Castro anunciaron el arranque del proceso hacia la normalización diplomática. Los profesores particulares de inglés proliferan en la isla al igual que los jóvenes dispuestos a pagar por sus clases en pesos convertibles, equivalentes al dólar.

Y al igual que los presidentes españoles de la Transición sudaban tinta en los corrillos donde los políticos europeos cuchichean cheek to cheek sin intérpretes, la noche del 20 de abril de 1959 también fue angustiosa para Fidel Castro.

El Comandante en Jefe tenía que hablar en el auditorio de la Universidad de Princeton, cerca de Nueva York. Lo hizo admitiendo su minusvalía idiomática. “Es un trabajo duro para mí el de esta noche. […] Pero yo pienso que reuniendo todo el inglés que he leído en mi vida, cuando era estudiante, o por todos los papeles que he leído, y reuniendo todas las palabras, yo trato de hablar en inglés”. A trompicones, pero se hizo entender.

Estados Unidos pretende sumergirse en todos los rincones de la sociedad cubana sin hacer mucho ruido y ha encontrado en la enseñanza del inglés una valiosa escafandra. La web de su embajada en La Habana dice que promover el conocimiento del idioma entre los cubanos es uno de los “objetivos fundamentales” del Departamento de Asuntos Públicos de la legación.

Los políglotas abundan en la mayor de las Antillas a caballo del internacionalismo político de la revolución cubana en África y Asia y su pertenencia al Movimiento de Países No Alineados. Las estrechas relaciones con la desaparecida República Democrática Alemana y otras naciones de la Europa comunista permitieron a miles aprender alemán, rumano y búlgaro, y los funcionarios destinados en países de habla más complicada se adentraron en el suajili y el creole. Pero el boom ahora es el inglés: para hacer negocios, escuchar música, leer, navegar por Internet y entenderse con las esperadas oleadas made in USA.

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