Cumbre de Tianjin 2025: Hacia un orden multipolar y reconfiguración del poder global
A finales de agosto de 2025, la ciudad portuaria de Tianjin se convirtió en el epicentro de un momento que parece marcar un nuevo capítulo en la historia de las relaciones internacionales. La cumbre convocada por China reunió a más de veinte líderes globales, entre ellos figuras como Vladimir Putin, Narendra Modi y Recep Tayyip Erdoğan, así como representantes de Asia Central, Medio Oriente y África. El evento no fue simplemente un foro diplomático, sino que constituyó una puesta en escena estratégica que evidenció el surgimiento de un orden mundial en reconfiguración.
El encuentro trascendió el formalismo de los gestos protocolares y las declaraciones públicas. La Organización de Cooperación de Shanghái (SCO), anfitriona de la cumbre, mostró su transformación de foro regional de seguridad en un eje de coordinación política, económica y tecnológica con ambiciones globales. Este giro no es aislado: responde a un contexto internacional caracterizado por el debilitamiento progresivo de la hegemonía estadounidense y la creciente articulación de bloques emergentes que buscan llenar ese vacío de poder.
Desde su fundación en 2001, la SCO fue concebida para afrontar amenazas de terrorismo, separatismo y extremismo en Asia Central. Sin embargo, dos décadas después, su agenda se ha ampliado a campos como el desarrollo económico, la innovación tecnológica y la integración política. La incorporación de nuevos miembros y países observadores, especialmente de África y el Sudeste Asiático, ha convertido a la organización en un actor con una proyección mucho mayor que la imaginada en sus orígenes.
Hoy, la SCO agrupa a alrededor de 3.460 millones de personas, cerca del 42 % de la población mundial, y su PIB nominal combinado supera los 24 billones de dólares, es decir, más del 23 % del PIB global. Estas cifras son más que datos estadísticos, representan el peso creciente de una coalición que promueve un modelo de gobernanza alternativo, en el que economía, seguridad y desarrollo convergen en torno a una estrategia de “doble circulación mundial”, concepto central de la política china que se expande ahora a escala planetaria.
Esa doble circulación busca construir un sistema global paralelo al orden establecido, en el que los países euroasiáticos gestionen de manera autónoma sus recursos, flujos comerciales y redes de seguridad. Mientras Occidente enfrenta crisis políticas internas, fracturas sociales y competencia tecnológica, Eurasia trabaja en un marco de integración que refuerza su autosuficiencia.
En contraste, Estados Unidos experimenta una erosión visible de su liderazgo. El aislacionismo creciente, los conflictos comerciales con socios históricos y la desarticulación de mecanismos multilaterales han abierto espacios estratégicos que otros actores, más cohesionados y proactivos, aprovechan para expandir su influencia.
La historia ofrece paralelismos elocuentes. Así como el Imperio Británico, debilitado tras sus guerras y tensiones internas, cedió terreno a Estados Unidos en el siglo XX, Washington enfrenta hoy los límites naturales de su hegemonía. Ninguna potencia dominante permanece incuestionada de manera indefinida: tarde o temprano, coaliciones emergentes buscan reequilibrar el tablero global.
En este contexto, bloques como la SCO y los BRICS encuentran una oportunidad histórica para extender su presencia en ámbitos críticos como la energía, la seguridad, la tecnología y las finanzas. Lo que nació como un mecanismo regional de diálogo hoy se presenta como una plataforma global capaz de redefinir prioridades estratégicas y construir redes alternativas de cooperación.
La cumbre de Tianjin fue una demostración de esta transformación. La presencia de líderes como Putin, Modi y Erdoğan, junto con delegaciones de diversas regiones, confirmó el creciente atractivo político de la SCO. Entre los acuerdos más destacados sobresalieron la creación de un banco de desarrollo regional, proyectos conjuntos en infraestructura, programas de cooperación en inteligencia artificial y el impulso de plataformas energéticas compartidas. Cada una de estas iniciativas apunta a fortalecer la autonomía de los países miembros frente a tutelajes externos.
No obstante, más allá de los documentos firmados, Tianjin proyectó una narrativa de respeto mutuo y desarrollo compartido. El diseño cultural del evento, los gestos diplomáticos y el tono general de las intervenciones reforzaron la idea de un bloque cohesionado que aspira a modificar las reglas de interacción global.
Uno de los ejes más comentados fue la relación entre Xi Jinping y Vladimir Putin. Con más de sesenta reuniones bilaterales desde 2022, su alianza constituye un eje estratégico que trasciende la retórica. Ambos países consolidan un frente común en sectores clave como los semiconductores, la minería y la manufactura avanzada, con implicaciones directas en escenarios como Taiwán y Ucrania.
La declaración conjunta de la cumbre reiteró principios de respeto mutuo, soberanía y desarrollo equilibrado, reforzando el mensaje de que la SCO no es solo una coalición de intereses, sino un proyecto cultural y político alternativo al modelo occidental. Esta narrativa dota de identidad propia a una organización que ha dejado de ser percibida como un mero instrumento de Beijing o Moscú para convertirse en un polo de influencia en sí mismo.
Con el respaldo de Rusia y una posible sinergia con los BRICS, la SCO podría consolidarse como el núcleo de un nuevo sistema multipolar, capaz de articular redes financieras, tecnológicas y políticas independientes de Occidente. Para los países emergentes, esta plataforma ofrece oportunidades concretas para diversificar alianzas, acceder a financiamiento alternativo y reducir su dependencia estructural de Washington.
Más que un evento diplomático, Tianjin se erige como un punto de inflexión. La SCO, en su doble dimensión económica y de seguridad, y en su articulación con otros bloques estratégicos, representa un esfuerzo deliberado por construir una gobernanza global más equilibrada. Es también una respuesta a la progresiva pérdida de prestigio político de Estados Unidos, cuyo rol como árbitro internacional se encuentra cada vez más cuestionado.
El mundo ingresa así en una etapa en la que la distribución del poder, la negociación entre bloques y la creación de sistemas paralelos se convierten en los ejes rectores de la política internacional. En este marco, Tianjin no fue solo una cumbre, fue el anuncio de un nuevo orden en gestación.