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Dagoberto Valdés: La tormenta perfecta

La “tormenta perfecta” es un término usado con frecuencia por académicos, y sobre todo por los economistas que nos quieren transmitir la crisis que se forma cuando, en un tiempo y lugar determinado, coinciden diferentes condiciones que todas juntas provocan una “tormenta”, una situación de peligro, una complejidad intrincada y de terribles consecuencias. Los astrónomos le llaman una “alineación de los astros” que provoca fenómenos excepcionales en los sistemas cósmicos.

Escuché en el Noticiero Nacional de la Televisión Cubana, en un reporte de la ONU, que una de las consecuencias de la actual pandemia será “una hambruna de dimensiones bíblicas”. Hace más de un año que vienen, con demasiada frecuencia, a mi memoria los capítulos del 7 al 11 del libro del Éxodo en la Biblia donde se narra, según el estilo de esta crónica de la vida del pueblo de Israel, las conocidas “Diez Plagas de Egipto”.

Tengo muchos y buenos amigos evangélicos que, tratando de analizar la presente situación de Cuba agravada por la pandemia, me recuerdan que “todo está escrito en la Biblia”, que “todo esto tenía que pasar”. No deseo entrar en la interpretación exegética del cumplimiento de lo que “está escrito”, ni tampoco es objeto de esta columna discutir sobre “la predeterminación o predestinación” o “el libre albedrío”, posibles claves de interpretación entre otras. Por respeto a las diversas denominaciones religiosas dejo estos aspectos a la confesión de cada uno de mis buenos amigos. El respeto es una de las claves de la convivencia y el ecumenismo.

En realidad lo que quiero compartir es esa sensación, esa percepción, que me encuentro en cada compatriota con el que tengo oportunidad de conversar detenidamente. Es una percepción de realidad límite, de crisis sin solución visible, es sobre todo, una visión negativa y pesimista de las circunstancias en que vivimos hoy los cubanos. Las frases más comunes son, entre otras muchas: “qué mala está la cosa”, “esto no puede seguir así”, “hemos llegado al límite” y “no se puede estirar más la liga”, “esto es irrespirable, inaguantable”, “no puede durar mucho” porque “yo no aguanto más”.

Otros, con una reflexión más profunda y una memoria más coherente, comienzan a enumerar las últimas “Diez plagas de Cuba”: 1. La caída de un avión de pasajeros, 2. El tornado que arrasó en La Habana, 3. La activación del Título III de la Ley Helms-Burton y la afectación al turismo y otros renglones, 4. El bloqueo a las fuerzas productivas internas, 5. La paralización de las ya tímidas reformas económicas, 6. La vieja y nueva dependencia de la economía cubana de la “ayuda” de otros países, 7. La dualidad monetaria y cambiaria agravada por la introducción de una tercera moneda para comprar alimentos, aseo y otros artículos de primera necesidad, 8. La ineficiencia perniciosa del actual modelo económico, 9. La desintegración o inactivación de concertaciones latinoamericanas con el consiguiente aislamiento de Cuba, Venezuela y Nicaragua, por gran parte de los países de la región, y 10. Las consecuencias de la pandemia y la amenaza de las tormentas tropicales en una activa temporada ciclónica.

Otros aspectos pudieran ser agregados a esta alineación de factores negativos, y otros que afectan al mismo tiempo a otras naciones del mundo y a la economía global. No son solo aspectos económicos, se pudieran mencionar las faltas de gobernabilidad, gobernanza, los populismos, autoritarismos y totalitarismos residuales. No se pueden hacer cambios neoliberales argumentando que se preserva el modelo socialista, porque esa fórmula dará como resultado del experimento: quedarnos con lo peor del capitalismo y con lo peor del socialismo. Verdaderamente, si nos quedáramos aquí, esta reflexión no aportaría nada nuevo y, por el contrario, sería solo sal sobre la ya profunda herida.

Crisis de cambio y crecimiento

No quiero, no debo, quedarme en este análisis de la realidad tan crítico como real. Si seguimos en el símil de la “tormenta perfecta” y de las “Plagas de Egipto”, debemos reconocer que no todo depende de la naturaleza, ni de la casualidad, no todo es absolutamente malo o completamente negativo. Las tormentas dejan también agua para los nuevos sembradíos y limpian la atmósfera y los cauces de los ríos. Las “plagas de Egipto” no concluyeron en muerte y esclavitud, terminaron en liberación y nueva vida para el pueblo que caminó por el desierto, no dejándose vencer por la desesperanza, la falta de agua, el hambre, la persecución. Siempre hubo quienes sucumbieran a la tentación y el desánimo, y pidieran regresar a la “ollas de Egipto”, es decir, a una situación precaria con un mínimo de seguridad alimentaria a cambio de la pérdida de la libertad que costaba sacrificio, y avanzar con la vista en alto por mil dificultades, pero con la visión clara de la “tierra prometida” que no solo “manaba leche y miel” sino que, como dice la famosa ópera Nabucodonosor de Giuseppe Verdi, llevaban “como en alas de ángeles” el “pensamiento hacia la libertad”.

Los cubanos no debemos quedarnos en la metáfora o en el lirismo de una esperanza alienante. La raíz de la verdadera esperanza es la profunda convicción de que somos y debemos ser “protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional”, como inolvidablemente repitió tres veces en Cuba san Juan Pablo II.

Si nos detenemos a reflexionar sobre esas plagas, que nos azotan y nos desalientan, veremos que la solución de la inmensa mayoría depende de las decisiones de los seres humanos y no de los caprichos de la naturaleza. Lo que pasa es que los eventos de la naturaleza agravan los caprichos de los hombres. Hace mucho tiempo, más de seis décadas, que las decisiones de los hombres desafían las leyes de la naturaleza humana, las leyes económicas y sociales. A fuerza de un voluntarismo aferrado al poder, se han ignorado el saber y el no tener. A fuerza de tomar decisiones obviando o contradiciendo la naturaleza humana se han querido experimentar modelos políticos y socio-económicos que ahora desembocan en un aparente callejón sin salida.

Creo que no es así. Toda crisis puede ser un factor de cambio. Toda crisis puede ser resiliente. Toda crisis puede ser de crecimiento. Y esto no depende ni de la pandemia, ni de las tormentas tropicales: depende de la voluntad de cambio, depende del pueblo cubano, de abrir a la participación democrática de los cubanos un camino de cambio, depende de que pensemos hacia dónde queremos cambiar, depende de no demorarlo más, depende de cuidar a los más vulnerables durante el cambio… y depende, sobre todo, de hacerlo de verdad.

Solamente la verdad nos hará libres. Esa es la raíz de mi esperanza.

 

 

 

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