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Daniel Radío: Venezuela, Uruguay y la paz

La actitud del gobierno uruguayo respecto a Venezuela es, por lo menos, incomprensible. Se trata de un verdadero enigma ¿Lograremos alguna vez desentrañar este enigma? ¿O nunca podremos develar el misterio?

No se puede comprender, por ejemplo, por qué esa especial preocupación por mostrarse siempre modositos con los tiranos venezolanos. O por qué se le ha impedido al Poder Legislativo de nuestro país que investigara los negocios entre ambos gobiernos. Y que investigara la participación de privados que se han embolsado cuantiosas ganancias. Protagonistas entre quienes se teje una intrincada red de relacionamientos políticos y personales, que para ser fruto de meras coincidencias, sin mediar influencias ilegítimas e impertinentes, requerirían de una dosis de azar infrecuente.

¿Por qué? Si todos sabemos que la consecuencia directa de tanto secretismo, es que las sospechas en lugar de disiparse, se siembran ¿Y cómo no habría de ser así?

Si todos sabemos que, en estos años, ha habido centenares de viajes de integrantes de la fuerza política, o del gobierno, o de algunos amigos del gobierno, al aeropuerto de Maiquetía. Si todos nos enteramos de que un viajero, habitué en nuestro país, portando una valija conteniendo casi un millón de dólares, descubiertos y decomisados en Argentina, siguió viaje tranquilamente hacia nuestro país como hacía habitualmente, esta vez sin reclamar un centavo. Y que ha venido a nuestro país acompañado de un gobernador chavista, para hacer negocios. Si todos supimos que el gobierno de Venezuela compró en Uruguay miles de libros de texto, de un valor avaluado en aproximadamente 5 dólares, y los pagó a 500 dólares cada uno.

Y si además todos tuvimos noticias del generoso aporte de capitales venezolanos a empresas uruguayas dudosamente transparentes, provenientes de las arcas de un país donde la gente se está muriendo de hambre, literalmente.

¿Y por qué se está dispuesto a aceptar tranquilamente que la gente sospeche? Porque no cabe duda que a esta altura de los acontecimientos, hasta el más convencido e incondicional militante de base, desconfía de tanta relación carnal con el madurismo.

¿Por qué entonces tanta insistencia en bloquear cuanta investigación se proponga? ¿No deberían ser los principales interesados en despejar las dudas? Pues no. No lo son. Quizás porque si investigáramos, ya no habría más sospechas. Quizá porque habría certezas.

El “proceso” venezolano

¿Por qué esta preocupación llamativamente desmesurada por defender la dictadura? Al principio, algunos trataban de evitar que se hablara de “régimen”. Luego, se hizo evidente que hacían todo lo posible para que no se le llamara dictadura. Y por supuesto, que no la nombran así. Ya conocemos de esos intentos por estas latitudes, entre aquellos que se obstinaban –algunos por miedo y otros por simpatía- en hablar del “proceso” para referirse a la dictadura uruguaya.

Algo de eso vemos ahora respecto de Venezuela. El colmo en este sentido, fue la afirmación de nuestro presidente, señalando que sin lugar a dudas se trataba de una democracia porque allí funcionaban los tres poderes del estado. Parece ser un detalle menor para esta interpretación, que las decisiones emanadas del Poder Legislativo –las leyes- en Venezuela no son de cumplimiento obligatorio para el gobierno, que las ignora olímpicamente.

¿Por qué entonces el desgaste? Horas y horas de actitud militante para intentar bajarle los decibeles a la tragedia ¿Por qué durante tantos años no fue posible conseguir ni una sola mano levantada en el parlamento para un gesto mínimo de solidaridad con la gente que sufre? Para condenar, aunque más no sea, las flagrantes violaciones a los derechos humanos que nadie desconoce.

De tanto en tanto, por aquí o por allá, aparece algún adherente “progresista” desorientado, al que se le hace insoportable el silencio, y tímidamente intenta advertir a su entorno sin elevar demasiado la voz, diciendo que no le gusta Maduro. Pero a poco de sentir el peso de la responsabilidad por un matiz introducido tan en solitario, y previendo la posibilidad de que le caiga todo el peso del status quo encima, enseguida se disculpa diciendo que tampoco le gusta Guaidó, como si la adhesión a las instituciones y a la Constitución venezolana, fuesen una cuestión estética.

La tragedia en Haití

Aunque si fuera un problema estético, sin lugar a dudas lo más feo, ha sido el intento de algunos de traer a colación la penuria que vive la hermana República de Haití -largamente olvidada por algunos- con el único objetivo de tratar de distraer la atención de la tragedia a la que se enfrenta Venezuela.
Contraponiendo las situaciones. Pretendiendo que –vaya a saber por qué misteriosa razón- no podríamos ser solidarios con el pueblo haitiano, si simultáneamente estamos siendo críticos con la tortura y con los asesinatos en Venezuela. Como si para denunciar la dictadura argentina hubiésemos tenido que haber callado con respecto a Pinochet.

A quiénes hemos señalado en reiteradas oportunidades, año tras año, la necesidad de otra actitud de nuestro país con respecto a Haití, a quienes reclamamos desde hace más de una década, desde la Cámara de Diputados, la necesidad del envío de ayuda humanitaria a la primera nación independiente de América Latina; a quiénes nos hemos reunido en nuestro país, con aquellas delegaciones de haitianos que reclamaban la atención de la comunidad internacional ante la perpetuación de las situaciones de injusticia, no nos duelen prendas.

No nos hemos callado ni en uno ni en otro tema. Y en particular en el caso haitiano nuestras manos quedaron durante muchos años en solitario –excepto en la última legislatura- toda vez que entendimos que se trataba de una estrategia equivocada la que se habilitaba desde el gobierno uruguayo. Y una y otra vez, respetamos la expresión mayoritaria del parlamento, pero dejamos expresa constancia de la necesidad de otro tipo de colaboración.

Es así que ahora han aparecido algunos que, estando desinformados de estos antecedentes, pretenden haber visto súbitamente la luz, e intentan sofocar los gritos de dolor de los torturados en Venezuela, percatándose repentinamente de la angustiante situación que se vive en la República de Haití. No tenemos por qué suponer que esta repentina erupción de solidaridad, no sea sincera en muchos casos, solo por el hecho de que hasta el momento no se hubiese manifestado. Es mejor así.

Esta prolongada y desesperante situación en Haití, no hace menos desesperante, por ejemplo, “el uso de la fuerza intencionalmente letal contra la población más vulnerable y excluida socialmente” en Venezuela, según expresa Amnistía Internacional.

Estados Unidos, el petróleo y las sanciones

Pero hay una cuestión aún peor, que es pretender justificar el atropello, la violencia, la miseria, el hambre y los cotidianos asesinatos perpetrados a lo largo de dos décadas por el propio gobierno de Venezuela, por sus fuerzas armadas y por los grupos paramilitares que el gobierno patrocina, solo porque ahora han descubierto que el gobierno de los Estados Unidos de América, en realidad no tiene un interés genuino en la democracia, sino que más bien, que solamente está interesado en el petróleo venezolano.

¿Es que alguien cree que si la dictadura tuviera alguna chance de sobrevivir, esto conseguiría que en algún momento disminuyera en algo ese interés norteamericano repentinamente detectado? ¿Es que acaso es éste un interés de reciente aparición en la nación del Norte? ¿Es que en Estados Unidos se enteraron recién ahora -en las últimas dos décadas- de la existencia de hidrocarburos en Venezuela?

Pues no. El interés de Estados Unidos por el petróleo de Venezuela, es un dato que no es nuevo. Lo tienen ahora y lo tenían antes, cuando en Venezuela había una sociedad próspera, a dónde muchos uruguayos y uruguayas elegían emigrar. Lo tenían antes, lo tienen ahora y lo tendrán luego de la caída de la dictadura. Es un dato que no es nuevo. Lo nuevo es la generalización del hambre y el posicionamiento de Venezuela como uno de los países con mayor corrupción en el mundo.

¿Es que acaso alguien ignora que el régimen venezolano, era muy anti norteamericano en el discurso, pero nunca le retaceó ni una sola gota de combustible a Estados Unidos, sin que le hubiera importado jamás las convicciones democráticas de quién habitara la Casa Blanca? ¿Es que no se habían enterado, aquellos que elaboran estos sesudos análisis, que Estados Unidos ha sido siempre un mercado inconmensurable para los hidrocarburos venezolanos, aún desde tiempos de la Venezuela Saudí?

Lo que falta describir en estas pseudo explicaciones, es que la producción de petróleo –que constituye el 95% de las exportaciones venezolanas- no ha parado de caer desde que está en manos de la actual administración. Que hoy en día, es un tercio de lo que era cuando asumió Maduro. Que el PBI de Venezuela ha caído a menos de la mitad. Que la hiperinflación –que ya trepa por encima de 1.000.000%- es un dato a ser inscripto, por lo indeseable, en la historia económica de la humanidad. Y fundamentalmente, el dato más relevante, es que todo esto ha acontecido antes de las sanciones, que no harán sino agravar una situación de exclusiva responsabilidad de la paupérrima administración de la dictadura venezolana.

Errores, imprudencia y voluntarismo

Y aún sin prejuzgar intenciones, la actitud del gobierno uruguayo con respecto a Venezuela además de enigmática, es equivocada. Y se la pretende justificar de manera falaz.

Quienes somos partidarios de la necesidad de un creciente aislamiento de la dictadura, lo que queremos es paz. Es más, nos encantaría que la transición hacia un régimen democrático, también se desarrollara de manera pacífica. Y no perdemos las esperanzas.

Pero es absolutamente falso que esto se pueda lograr a partir de gestos voluntaristas o de apelaciones a un diálogo que el régimen ha demostrado, una y otra vez, que solamente lo utiliza para ganar tiempo y cierto nivel de reconocimiento, que se desvanece luego de cada ciclo de convocatoria al diálogo finalmente frustrado. Y que a lo único que finalmente conduce es a la deslegitimación, tanto del diálogo como de los interlocutores con vocación democrática, ante los ojos de la opinión pública, con el consiguiente aumento de la tensión social y con un mayor predicamento de aquellos discursos más intolerantes y proclives a las resoluciones más cruentas.

Ese es el callejón sin salida de la apelación al diálogo con quienes solo saben del fanfarroneo, de la descalificación y de las amenazas a sus potenciales interlocutores. Cuando no del encarcelamiento. A más derramamiento de sangre, nos conducirían inevitablemente estos planteos voluntaristas si tuvieran algún predicamento en la comunidad internacional. Que nosotros pensamos que, afortunadamente, no lo tienen tanto.

Un capítulo aparte, se merecen un par de afirmaciones del Sr. ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, Rodolfo Nin Novoa, respecto a que no se puede reconocer un presidente que no ha sido electo por la población y que, por otra parte, hacerlo sería casi irresponsable.

El primero de estos enunciados se cae por su propio peso. Nuestro país debería reconocer sin dudarlo –y así lo hacemos habitualmente- a todos aquellos jefes de estado o de gobierno donde -aunque no sean electos por la población- esta eventualidad esté prevista en el ordenamiento jurídico de estas naciones. Tal es el caso de Venezuela. Pero también lo es de España o del Vaticano. Y por supuesto, podríamos citar muchos más ejemplos que pondrían en evidencia la incoherencia de esta afirmación.

Respecto a la segunda afirmación -tachar de irresponsable el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado- nos colocamos al límite de una imprudencia diplomática. No parece pertinente que un secretario de estado califique con esa ligereza, de irresponsable, la conducta que han tenido gobiernos con orientaciones tan disímiles como Japón, Chile, Dinamarca, República Checa, España, República Dominicana, Australia, Canadá o Suecia, por solo mencionar algunos, y hasta el propio Parlamento Europeo. Mientras paralelamente, se es particularmente precavido en la forma como nos dirigimos a los representantes de la tiranía venezolana. Y además, simultáneamente, pretendemos presentarnos ante la comunidad internacional como los campeones mundiales de la sensatez: neutrales ante la barbarie.

Estas infelices afirmaciones son, por lo menos, arrogantes y desubicadas, y arriesgan con rifarse una larga tradición uruguaya de observancia de las formas, a la hora de referirse a las conductas de otras naciones. No es prudente colocarse en el límite de lo diplomáticamente aceptable, descalificando de un plumazo el pronunciamiento de más de medio centenar de países de incuestionable prestigio en el terreno internacional y en muchos casos con trayectorias no menos democráticas que la nuestra.

Bien podría uno cualquiera de estos países, si también estuviera dispuesto a jugar al filo del reglamento, afirmar que lo verdaderamente irresponsable es la apuesta del gobierno uruguayo al voluntarismo ponciopilatista, que deshonra nuestras mejores tradiciones.

La cobardía y el riesgo de un conflicto bélico

Pero además, la dictadura venezolana pone mucho ahínco, para mantener altos los niveles de tensión también en el terreno internacional. Fue Maduro quien calificó de cobarde a nuestro vicepresidente, o quien denunció públicamente a nuestro canciller de coordinar las agresiones a Venezuela con el Departamento de Estado y con la embajada de los Estados Unidos. Fue Diosdado Cabello quien acusó públicamente al senador José Mujica de privilegiar su propia candidatura antes que expresar su solidaridad con la tiranía nicaragüense.

Si estas son las expresiones respecto a un gobierno que ha tenido una actitud amigable -y hasta sumisa- no gastaremos tiempo en repasar las declaraciones referidas a otros gobiernos de la región, que no necesariamente están dispuestos a aceptar pasivamente las agresiones de un farsante, que combina en partes iguales su arrogancia con su ineptitud.

La continuidad de la usurpación de quienes tienen secuestrado el Palacio de Miraflores, solo aumenta las tensiones e incrementa peligrosamente el riesgo de un conflicto bélico regional.

Hay gente intoxicada de dogmatismo, a la que en realidad no le interesa la suerte de los venezolanos, su martirio permanente, ni tampoco les preocupa su destino. Hay quienes, a pesar de su discurso en contrario, anhelan en secreto que se tomen las más disparatadas decisiones en la Casa Blanca, para lograr la consagración de lo que pretenden que sea una profecía autocumplida.

Quienes somos contrarios a la esclavitud a la que está siendo sometido cotidianamente el pueblo de Venezuela, quienes somos amantes de la paz, no perdemos las esperanzas. Y seguiremos apostando a la necesidad del aislamiento de los tiranos como un gesto mínimo de solidaridad y como la mejor cooperación que le podemos brindar al pueblo que los padece.

Para una perspectiva genuinamente de izquierda, el único rumbo debe ser el respeto por los derechos humanos. Y el único destino, el cese de la tiranía.
Al final y al cabo, tanta bravuconada no hace sino pretender esconder el miedo. Tanta necesidad de alardear con sus armas no hace más que poner en evidencia su soledad. Y cuando estén más solos, por muy enfurecidos que se muestren, el espejo les devolverá su cobardía. Y la cobardía se transformará en pánico. Y la salida, será su única posibilidad.

*Daniel Radío. Médico, co-fundador y diputado del Partido Independiente.

 

 

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