David Brooks: El Caballero de la Oscuridad
Bienvenido a un mundo sin reglas. (Quiero que lea este párrafo con voz de trailer de película terrorífica.) Bienvenido a un mundo en el que las familias son abatidas por inmigrantes ilegales, en donde los policías mueren en las calles, con los musulmanes masacrando inocentes y amenazando nuestra propia forma de vida, un mundo en el cual el miedo a la muerte violenta se esconde en cada corazón humano.
A veces, en ese mundo bañado en sangre surge un caballero oscuro. A este caballero usted no tiene que admirarlo, o apreciarlo. Pero usted lo necesita. Él es su músculo y su voz en un mundo oscuro, corrupto y malévolo.
Tal ha sido el argumento de casi todos los demagogos desde los albores del tiempo. Aaron Burr afirmó que España amenazaba los EE.UU. en 1806. A. Mitchell Palmer exageró la amenaza roja en 1919 y Joe McCarthy lo hizo en 1950.
Y tal fue el argumento de ley y orden de Donald Trump en Cleveland el pasado jueves por la noche. Fue un texto convincente que se convirtió en más de una hora de gritos sin humor. Fue un mensaje distópico que encontró una audiencia y luego la golpeó hasta el cansancio.
Pues bien, este temor se basa en el sentimiento de pérdida, que fue el tema predominante de esta convención. Oímos a un grupo de madres que perdieron a sus hijos y hermanos que perdieron hermanos.
El argumento une la colección generalizada de ansiedades que afectan a América y las concentra en la más visceral de todas: el miedo a la violencia y el crimen. Históricamente, este tipo de miedo elemental ha demostrado ser contagioso y movilizador de multitudes.
Por último, una campaña de ley y orden invoca rasgos de la personalidad autoritaria que Donald Trump sin duda posee. El GOP solía ser un partido que aspiraba a una ética bíblica de caridad privada, amabilidad, humildad y fidelidad. La convención anterior, con Mitt Romney candidato, creció positivamente gracias a las historias de su bondad y mentoría personales.
Trump ha reemplazado los compromisos bíblicos por una ética de gladiador. Todo está orientado en torno a la conquista, el éxito, la supremacía y dominación. Esta fue la convención del Cerrojo. Una campaña basada en la ley y el orden no le pide a los votantes que les guste Trump y los republicanos más de lo que les gustaba Richard Nixon en 1968.
Por otra parte, hay buenas razones para pensar que este enfoque de ley y orden es un error significativo, que exagera la lectura del momento actual de Baton Rouge, Dallas y Niza y que no será el enfoque adecuado para el otoño.
En primer lugar, se basa en una falsedad. Las tasas de criminalidad se han reducido casi sin fallar durante 25 años. Las tasas de asesinatos se han incrementado recientemente entre las bandas en algunas ciudades, pero Estados Unidos es mucho más seguro de lo que era hace una década. En la primera mitad de 2015, por ejemplo, el número de tiroteos en Nueva York y Washington alcanzó mínimos históricos.
Las principales preocupaciones en este país son de carácter económico y social, no causadas por la delincuencia. Trump alcanzó la nominación por su supuesto olfato para los negocios, no porque fuera un sheriff. Al centrarse tanto en la ley y el orden, deja un agujero de una milla de ancho que Hillary Clinton puede aprovechar. Ella, sin duda, en la convención demócrata en Filadelfia, va a concentrarse en el sufrimiento económico. Trump podría terminar luciendo extrañamente distante.
Pero si Trump está distanciado del país, y permanece desinteresado de cualquier cosa menos de sí mismo, también está distanciado de su partido. Trump no está realmente cambiando al partido, lo está disolviendo.
Un partido normal tiene un aparato de profesionales que han estado presentes por un buen tiempo y que saben cómo se manejan los asuntos. Sin embargo, esas personas podrían no existir hoy. La convención republicana de Cleveland ha sido la más caótica y peor organizada de la historia.
Un partido normal está unido por un sistema de creencias coherente. Durante décadas, el Partido Republicano ha defendido en lo externo un orden internacional guiado por los Estados Unidos, y en lo interno un capitalismo democrático con un gobierno limitado.
Trump está diezmando estos principios, y también las cosas que los Republicanos defendían: la OTAN, la reforma de las prestaciones, un conservadurismo compasivo y un movimiento relativamente abierto de ideas, personas y comercio.
En su lugar no hay una agenda real, simplemente espasmos nostálgicos que, como David Frum ha dicho, son parte George Wallace y parte Henry Wallace. La agenda de políticas públicas de Trump, tal como está, es sobre todo una serie de retrocesos vagos y defensivos: construir un muro, prohibir el ingreso de los musulmanes, retirarse del mundo.
Esto no es un partido, es un culto a la personalidad. La ley y el orden es un tema extraño para un candidato que irradia conflicto y desorden. Algunos niños ricos son descuidados de esa manera; rompen las cosas y luego otras personas tienen que limpiar el desastre.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL EN INGLÉS:
The New York Times
The Dark Knight
David Brooks
Welcome to a world without rules. (I want you to read this paragraph in your super-scary movie trailer voice.) Welcome to a world in which families are mowed down by illegal immigrants, in which cops die in the streets, in which Muslims rampage the innocents and threaten our very way of life, in which the fear of violent death lurks in every human heart.
Sometimes in that blood-drenched world a dark knight arises. You don’t have to admire or like this knight. But you need this knight. He is your muscle and your voice in a dark, corrupt and malevolent world.
Such has been the argument of nearly every demagogue since the dawn of time. Aaron Burr claimed Spain threatened the U.S in 1806. A. Mitchell Palmer exaggerated the Red Scare in 1919 and Joe McCarthy did it in 1950.
And such was Donald Trump’s law-and-order argument in Cleveland on Thursday night. This was a compelling text that turned into more than an hour of humorless shouting. It was a dystopian message that found an audience and then pummeled them to exhaustion.
Will it work?
Well, this fear builds on the sense of loss that was the prevailing theme of this convention. We heard from a number of mothers who lost sons and siblings who lost brothers.
The argument takes the pervasive collection of anxieties that plague America and it concentrates them on the most visceral one: fear of violence and crime. Historically, this sort of elemental fear has proved to be contagious and it does move populations.
Finally, a law-and-order campaign calls upon the authoritarian personality traits that Donald Trump undoubtedly possesses. The G.O.P. used to be a party that aspired to a biblical ethic of private charity, graciousness, humility and faithfulness. Mitt Romney’s convention was lifted by stories of his kindness and personal mentorship.
Trump has replaced biblical commitments with a gladiator ethos. Everything is oriented around conquest, success, supremacy and domination. This was the Lock Her Up convention. A law-and-order campaign doesn’t ask voters to like Trump and the Republicans any more than they liked Richard Nixon in 1968.
On the other hand, there are good reasons to think that this law-and-order focus is a significant mistake, that it over-reads the current moment of Baton Rouge, Dallas and Nice and will not be the right focus for the fall.
In the first place, it’s based on a falsehood. Crime rates have been falling almost without fail for 25 years. Murder rates have been rising just recently among gangs in certain cities, but America is much safer than it was a decade ago. In the first half of 2015, for example, the number of shootings in New York and Washington hit historic lows.
The main anxieties in this country are economic and social, not about crime. Trump surged to the nomination on the back of his supposed business acumen, not because he’s a sheriff. By focusing so much on law and order, he leaves a hole a mile wide for Hillary Clinton. She’ll undoubtedly fixate at the Democratic convention in Philadelphia on economic pain. Trump could end up seeming strangely detached.
But if Trump is detached from the country, and uninterested in anything but himself, he’s also detached from his party. Trump is not really changing his party as much as dissolving it.
A normal party has an apparatus of professionals, who have been around for a while and who can get things done. But those people might as well not exist. This was the most shambolically mis-run convention in memory.
A normal party is united by a consistent belief system. For decades, the Republican Party has stood for a forward-looking American-led international order abroad and small-government democratic capitalism at home.
Trump is decimating that, too, along with the things Republicans stood for: NATO, entitlement reform, compassionate conservatism and the relatively open movement of ideas, people and trade.
There’s no actual agenda being put in its place, just nostalgic spasms that, as David Frum has put it, are part George Wallace and part Henry Wallace. Trump’s policy agenda, such as it is, is mostly a series of vague and defensive recoils: build a wall, ban Muslims, withdraw from the world.