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De las ambiciones territoriales

Trump. ¡Es la geopolítica, estúpido!

 

 

Las ambiciones territoriales han sido una constante en la historia de la humanidad, impulsadas por el deseo de expandir fronteras, acceder a recursos naturales, garantizar la seguridad nacional o consolidar el prestigio de un Estado. Desde las conquistas de Alejandro Magno hasta el imperialismo europeo del siglo XIX, la lucha por el control de territorios ha simbolizado poder y dominación. Estas ambiciones no siempre se manifestaron mediante la ocupación militar directa; en muchos casos, estrategias diplomáticas y económicas jugaron un papel crucial en la consecución de estos objetivos.

El siglo XX marcó un cambio en la manera de entender las ambiciones territoriales, con los conflictos mundiales como escenario principal. La Primera y la Segunda Guerra Mundial se desencadenaron, en parte, por disputas territoriales, como las anexiones llevadas a cabo por Alemania o Japón. Posteriormente, la creación de instituciones internacionales como las Naciones Unidas buscó frenar estas ambiciones a través del respeto a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, los resultados fueron limitados en casos como Palestina o Cachemira, donde las tensiones permanecen latentes.

En América Latina, las ambiciones territoriales también han moldeado su historia. Conflictos como la Guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia, o la Guerra de la Triple Alianza en el Cono Sur, muestran cómo las disputas por recursos naturales y la delimitación de fronteras definieron los procesos de formación nacional. A pesar de los acuerdos fronterizos alcanzados, estas tensiones resurgen en contextos políticos o económicos adversos, demostrando que las ambiciones territoriales son un fenómeno dinámico y recurrente.

En la actualidad, estas ambiciones se manifiestan en nuevas formas, como la competencia por zonas estratégicas en el Ártico o los conflictos en el mar de China Meridional. En estos casos, el acceso a recursos energéticos y rutas comerciales sigue siendo el núcleo de las disputas, evidenciando cómo los intereses económicos globales están entrelazados con los reclamos territoriales. Esta evolución refleja una geopolítica en la que la lucha por el control territorial persiste, aunque con estrategias y dinámicas renovadas.

Por otro lado, la aplicación de medidas comerciales restrictivas a productos extranjeros en el mercado norteamericano puede tener consecuencias peligrosas. Estas políticas, implementadas mediante aranceles o barreras no arancelarias, pueden desencadenar represalias de los países afectados, derivando en guerras comerciales. Tales tensiones no solo deterioran las relaciones diplomáticas, sino que también generan inestabilidad económica global, perjudicando a consumidores y empresas en ambos lados de la frontera. Es crucial considerar las implicaciones a largo plazo de estas medidas para evitar consecuencias adversas en el sistema económico internacional.

Dentro de este marco, las ambiciones territoriales de Donald Trump destacan como un elemento controvertido de su política exterior. Su propuesta de adquirir Groenlandia, una isla rica en recursos naturales y de gran importancia estratégica, ilustra su enfoque expansionista. Además, ha manifestado interés en recuperar el control del Canal de Panamá, preocupado por la creciente influencia china en esta infraestructura clave. Aunque estas iniciativas son vistas por muchos como extremas o simbólicas, responden a una estrategia de «geopolítica de accesos» que recuerda la «diplomacia de cañoneras» del pasado, con la intención de consolidar el poder estadounidense en puntos estratégicos del mapa global.

En contraste, el ascenso de China en América Latina ha sido inevitable, reflejando la transformación del sistema global. Durante las últimas dos décadas, China ha consolidado su influencia en la región, convirtiéndose en un socio clave para países como Argentina, Brasil, Chile, México y Perú. El comercio bilateral ha crecido exponencialmente, con América Latina suministrando materias primas esenciales para la industria china, mientras recibe productos manufacturados y tecnología. Este intercambio ha desplazado gradualmente la hegemonía comercial de Estados Unidos en la región, marcando una nueva etapa en las relaciones económicas.

Más allá del comercio, China ha expandido su presencia mediante inversiones en infraestructura, energía y telecomunicaciones. Proyectos como el tren bioceánico y las inversiones en puertos y ferrocarriles, alineados con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, ilustran su estrategia para integrar a América Latina en sus rutas globales. Esta creciente influencia genera tensiones en Washington, que percibe estos avances como una amenaza directa a su liderazgo tradicional en el hemisferio.

El crecimiento y el desarrollo son fuerzas inevitables que trascienden los esfuerzos individuales o nacionales de control. Así como un padre no puede evitar que su hijo crezca y trace su propio camino, ningún país, por más poderoso que sea, puede impedir que otras naciones avancen. El progreso económico, tecnológico y social es inherente a la evolución de las sociedades humanas, y aunque Estados Unidos ha liderado en muchos ámbitos, enfrenta ahora un escenario donde el surgimiento de nuevas potencias es parte del dinamismo global.

Mientras Trump busca revivir estrategias expansionistas, su retórica refleja una nostalgia por el imperialismo estadounidense de finales del siglo XIX. No obstante, el sistema internacional actual es mucho más complejo y multipolar. La competencia entre potencias como China, Rusia y Estados Unidos, junto con la resiliencia de actores regionales como India y Turquía, está redefiniendo las reglas del juego global. En este panorama, intentar imponer una visión unilateral resulta cada vez más inviable, ya que las dinámicas del poder global evolucionan hacia una mayor interdependencia y diversidad de actores.

Recientemente, la presión de Trump sobre Colombia y su presidente Gustavo Petro ha sido un claro ejemplo de su enfoque agresivo. Trump amenazó con imponer aranceles del 25% a los productos colombianos y elevarlos al 50% en una semana si Colombia no aceptaba vuelos con deportados desde Estados Unidos. Petro inicialmente rechazó estos vuelos, argumentando que no se respetaba la dignidad de los deportados. Sin embargo, ante la amenaza de sanciones económicas y restricciones de visas, Colombia cedió y aceptó las condiciones impuestas por Trump.

El mundo está en plena transformación. El equilibrio de la posguerra se tambalea ante conflictos en Europa y Medio Oriente, la alianza autocrática entre China, Rusia y Corea del Norte, las ambiciones nucleares de Irán, el impacto del cambio climático y la inteligencia artificial. En este contexto, Trump, Putin, Xi Jinping y otros líderes buscan remodelar el mundo a su favor, desafiando el orden internacional vigente. Trump pretende que, en este proceso, sea Estados Unidos quien lleve la voz cantante, sin embargo la historia sugiere que la evolución del poder global sigue su propio curso.

Luis Velásquez

 

 

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