Debate Republicano: Ni ruido ni nueces
1.
Se celebró este jueves 6 de agosto el primero -bueno, no fue realmente el primero, pero sí fue el primero ciertamente importante- de la larga serie de debates que la cada vez más maratónica lista de precandidatos del partido Republicano de los Estados Unidos para la presidencia de la nación debe afrontar. Se llevó a cabo en Cleveland, ciudad donde se celebrará la convención republicana, en julio de 2016.
Comencemos por allí: suena bastante ilógico que, a casi un año y cuatro meses de la fecha de las elecciones presidenciales y parlamentarias norteamericanas, ya tengamos en la arena a 17 gladiadores dispuestos a complacer a la masa dispuesta a ver todo tipo de espectáculos algunas veces circenses, una y otra, y otra vez (¿la única mujer pre-candidata? Carly Fiorina, quien por cierto lo hizo bien en el llamado «debate infantil» -ver abajo). Saquemos una primera conclusión: la campaña norteamericana cada día se parece más a esos reality shows modelo «Big Brother», donde hay que superar todo tipo de obstáculos, enfrentamientos, pruebas y accidentes si se quiere triunfar.
De entrada, el número de pre-candidatos es muy exagerado, al punto de que Fox Channel, que transmitía este debate, tuvo que dividirlos en dos grupos, dos divisiones: los 7 menos favorecidos en las encuestas se enfrentaron en un debate menor, en un encuentro de ligas menores («el debate infantil»), y los diez más favorecidos hoy por el apoyo expresado en las mediciones de opinión se enfrentaron en el debate nocturno, el del prime time («el debate de adultos»).
La sociedad norteamericana tiene una larga tradición en materia de debates electorales. Como señala recientemente Josh Zeitz, en una nota publicada en la revista «Politico», técnicamente el primer debate ocurrió en 1788, entre James Monroe y James Madison (los dos, futuros presidentes); la ocasión se dio porque ambos estaban peleando un asiento en el primer parlamento, y decidieron irse juntos a defender sus posturas frente a sus votantes en los condados de Orange, Spotsylvania, Culpeper, Albemarle y Louisa, en el estado de Virginia. El tema central en disputa era que Monroe se oponía a ratificar la constitución, porque no incluía una Bill of Rights, y Madison era Madison, uno de los arquitectos fundamentales del que, según Hannah Arendt, es el documento político más importante en la historia de la humanidad: la constitución de los Estados Unidos.
Fue en 1858 que debatieron por primera vez dos candidatos que luego serían rivales a la presidencia: Stephen Douglas y Abraham Lincoln. Ambos en ese momento eran candidatos al senado (su enfrentamiento presidencial fue dos años después, en 1860).
2.
Gracias a Donald Trump, y a la forma en que ha encarado la campaña, este debate de agosto de 2015 atrajo la atención incluso fuera de las fronteras del país. Trump se comportó como había anunciado que lo haría: si nadie lo atacaba ostensiblemente, él tampoco lo haría. A lo largo de las dos horas, el hombre repartió elogios a muchos de sus colegas presentes (así como afirmó que a todos ellos les había dado dinero para sus campañas en el pasado), repitió el mensaje demagógico que lo ha caracterizado, y se negó a responder a las preguntas, muy concretas y específicas, que le hacían los tres entrevistadores de Fox News. Logró un objetivo esencial para quien puntea en las encuestas: pudo pasar la noche liso y sin heridas, saliendo como llegó: el terreno de juego republicano lo ocupan Donald Trump y nueve candidatos más. Hasta ahora, el millonario se muestra como todo un experto en dormir inteligencias. Un hombre al que por los momentos no le valen las leyes de gravedad de la política. No hay manera de que caiga en las encuestas.
Una prueba de lo anterior es que, medido el tiempo consumido por cada uno, Trump claramente fue quien usó más, bien sea en respuesta a preguntas directas, o en réplicas: 11 minutos, 14 segundos. En segundo lugar, Jeb Bush, con 8 minutos y 48 segundos. En último lugar, con menos de 6 minutos, Rand Paul.
Los otros nueve candidatos (a diferencia de los periodistas) no se atrevieron a hacer críticas al millonario: parecía que se habían puesto de acuerdo en no enojarlo. O quizá recordaron una vieja máxima de George Bernard Shaw: “Never wrestle with a pig. You get dirty, and besides, the pig likes it.” («Nunca pelees con un cerdo. Uno se ensucia y, además, el cerdo lo disfruta.») Por otra parte, si Trump no se auto-inmola en los meses por venir, ya habrá oportunidad de apuntarle los cañones, que en ese momento dispararán con todo, de eso no hay duda. Espérese amigo lector a que comiencen las primarias, en unos seis meses, y ya veremos que la sesión de boxeo de sombra de este primer debate se transformará en una lucha a cuchillo verbal. Pero este primer debate fue civilizado; los pre-candidatos buscaban asimismo desesperadamente mostrarse más humildes que el resto (algo así como ¿tu papá fue un barman? El mío fue cartero.)
¿Quiénes demostraron mejor preparación para el debate? En general, los tres periodistas (Chris Wallace, Megyn Kelly, Bret Baier). Con claridad. Y es que no podía ser de otra manera: la estructura del debate -diez candidatos, un minuto para responder las preguntas, y 30 segundos para cada réplica- lo hacía lucir más como una especie de casting para un musical off-Broadway. El encuentro con tantos participantes, y tan poco tiempo para cada uno, agudiza mucho más una vieja característica de toda reunión similar: más forma que fondo, más manejo mediático que sustancia. Ante ello ¿es acaso extraño que sea pre-candidato presidencial un protagonista de un reality show?
Por lo demás, al tener que ser casi inevitablemente egocéntricos -«yo hice esto, yo voté por aquello», «yo me opuse a tal programa»- el poco espacio que quedaba para otros temas se concentró en cuatro puntos: a) ataques a Obama; b) ataques a Hillary Clinton; c) ataques a todo lo que sea repudiable según la cartilla del Tea Party (Obamacare, las políticas de inmigración, el acuerdo con Irán) y d) ataques a todo aquello que huela a, o parezca terrorismo islámico, cada uno peleándose por ser el más resuelto a bombardear o destruir lo que se ponga a tiro en esa área. En este último asunto, todos se parecían más a un sheriff de Tombstone, Arizona, que al futuro presidente de los Estados Unidos…Con la excepción de Jeb Bush, que por su estilo y carácter luce mucho más sensato, y más presidencial; el problema es que el jueves no mostró mucho más. Del resto, algunas impresiones telegráficas: Marco Rubio, que sumó puntos en algunos temas, y que para algunos analistas estuvo muy bien, sin embargo lució a ratos como un corredor rookie de Formula 1, que uno sabe que si lo hace bien algún día le va a tocar llegar al podio, pero que en esta carrera de largo aliento la distancia no le ayuda; Mike Huckabee, que se anotó algunos puntos en sus temas favoritos, los de política social (aborto, seguridad social), sin embargo mostró una vez más las razones de su derrota contra McCain por la candidatura en 2008 (y al menos, en aquel entonces, era más simpático); Rand Paul: -debo confesar cierta debilidad ante algunas de sus propuestas- el hombre, como buen libertario, se emociona cuando le tocan su punto central: la defensa de la Bill of Rights, y de los derechos ciudadanos frente a las invasiones del Estado (logró ganarse una buenos aplausos cuando afirmó: «no quiero que en Washington tengan registrada la información sobre mi matrimonio o sobre mis armas de fuego.«) John Kasich fue el que se preparó mejor, y también se anotó puntos en temas sociales; Scott Walker no deslució pero tampoco movió el piso, salvo en los temas sociales donde sus posturas conservadoras brillan como luces de neón. Mostró cautela, porque en estos momentos lo que buscan candidatos como él es sobrevivir a las primeras purgas; al no perder ostensiblemente, ganó. Ted Cruz pasó casi desapercibido, en medio del gentío. Él, como el otro candidato de origen cubano, Marco Rubio, para tener algún chance, tienen que lograr aglutinar apoyos en su base natural: el voto latino. Y por ahora no se vislumbra esa posibilidad. Last, and certainly last, Ben Carson y Chris Christie, come on, let’s be serious…El doctor Carson, que al menos mostró que tiene sentido del humor, a la larga será mejor que regrese a la medicina, y Christie que regrese ahorita mismo a New Jersey. El cirujano, hay que reconocerlo, dijo una gran verdad republicana: «hoy no existe la posibilidad de pelear guerras políticamente correctas»).
Un dato fundamental: todos guardaron silencio -inclusive Jeb Bush, una vez más- cuando Trump, ante una pregunta específica («Usted ha dicho que tiene pruebas de que el gobierno mexicano manda gente indeseable a los Estados Unidos; ¿podría indicarle al pueblo norteamericano cuáles son esas pruebas?») lo que hizo fue una vez más regurgitar sandeces contra el pueblo y el gobierno mexicanos. Trump llegó a afirmar que Jeb Bush era todo un caballero, para luego entrarle a fogonazos a su hermano George W. («por su culpa, tenemos a Obama de presidente»; fue una de las dos ocasiones en que sus palabras no provocaron un fuerte aplauso de la audiencia; la primera, al comienzo, cuando se negó a prometer que si no ganaba la candidatura no se lanzaría como candidato independiente).
Malas noticias para los republicanos: si algo hizo el debate, fue continuar alienando el voto latino.
Sin embargo, Jeb Bush hizo luego una crítica que, si bien apuntaba a Obama y Clinton, era claramente dirigida también contra Trump: «No vamos a ganar haciendo lo que Obama y Clinton hacen a diario: dividir el país. Ganaremos si tenemos un mensaje unitario, de esperanza, optimista.»
Podría señalarse que hay una característica que favorece a Jeb Bush: es sin lugar a dudas el único candidato del ala moderada del partido. De los otros nueve, ocho intentaron desplegar sus méritos como representantes de las filas ultra-conservadoras, cada quien a su manera. Y Rand Paul, al igual que su papá, como ya decíamos, es del sector libertario del partido, o sea que no tiene chance.
Otro objetivo central de todos, y lo lograron, fue evitar el ya clásico «error de Perry»: Rick Perry, en un debate en noviembre de 2011 (la campaña de reelección de Obama), luego de afirmar que había unos organismos federales que él eliminaría, se puso a nombrarlos pero se olvidó de uno, y comenzó a titubear, hasta que se rindió al no poder recordarlo (era el departamento de energía).
Una incógnita principal queda por ahora viva: si Trump cae ¿quién lo podría sustituir? ¿El joven y dinámico Rubio? ¿Su otrora mentor, Jeb Bush? ¿El gobernador de Wisconsin, Scott Walker? Muy temprano para saberlo.
Al final, varias preguntas centrales, cuyas respuestas son necesarias para enfrentar los retos presentes y futuros del país, se quedaron jugando banca; veamos algunos temas fundamentales obviados: la desigualdad, las estrategias comerciales (el déficit actual es de $500 billones anuales); la reconstrucción de las infraestructuras, en grado de deterioro muy elevado, según la Asociación Norteamericana de Ingenieros Civiles (se piensa que se necesitan $3,6 trillones para ponerlas al día); una nueva política impositiva, más ajustada al siglo XXI; si Obamacare se repudia ¿qué sistema se adoptará? ¿el canadiense? ¿el inglés? ¿una mezcla?; el financiamiento de las campañas electorales; y algunos temas de política exterior más allá del terrorismo. Mencionemos al menos uno: las políticas expansionistas de Putin (Ucrania, los Países Bálticos, etc.).
En resumen, recordando cierta comedia del gran William Shakespeare, ni ruido ni nueces. Sin embargo, como decía el gran narrador de béisbol Buck Canel, cuando el juego llegaba a un momento asaz interesante: «No se vayan, que esto se pone bueno.»