Decisiones salomónicas
El rey Salomón tuvo fama de ser muy acertado y justo en sus decisiones. Cuenta la historia que en cierta ocasión dos mujeres se disputaban la maternidad de un niño. Consultado el rey, ordenó que se partiera a la criatura en dos y a cada una de las supuestas madres se le entregara una mitad. Ante semejante propuesta, equitativa y cruel, una de las mujeres renunció voluntariamente a su derecho, de lo cual el rey, con lógica elemental, dedujo sin titubear que la renunciante tenía que ser la verdadera madre y, en consecuencia, ordenó que se le entregara el niño.
Las disputas después de las reparticiones son muy comunes, pues cada una de las partes considera que fue tratado con injusticia. Cuando se debe partir un pastel entre dos niños, más de una vez cada uno queda convencido de que la mejor parte fue para el otro. Pero los casos más graves se presentan cuando se debe repartir una herencia y el finado no alcanza a dejar testamento. Con gran frecuencia los herederos terminan enemistados, aún tratándose de hermanos que hasta el momento de la repartición habían llevado una vida de gran unión y afecto, que termina justamente el dichoso día de recibir la fortuna. Cuentan que después de una repartición, dos hermanos quedaron convencidos de que al otro le había tocado la mejor parte. Un sabio los reunió y de una manera salomónica zanjó la cuestión. Si estás descontento con tu parte, le dijo al primero de los hermanos, eso significa que prefieres la otra parte; luego se dirigió al segundo y repitió lo dicho al primero. Entonces –concluyó–, intercambien lo recibido y cada uno quedará satisfecho.
Por lo regular, es harto difícil saber cuál es la mitad, en valor, de un conjunto heterogéneo de objetos. Piénsese en una herencia compuesta por joyas, bienes raíces y objetos de arte que debe repartirse equitativamente entre dos herederos. Sin importar la sabiduría de la persona que haga la partición, lograr el equilibrio cuando se trata de objetos difíciles de avaluar es tarea casi imposible. En vista de esto, se ha diseñado una estrategia salomónica para llevar a cabo una partición de objetos heterogéneos, de tal modo que ninguno de los herederos pueda acusar al juez de haber obrado con parcialidad, y que no exige el concurso de terceros. Es simple: uno de los dos herederos (puede escogerse al azar) elabora un proyecto de partición que considere justo, y el otro elige con qué parte se queda. Y cuando se trate de partir un pastel entre dos niños intransigentes, la misma estrategia sirve: uno parte y el otro escoge.
En el caso de una subasta pública con licitaciones selladas, ninguno de los licitadores sabe cuánto están dispuestos a pagar los demás por el lote subastado, aunque debe esperarse que cada licitador busque minimizar el precio pagado. Podría acontecer que todos licitasen alto, en cuyo caso el ganador estaría pagando un valor mayor que el real. Pero puede darse también el caso contrario, y en tal situación es el vendedor quien sufre el castigo pues recibe una suma inferior al valor real. En todos los casos, lo más probable es que el precio pagado no concuerda con el valor real. En la década de 1960, William Vickrey, premio Nobel de Economía de 1996, resolvió el problema anterior con su técnica de almoneda al segundo postor: los potenciales licitadores entregan sus ofertas selladas; el licitador que ofrezca el valor más alto será el ganador, pero sólo pagará una suma igual a la ofrecida por el segundo postor. Se ha comprobado que esta sencilla estrategia incentiva a licitar conforme al precio justo, pues aquel que ofrezca una suma muy baja no gana, y quienes ofrecen un valor muy alto aumentan sus probabilidades de ganar, pero corren el riesgo de tener que pagar el precio ofrecido por el segundo, que también podría ser alto.
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