Demasiada prudencia
Alfonso Dastis, ministro de Asuntos Exteriores, en su despacho en el Palacio de Santa Cruz. SAMUEL SÁNCHEZ EL PAÍS
Las políticas de apaciguamiento no servirán con Donald Trump
Uno de los componentes más apreciados del liderazgo en las relaciones internacionales es la previsibilidad. Importa que el comportamiento de los gobernantes de otros países sea favorable a nuestros intereses, pero importa mucho más, especialmente cuando hay conflictos o desavenencias de por medio, que estos tengan una coherencia y no sean erráticos. Otra condición apreciada es la prudencia. Esperar y ver suele resultar más acertado que actuar apresuradamente; también es cierto que la prudencia no puede servir de excusa para evitar actuar cuando están en juego intereses vitales o principios esenciales.
A estas alturas, parece claro que Donald Trump no va a formar parte del grupo de gobernantes previsibles. Sus salidas de tono constantes a golpe de Twitter —ya sea en política internacional, economía doméstica o, como ha pasado esta semana, para criticar a una actriz—, su caótica manera de llevar la transición presidencial o su desdén por las informaciones facilitadas por los servicios secretos de su propio país lo alejan de cualquier otro presidente electo de EE UU —republicano o demócrata— de las últimas décadas. Así es la personalidad de quien desde la semana que viene ocupará la Casa Blanca: no sirve de nada tratar de negar la realidad y cobijarse bajo la secreta esperanza de que Trump, una vez en el Despacho Oval, no va a llevar a cabo lo que ha prometido o insinuado durante la campaña y en el periodo de transición.
Eso es lo que puede desprenderse del ministro de Exteriores español, Alfonso Dastis, que, en una entrevista publicada por EL PAÍS el domingo, dio señales de contemporizar en exceso ante la nueva presidencia de EE UU.
La Administración de Trump, aislacionista en defensa y muy agresiva y proteccionista en comercio, puede perjudicar gravemente los intereses de España: el Gobierno debe estar preparado para afrontar esta circunstancia y mostrar la necesaria firmeza. Bastan dos ejemplos concretos. Si el nuevo presidente decide trasladar la Embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, desencadenará tensiones de una magnitud que sin duda serán aprovechadas por el radicalismo islámico que, recordemos, tiene a Europa entre sus objetivos directos. En cuanto al comercio, la política de hostigamiento que Trump ya practica contra México daña también a España y a los intereses de nuestro país allí. No se trata solo de salir en defensa de una nación con una especialísima relación con España, sino de defender nuestras empresas y el comercio internacional.
Tiene razón Dastis en que Trump ha sido elegido de manera legítima. Pero por la misma razón, los líderes europeos no pueden olvidar que han sido elegidos para defender valores e intereses que están en las antípodas de aquellos que sostiene Trump. La canciller alemana, Angela Merkel, ha dejado muy claro su deseo de defender los valores que han cimentado durante décadas la alianza transatlántica. España y sus socios europeos no tienen ni que mostrarse hostiles de antemano con la nueva Administración estadounidense ni prometer a Trump un camino de rosas esperando apaciguar sus instintos. Deben ser firmes y coherentes con sus principios y previsibles en sus actuaciones.