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Democracia y sus restos

Veinte años después, el desastre está a la vista. En vez de democracia, autoritarismo.

«En Venezuela no tenemos democracia”, observó Hugo Chávez en una entrevista con El País de Madrid el 16 de diciembre de 1998. Acababa de ser elegido presidente de Venezuela, apenas un par de semanas atrás, con el 56 por ciento de los votos.

Tal declaración, en boca del mismo presidente electo, tenía que ser llamativa. Así lo entendió el periódico español, que la utilizó como titular para la entrevista.

Pero El País no enfrentó a Chávez con la aparente contradicción de sus palabras, que borraban el significado democrático de su propia elección. “Con la fuerza de las urnas”, anotaba la entrevistadora, (Chávez) ha legitimado su asonada militar de hace siete años, refrendada además por el perdón que le concediera el presidente saliente, Rafael Caldera”.

Aquellos ‘restos’ de la democracia venezolana, tan despreciada por Chávez, siguen tan vivos como cuando llegó al poder.

Guardé el recorte de prensa en mis archivos, con el que me tropecé en días pasados mientras preparaba una de mis clases sobre populismo. Veinte años después, su lectura puede ser bastante aleccionadora.

La primera reflexión surge del titular que abre esta columna: un presidente electo que niega la fuente que le confirió el poder. ¿O no? Si en Venezuela no había entonces democracia, como denunciaba Chávez, ¿bajo qué autoridad asumía la presidencia? ¿La asonada militar fracasada de años atrás?

Quizás habría que leer la cita completa de lo que entonces dijo Chávez: “En Venezuela no tenemos democracia, sino los restos de lo que pudo ser un sistema democrático”. ¿Cuáles eran esos restos? ¿Su presidencia? ¿El Congreso, también recién electo?

El lenguaje del presidente, que parecía negar la legitimidad de su propia elección, no era gratuito. Su intención fue abonar el terreno para “refundar la nación venezolana en la V república”. Para ello, el Congreso, en manos de la oposición, era obstáculo. La salida era simple: convocar una asamblea constituyente de manera inmediata, que debía, en principio, ser aprobada por el Congreso.

Chávez, no obstante, decidió saltarse al Congreso por medio de un referendo que le sirvió para armar una constituyente de bolsillo –con ingenio manipulador, los partidarios de Chávez controlaron el 93 por ciento de sus curules, a pesar de haber obtenido apenas el 53 por ciento de los votos–.

Los “restos” de la democracia perdían visibilidad ante la arremetida chavista, con su nueva Constitución, cierre del Congreso y otras elecciones presentadas como “relegitimación de las autoridades”.

“¿Chavazo al estilo del fujimorazo?”, le preguntaron en El País. No; será un “pueblazo” fue la respuesta de Chávez. Pero era ya claro que no todo el pueblo estaba con el régimen, cuyas características Chávez proyectó en aquella entrevista cuando aún no había tomado las riendas de la presidencia.

Importa examinar bien el lenguaje de aquel militar golpista, entonces recién electo a la presidencia venezolana. Se distanció del “populismo”, al que llamó “una desviación de la democracia”. (Algunos de sus admiradores intelectuales reclamaron poco después al populismo como de la esencia democrática). Y definió algunos de los términos de su proyecto bolivariano, identificado con la “democracia social”, el cristianismo, y una “economía humanista y diversificada”.

Veinte años después, el desastre está a la vista. En vez de humanismo, crisis humanitaria. En vez de diversificación, decrecimiento económico. En vez de democracia, autoritarismo.

¿Y los restos? Aquellos “restos” de la democracia venezolana, tan despreciada por Chávez, siguen tan vivos como cuando llegó al poder. Hoy son nuevamente mayoritarios. Y en ellos se encuentra la mejor esperanza para pasar la página de esa pesadilla madurista que sí es la negación de la democracia.

 

 

 

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