‘Desde que llegas estás recibiendo maltrato’: la dura experiencia de una doctora cubana que trabajó en Venezuela
No puedes ir a la iglesia, llegar tarde a la casa, relacionarte con venezolanos, y mucho menos enamorarte de uno sin permiso del Partido… Por no acatar esas normas, Elisandra del Prado no podrá ver a su hijo pequeño en ocho años.
La doctora cubana Elisandra del Prado Torres, especialista en Medicina General Integral, cursó un Diplomado de Terapia Física y Ocupacional para incorporarse a la misión médica en Venezuela. Además, pasó el curso político del Partido Comunista. Llegó a Venezuela el 16 de enero de 2020. A los pocos días, quería regresar a Cuba.
«Desde que llegas a Caracas estás recibiendo maltrato. No te dan una comida adecuada para una persona que viene de un viaje, tampoco te dan alojamiento adecuado. Te mandan a una villa, mientras te ubican, porque no tenía ubicación exacta cuando vine para Venezuela«, cuenta la profesional de 31 años de edad, madre de un niño de cuatro años.
«Había varias habitaciones, cada una tenía como seis o siete literas. La alimentación fue pésima. La primera comida que dieron fue un caldo, una cosa mala. Al otro día, ni siquiera alcancé desayuno. Llegué a las 8:00 de la mañana y ya había pasado el desayuno».
«Allí pasé como tres días y me mandaron para el Estado de Lara, ahí estuve en otra villa tres días más. Parecía una prisión. Un pasillo largo con cuatro cuartos; en cada cuarto había seis o siete literas. Ahí ponen a los hombres y a las mujeres juntos, en un mismo cuarto, lo cual es una falta de respeto total. Como desayuno te dan una arepa… No era ni siquiera una arepa; era un masacote de harina que no había quién se lo comiera, frío. Y solo, sin un poquito de leche, un té, nada. Ni siquiera agua había para tomar. Aquello acabó conmigo desde que llegué a la misión. Las ganas que tenía eran de virar para Cuba, sinceramente. Incluso, no me podía comunicar con mi familia. Allí no te dan las posibilidades de comunicarte con tu familia, nada».
En Lara, la ubicaron en La Estancia, un lugar cerca de Barquisimeto, que describe como «bastante tranquilo. No era peligroso».
«Allí estuve un mes y medio trabajando como fisiatra; venían bastantes pacientes, que requerían de este servicio. Se atendían en horario de la mañana y en horario de la tarde, quedaba libre. Pero había que estar en el CDI (Centro de Diagnóstico Integral) obligatoriamente de 8:00 de la mañana a 4:00 de la tarde. No me podía retirar a la casa a hacer los quehaceres, ni hacer compras, nada«.
«Después, me trasladaron al municipio de Torres, a un ambulatorio, que era como un departamento pequeño. Tenía dos cuartos, cocina-comedor y el baño. Ahí compartía con dos compañeros más. Luego, con la situación epidemiológica que se presentó con la pandemia del Covid-19, decidieron movernos para una casa grande que le llaman ‘la casona’. Ahí hay como 12 colaboradores conviviendo, aproximadamente son seis cuartos. En cada cuarto hay de dos a tres personas».
«Cubito a cubito»
Al describir la nueva vivienda, Elisandra afirma que está en muy malas condiciones. Están las ventanas, pero no tiene las persianas. Entonces quedan los cuartos abiertos. Para tú cambiarte o algo, tienes que poner una sábana, porque si no te pueden hasta ver desde fuera. La casa se moja; el fluido eléctrico tiene problemas, a cada rato hay un corte en la casa, porque las conexiones han sido hechas por los mismos colaboradores. No hay muebles, no hay condiciones como para decir que ahí hay unos profesionales viviendo. La televisión que ponen es la televisión cubana, a través de una caja decodificadora. Las lavadoras, si existe alguna, están en malas condiciones».
«Como la casa tiene dos plantas, hay un fogón de cuatro hornillas abajo y otro arriba. La balita de gas no se responsabiliza la misión de llenártela. Los colaboradores algunas veces recogen un producto por cada uno, de lo que les dan en el mercal, y se vende. Con eso, se rellena la bala de gas», explica.
El mercal es una bolsa que le dan a los profesionales cubanos con tres paquetes de harina, tres de arroz, tres de espaguetis, tres de sardinas, tres de unos frijoles chinos que conoció en Venezuela. «Y piensan que con eso uno puede pasar un mes. Ah, y por supuesto, eso hay que pagarlo«.
Afuera de la casa había una cisterna de la que los colaboradores cargaban el agua «cubito a cubito», para bañarse, fregar y lavar, porque «no había como tal instalación de agua», relata la doctora. Pero si solo tuvieran que cargar el agua de la cisterna, habrían estado bien.
«Cuando se acababa el agua, porque llegaba cada 15 días aproximadamente, teníamos que ir todos a bañarnos al CDI y cargar unos pomos de agua para asearnos, hacer desayuno… Nosotros no teníamos acceso a ningún tipo de agua potable«.
Para tener una relación con un nacional había que informarlo antes
A las condiciones de alojamiento, la falta de agua y las dificultades para cocinar, se sumaba la falta de libertad. «Yo soy cristiana y ellos te prohíben reunirte, ir a las iglesias. Si vas a una iglesia, puede constituir una indisciplina (…) Enfatizan mucho en que no puedes relacionarte con ellos (los venezolanos), no puedes darles confianza, no puedes hablar de política, porque no quieren que se conozca la verdad de Cuba«.
Incluso había una persona en la casa que se encargaba de informar a qué hora llegaban los colaboradores. Llegar después de las 6:00 de la tarde era unaindisciplina. «El coordinador se aparecía en la casa a ver dónde yo estaba, y con una mala forma, como si fuera mi marido».
En una ocasión, activaron una comisión disciplinaria, integrada por la representante del Partido y distintos miembros del CDI, para analizar la «situación» de Del Prado. La acusaron de violar el horario de la casa, y cuestionaron sus relaciones «desmedidas» con venezolanos, porque tenía muchas amistades entre ellos, y su relación sentimental con un nacional.
«Eso es lo que ellos más persiguen. Lo que me dijo la del Partido fue que, para poder tener una relación con un nacional, había que informarlo antes, para que ellos investigaran, y si ellos estaban de acuerdo, entonces podía llevar a cabo esa relación«.
El 13 de marzo, después de su guardia, Del Prado le entregó su hoja de cargo al coordinador y le pidió permiso para ir al centro a comprar.
«Me dijo que no estaba autorizada, porque iban a venir los jefes para analizar mi situación. Sin pensarlo dos veces, recogí todo y me fui. Y hasta el sol de hoy«.
Un compañero le contó después que el coordinador le había dicho que si la veía en la calle no la saludara. También, que habían hechoun acto de repudio en el CDI, para analizar «las deserciones», porque la suya no fue la única.
Su compañera de cuarto ha sufrido represalias por parte del coordinador, porque cree que conocía las intenciones de Del Prado, algo que ella niega.
Del Prado describe las consecuencias de abandonar la misión como «dolorosas» y se siente afectada a nivel psicológico.
«Tenía la esperanza de ir a Cuba, de ver a mi hijo, de llevarle a mi familia muchas cosas que les había comprado; me costó mucho sacrificio traer los dólares para acá y hacer esas compras. Ya yo tenía mi equipaje completo para llevar para allá para mi familia; tenía muchas ganas de ver a mi hijo, a mi madre (…). Lo otro que me ha afectado es la parte económica, el dinero que tengo allá en Cuba, ahorrado en el banco, no me lo van a dar, ni siquiera se lo van a dar a mi familia. Además, no puedo volver a Cuba en ocho años, algo que considero totalmente injusto, inhumano, algo que no va con los principios de la tal Revolución. El que inventó eso es un degenerado».