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Despachos desde Milán [3]: coronavirus y arrogancia globalizada

Como estaba previsto, la epidemia Covid-19 ha comenzado con su proceso de globalización. El simplismo de tratar de circunscribirla al norte de Italia, como si de una región maldita se tratara, se ha visto desmentido por la diseminación de la virosis en los principales países europeos, llegando hasta geografías tan dispares como las de Israel, Nigeria y Brasil. La globalización, como diría el comediante mexicano, es global.

No parece posible que un solo país en el planeta se mantenga al margen de la expansión del coronavirus. Un agente infeccioso tanto más peligroso por la aparente levedad de sus efectos. En ningún momento tan letal como el virus del ébola o del Sars, las muertes que ha producido hasta los momentos superan las ocasionadas por sus parientes más temidos. De manera igualmente inocente comenzó su propagación y amenaza con convertirse en una infección planetaria de proporciones desconocidas. Que no haya sido tan escandalosa fue lo que permitió sus primeros avances en China.

Los primeros reportes de la enfermedad en el gran país del Lejano Oriente se conocieron desde el 30 de diciembre; no obstante, las autoridades esperaron hasta el 24 de enero para imponer el cordón sanitario, una decisión que tomó más de ocho horas para ponerse en práctica. Dos fueron las causas probables de esta conducta irregular. En primer lugar, la más obvia: China, aunque modernizada, sigue siendo una sociedad comunista, un modelo de gobierno que depende de la mentira sistematizada para mantenerse en el poder. Si no mintieran no serían comunistas. Se trata de un problema existencial: la mentira es la esencia de su existencia.

La segunda de las causas es menos aparente. El compulsivo desarrollo económico de la gran nación asiática la ha llevado a adoptar viejas conductas basadas en la arrogancia y el menosprecio. Esta actitud, que los antiguos griegos conocieron como hibris era la forma del comportamiento de los hombres que más irritaba a los dioses. Fue una muestra de hibris, duramente castigada, la que condujo a Agamenón, pastor de hombres y rey de Argos, a su muerte ensangrentada. No contento con haberle quitado la vida a Ifigenia, la más querida de las hijas de su madre, la divinal Clitemnestra, regresó al palacio ostentando de manera chocante su botín de guerra, no otro que Casandra, a la cual ni siquiera escuchó, a pesar de sus facultades adivinatorias, cuando le advertía de la muerte que le esperaba apenas cruzara las puertas de su real morada. Agamenón, ahíto de arrogancia, no consideró probable la conducta asesina de su esposa, detrás de la cual se escondía la voluntad de los inmortales. Tampoco Xi Jinping, el imperial presidente de la todopoderosa China, quiso en principio creer que esa epidemia pudiera poner en jaque su proyecto de una China imperial e imperialista. ¿Qué puede un pobre virus ante el dragón del mito?

Los turistas con máscaras protectoras caminan el 28 de febrero de 2020 en el centro de Milán. Fotografía de Miguel Medina | AFP

 

Cada epidemia es un cuestionamiento a la organización social afectada. Nerón lo entendió y, con sobrados excesos, se propuso una reorganización de la sociedad romana. Las grandes pandemias del siglo XIV precipitaron el fin de un feudalismo moribundo, de cuyas cenizas habría de surgir el Renacimiento.

Nuestro siglo postmoderno ha asistido al espectáculo de la creciente arrogancia de la sociedad globalizada. Arrogante ha sido China, pero no menos los Estados Unidos, y la hasta hace poco prometedora Unión Europea. Es preocupante, y hasta cierto punto patética, la confusión con la cual estas sociedades han respondido al reto de un virus no muy distinto al de la influenza. El problema no ha estado en la manera como lo han atacado. Ni que no se haya producido una vacuna y se corra el riesgo de que, como en el caso del Sars, se termine produciendo una vez que el virus por su propia y real voluntad decida marcharse de la misma manera como llegó.

Lo lamentable y costoso ha sido la incapacidad de prevenir males como el actual. En los estudios de Medicina Preventiva, lo primero que se nos enseña, es que resulta mucho más costoso curar que prevenir. Cada victoria de uno de estos microorganismos es una derrota a la inteligencia de los hombres, pensadores, científicos, creadores y políticos que han fundado el mundo moderno. Ante tales logros, un pequeño ser como el coronavirus es una lección de humildad. No entender así es incurrir en esa hibris que tanto molestaba a los dioses de la antigüedad, y a los actuales, en el caso de que todavía los haya.

En el norte de Italia, en tanto, la vida continúa en medio del temor y la confusión. Las cifras son las más ingeniosas. Uno de los diarios más importantes de la ciudad titulaba hoy de la manera más sibilina: “También crece el número de los que se curan”. Como decíamos en el segundo de estos despachos: se aprende más de un “también” que del ensayo más sesudo. Si también crece el porcentaje de pacientes curados, quiere decir que el de nuevos afectados sigue en aumento.

Seguramente lo que se quería decir es que la virulencia del coronavirus no es tan incontrolable ni fatal como la de otra virosis, el ébola, por ejemplo. Esto, al final del día, no deja de generar cierta confianza, una sensación que, sin duda, será más estable cuando las cifras totales comiencen a descender. No queremos menos muertos, lo que queremos es menos enfermos. Menos víctimas de este nuevo virus, en un mundo que ha demostrado estar globalizado para todo, incluso para la peste.

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Alejandro Oliveros es poeta, ensayista, traductor, y crítico literario. Nació en Valencia, Venezuela, el 1 de marzo de 1948. En 1971 fundó la revista Poesía y más tarde dirigió Zona Tórrida hasta 2008. En marzo de 2012, Pre-Textos publicó su poesía reunida entre 1974 y 2010 en el libro Espacios en fuga. Desde 1981 ha sido profesor de literatura inglesa y norteamericana en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, y entre 2004 y 2008 Jefe del Departamento de Literaturas clásicas y occidentales. Desde 1995 escribe su Diario Literario, textos reunidos en más de diez volúmenes de diversas editoriales. Actualmente, los publica en línea en Prodavinci.

 

 

 

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