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Desplante de Mohamed VI

La cortesía diplomática es imperativa, aunque este desdén también exhibe la falta de tino de nuestro Gobierno a la hora de administrar ciertas concesiones con el país vecino

 

El rey de Marruecos, Mohamed VI, no recibirá al presidente del Gobierno de España en la Reunión de Alto Nivel que ayer comenzó en Rabat y que se prolongará durante el día de hoy. A cambio, el monarca marroquí ha decidido despachar la visita del presidente Sánchez con una llamada telefónica realizada desde su retiro en Gabón. La cumbre entre ambos países, anunciada como histórica, arrancó ayer con un foro empresarial al que, por motivos personales, tampoco asistió Antonio Garamendi, presidente de la CEOE.

El gesto de Mohamed VI solo puede interpretarse como un desaire en términos diplomáticos. En total, serán doce los ministros españoles que acudirán a la cumbre para escenificar la necesidad de reimpulsar las relaciones con un país vecino que es, además, un aliado prioritario en términos estratégicos. En el contexto de una reunión de tanto calado, y con una representación de máximo nivel del Ejecutivo español con el presidente Sánchez a la cabeza, la incomparecencia del jefe del Estado marroquí adquiere un significado muy concreto.

Es la primera vez que el rey de Marruecos no recibe al jefe del Gobierno español y, en esta ocasión, la ausencia cobra una especial relevancia por más que desde nuestro Ejecutivo se intente restar importancia al hecho. La cumbre que se celebra en Rabat estaba llamada a ser el escenario de normalización definitivo en las relaciones entre ambos países. Sobre todo, después de que en abril de 2022 se iniciara un proceso de acercamiento tras la crisis derivada por el tratamiento de Brahim Gali en un hospital de Logroño. La apertura de la aduana de Ceuta y la reapertura de Melilla demuestran el cambio de ciclo en el marco bilateral. El descenso del flujo migratorio proveniente de Marruecos invitaba a confiar en el restablecimiento de una buena relación que, sin embargo, parece no estar asegurada.

La cortesía diplomática es imperativa en cualquier país que ejerce de anfitrión. Por este motivo, esta falta de atención supone un agravio a la delegación española. Este desdén exhibe, sin embargo, algunas debilidades de nuestro Ejecutivo en la gestión de las relaciones con nuestro país vecino y demuestra que la colección de concesiones que se han venido sucediendo en los últimos meses ha resultado del todo infructuosa. La imagen de éxito que el Gobierno de Sánchez intenta proyectar en el contexto internacional contrasta con las tensiones que no terminamos de resolver con un aliado tan imprescindible como Marruecos.

Hace apenas unos días, el exministro socialista y eurodiputado Juan Fernando López Aguilar señaló que en ocasiones se deben «tragar sapos». Aquel alegato pragmático intentó justificar la insólita conducta de los representantes del PSOE que votaron en contra de la resolución aprobada en el pleno del Parlamento Europeo del pasado 19 de enero, una iniciativa en la que se instaba a Marruecos a respetar la libertad de expresión y a garantizar un proceso justo a los periodistas encarcelados. Aquella concesión se sumaba al insólito e inexplicado giro diplomático que supuso para el Partido Socialista reconocer la autoridad marroquí sobre el Sáhara, rompiendo con un compromiso tradicional con la autonomía del pueblo saharaui. Estas y otras cesiones desvelan que las arriesgadas posiciones adoptadas por nuestro Ejecutivo no han surtido el efecto esperado y se han demostrado poco útiles en la estrategia de normalización de relaciones con el país vecino.

 

 

 

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