Diario de la cuarentena (28): No tener costumbre de la lentitud
Se romperán muchas cosas en estos días: las parejas, los trabajos, las familias… Lo único que continuará ahí, redondo, será el tiempo delimitado en las esferas de los relojes
Veintiocho días de confinamiento comienzan a ser demasiados, ¿con respecto a qué? Miguel de Cervantes pasó cinco años cautivo en Argel. Voltaire encadenó varios exilios. Montaigne vivió diez años confinado. Ana Frank padeció un infierno de tres años, dos escondida y uno en un campo de concentración.
Las circunstancias de cada personaje son tan diferentes entre sí como el tiempo que habitaron, pero todas tienen en común un elemento: algo mayor se impone y condiciona los desenlaces. Algo que no puede someterse a la propia voluntad y depende de alguien más. La crisis del Coronavirus tiene todo esto, con un detalle: aun siendo el mismo, el tiempo nos dura de otra forma.
La capacidad de esperar parece casi tan atrofiada como la disposición a estar en soledad. La vieja costumbre de domeñar el espíritu ha quedado aparcada en la compulsión, que hoy día es más difícil de ejercer entre cuatro paredes. Y si no me creen, pregúntele a un runner, al que compra compulsivamente o al que se desahoga en el balcón de Twitter.
«No tenemos costumbre de la lentitud. No la entendemos, muy pocas veces la hemos practicado»
Lo complicado de la cuarentena —la que compete a gente como usted y como yo, que no somos médico ni sanitarios— es reconocer en lo propio afecciones grupales. Por remoto que sea, en algo nos parecemos el vecino que saca al perro cinco veces al día, al tuitero enfurecido, al melancólico o incluso al temerario escapista que se salta el confinamiento: la incapacidad de lidiar con un tiempo que nos resulta demasiado elástico y sobre el que no podemos incidir, de ninguna manera.
La historia no es lineal: lo que sigue a un tiempo no corrige o mejora al anterior. Da rodeos, tartamudea, se esclerotiza. Algo de eso tienen estos días de confinamiento. El asunto es que o no conocíamos u olvidamos la verdadera duración del tiempo. Incluso tras desear poseer más, una vez concedido, ignoramos qué hacer con él.
No tenemos costumbre de la lentitud. No la entendemos, porque muy pocas veces la hemos practicado. Tendríamos que aprender a torear para entenderla en su dimensión de milagro y tragedia. Se romperán muchas cosas en estos días: las parejas, los trabajos, las familias… y sin embargo, lo único que continuará ahí, redondo, será el tiempo… delimitado en las esferas de los relojes.