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Diario de la cuarentena (40): El Libro que no fue, el Sant Jordi que no llegó

El coronavirus ha desahuciado a la literatura de su fiesta. Ha apeado a Cervantes de la fecha que conmemora su muerte. Ha vaciado Las Ramblas de rosas y lectores

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…», lee un joven con mascarilla. Vestido apenas con una bata de papel o acaso de tela débil y leñosa, declama el primer capítulo del Quijote en el hospital de campaña de Ifema. Lo han hecho también sanitarios y militares. Estamos enfermos, pero aún podemos leer.

En Alcalá de Henares el Paraninfo está desierto y las campanas doblan, huecas, en este día sin la ceremonia que distinguió a escritores como Borges, Octavio Paz, Miguel Delibes, María Zambrano o Ana María Matute. Las Ramblas están desiertas y sólo los repartidores de Glovo pedalean con docenas de rosas rojas en sus cestas. Los libros no sé quién los entrega, pero confío en que también se mueven, clandestinos, en el día señalado para celebrarlos.

Es la primera vez en más noventa años en que no se celebra Sant Jordi en Barcelona. También la primera desde su creación, en 1976, que no se entrega el Premio Cervantes. El coronavirus ha desahuciado al Libro de su fiesta. Ha apeado a Cervantes de la fecha que conmemora su muerte. Nos envolvió en mascarillas y nos obligó a leer, a solas, en casa.

Al Día del Libro y Sant Jordi los une la secreta fiesta de los lectores. Siendo lo mismo, se reparten de otra forma sobre la calle

 

Que la lectura es un acto individual es algo que damos por sentado, pero era hoy, el Día del Libro, el momento para hacerlo todos juntos. Nos movemos, un tanto huérfanos y amputados, por este día sin librerías, por estas horas repletas de asco y hartazgo. Hay que aprovisionarse de lo vivido y lo leído, para empujar esta estepa anegada de cansancio e hidrogel.

Al Día del Libro y Sant Jordi los une la secreta fiesta de los lectores. Siendo lo mismo, se reparten de otra forma sobre la calle. Y es la belleza de su diferencia lo que los hace únicos e indispensables. El Día del Libro madrileño tiene la fuerza de una Novela ejemplar y Sant Jordi  lo que las celebraciones y las hecatombes: algo parecido a un corrientazo o esa sensación de fiebre.

Esta fiesta en línea, metidos en una pantalla, tiene algo funerario e infecto. Es insólita, pero intentamos que sea feliz. Porque así lo hemos elegido. No tenemos nada más excepto nuestras bibliotecas o las que nos queda por construir. Encerrados en nuestras casas no somos conscientes aún de lo que se nos echa encima a todos. Necesitaremos libros para soportar el mundo que viene y al que tendremos que salir. Queramos o no. Estamos enfermos, casi vivos, pero aún podemos leer.

 

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