Díaz-Canel, Castro y el remiendo constitucional
LA HABANA, Cuba.- En los últimos doce años, luego de heredar el poder de manos de Fidel, Raúl Castro tuvo la oportunidad de pasar a la historia por sacar a Cuba del callejón sin salida. O al menos de no entorpecer aun más el acceso a la angosta portezuela de escape. Era lo que indicaba el sentido común. Pero desperdició esa oportunidad, y en contra de toda lógica, decidió salvar, o mejor, mantener como pudo, haciendo malabares, los ripios que quedaban de algo que no tenía salvación. Así, lo que ha hecho es chapoletear en el desastre.
Cabía esperar que el general de ejército utilizara las cualidades de buen administrador que demostró en el principado guerrillero de la Sierra de Cristal y luego en el llamado “perfeccionamiento empresarial de las FAR”. Pero, en vez de los cambios estructurales y las reformas de calado que requería la economía nacional —ni hablar de libertades políticas, sería pedirle demasiado—, el general de ejército recurrió a los parches y los remiendos de unos Lineamientos y un plan de desarrollo a largo plazo, que por su lentitud y sus zigzagueos, siempre en reversa, recuerdan el cuento de la buena pipa.
Las reformas raulistas, o “perfeccionamiento del modelo económico”, como prefieren oficial y eufemísticamente llamarlas, han beneficiado a una minoría, en detrimento de los menos beneficiados de la sociedad. Aun así, las autoridades insisten en trabar el trabajo por cuenta propia y de los cooperativistas y en condenar a perpetuidad a la pobreza al cubano de a pie al impedirle la acumulación de propiedades y riquezas.
Raúl Castro, como gobernante, se vio atrapado, más que por sus propios temores y aprensiones, primero por las continuas interferencias del Máximo Líder, que no dejó de serlo durante su convalescencia de más de diez años, y luego de su muerte, por el sector más inmovilista del régimen, a quien no quiso contrariar. Adicionalmente, no se decidió a desembarazarse de la burocracia corrupta que no dejó de poner zancadillas a los cambios, por tímidos que fueran, para no ver perjudicados sus intereses.
Ahora, como primer secretario del Partido Comunista luego que legó la presidencia al sucesor que designó, al frente de la comisión que se encargará de la reforma constitucional, todo indica que Raúl Castro volverá a desperdiciar la oportunidad de utilizar sus facultades en hacer algo verdaderamente trascendente y beneficioso para el futuro del país.
Ni soñar con una constitución enmendada que posibilite un tránsito hacia un poco más de democracia. Nada de eso. Tanto el general de ejército como su heredero, Miguel Díaz-Canel, han anunciado que en la constitución más que enmendada, remendada que resultará, el Partido Comunista, como plantea el artículo 5 de la constitución, seguirá siendo “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del estado”. Y a pesar de que la modificación constitucional de 1992 podó algo de la asfixiante retórica marxista-leninista anterior, también han advertido que se mantendrá irrevocable el socialismo, congelado como un pescado de repulsivas escamas y feos ojos saltones en la nevera, intocable para los maniatados parlamentarios de las legislaturas del futuro.
Así, lo que harán el general y sus corifeos partidistas es minar el camino, aún más, a una eventual transición a la democracia.
Más allá de un necesario acortamiento del extenso preámbulo, poco se puede esperar que salga de la constitución reformada. Si acaso, y siendo optimistas, para ampliar un poquito, solo un poquito, la reforma económica, hará legal lo que se ordenó por decretos-leyes, variará la palabrería sobre los medios fundamentales de producción, la propiedad privada y “la supresión de la explotación del hombre por el hombre”, retocará el maquillaje de la Ley Electoral, ampliará los poderes de los gobiernos provinciales, simulará dar más autonomía a las llamadas “organizaciones de masas” para hacerlas pasar por “sociedad civil”, y ante el creciente envejecimiento poblacional, para no quedarse sin mano de obra, es probable que eleven la edad para jubilarse.
Posiblemente creen el cargo de primer ministro, sustituyendo la caricatura presidencialista por una parlamentaria, pero de mansas unanimidades y sin majaderías revocatorias o impertinentes interpelaciones.
Tal vez flexibilicen un poco el artículo 62, para que los ciudadanos tengan algo más de derecho a lo poco que no está prohibido o es obligatorio. Va y hasta aceptan la doble ciudadanía, y para complacer a Mariela Castro, no por otras consideraciones, el matrimonio igualitario…
En cambio, y a juzgar por como van las cosas, entre tantas cero tolerancias que anuncia el adusto mandarinato, puede que decidan legislaciones represivas adicionales en función de acabar definitivamente con “la subversión” y aprieten todavía más las tuercas a la oposición que subsiste precaria y tan tozudamente como el régimen, y a la que siguen calificando —incluso a la que pudiera considerarse como una oposición leal— como “mercenarios al servicio del gobierno norteamericano”.
Tanto como se ha hablado de una ley de medios de prensa, las perspectivas parecen malas para los periodistas independientes. La agresividad en contra de los comunicadores alternativos va en aumento. Lo confirman los frecuentes arrestos arbitrarios de colegas y el reciente allanamiento por la Seguridad del Estado de la sede de la Asociación Pro Libertad de Prensa y la confiscación de todos sus medios de trabajo. ¿Vendrá luego Primavera Digital, 14ymedio, Convivencia, ICLEP? ¿Será una nueva primavera negra, el comienzo de la solución final?
Sé que muchos me reprocharán por escéptico y pesimista. Lo siento. Qué más quisiera, por el bien de todos, absolutamente de todos, que estar equivocado y que resulte algo positivo del remiendo constitucional. Ojalá, pero lo dudo…