Dos espías enemistados: el presidente ruso y el oficial envenenado
MOSCÚ — Serguéi Skripal era un peón de poca monta.
Así es como los funcionarios británicos describen ahora a Skripal, un agente de inteligencia ruso que reclutaron como espía a mediados de los años noventa. Cuando los rusos lo atraparon también lo vieron de esa manera y le redujeron su sentencia. Lo mismo pasó con los estadounidenses: el director de los servicios de inteligencia que organizó su liberación en 2010 jamás había oído sobre él cuando lo incluyeron en un intercambio de espías con Moscú.
Sin embargo, Skripal era importante ante los ojos de un hombre: Vladimir Putin, un agente de inteligencia de la misma edad y con la misma formación, ahora presidente ruso.
Ambos habían dedicado sus vidas a una guerra de inteligencia entre la Unión Soviética y Occidente. Cuando la Guerra Fría terminó, los dos buscaron cómo adaptarse a la nueva realidad.
Uno ascendió; el otro cayó. Mientras Skripal trataba de reinventarse fuera de Rusia, Putin y sus aliados, exagentes de inteligencia, reunían los pedazos del viejo sistema soviético. En cuanto se hizo con algo de poder, Putin comenzó a ajustar cuentas, con un odio especial hacia quienes habían traicionado a los grupos de inteligencia.
Hace seis meses, Skripal y su hija, Yulia, fueron encontrados desplomados, con espuma en la boca, sobre una banca de una ciudad británica. Su envenenamiento llevó a una confrontación al estilo de la Guerra Fría entre Rusia y Occidente. Ambos bandos expulsaron diplomáticos y discutieron acerca de quién intentó matarlos y por qué.
Los funcionarios británicos han acusado a Moscú de enviar a dos sicarios para aplicar un agente nervioso en el picaporte de la puerta de su casa, una acusación que Moscú negó categóricamente. Los directores británicos de inteligencia afirman haber identificado a los hombres como miembros de la misma unidad militar de inteligencia rusa, la GRU, o Directiva Principal de Inteligencia, donde alguna vez trabajó Skripal.
No está claro si Putin desempeñó un papel en el envenenamiento de Skripal, quien sobrevivió al envenenamiento y ahora está escondido. No obstante, decenas de entrevistas realizadas en el Reino Unido, Rusia, España, Estonia, Estados Unidos y la República Checa, así como una revisión de los documentos de un tribunal ruso, muestran cómo sus vidas se cruzaron en momentos clave.
Por la riqueza
A finales de la década de 1990, Serguéi Skripal regresó de Madrid, adonde lo enviaron encubierto a la oficina del agregado militar ruso. Rusia estaba en pleno caos. No les habían pagado a los mineros del carbón, a los soldados ni a los médicos durante meses. Los trabajadores se apoderaron de una planta de energía nuclear en San Petersburgo y amenazaron con suspenderla a menos que les pagaran su sueldo atrasado.
Pero Skripal se divertía y se mostraba feliz.
Oleg B. Ivanov, quien trabajó con él en la oficina regional del gobernador en Moscú, recordó que Skripal vivía en un raído edificio de viviendas dentro de una unidad de casas idénticas y conducía un Niva destartalado. Sin embargo, algo no cuadraba: en los restaurantes, insistía en pagar la cuenta de todos.
“Eso era algo que lo distinguía. No sé por qué lo hacía”, comentó Ivanov. En su grupo había muchos otros exespías soviéticos que habían dedicado la primera parte de su vida a calificar como agentes de inteligencia, pero con el colapso de la Unión Soviética eso ya no tenía mucho sentido. “Había un eslogan en ese entonces: Enriquézcanse”, dijo Ivanov.
Y eso hizo Skripal. “Simplemente le encantaba el dinero”, recordó su amigo.
Eso explica su traición.
En 2006, Ivanov escuchó el nombre de Skripal en las noticias. Los fiscales dijeron que, mientras estuvo en España, el exespía había comenzado una alianza de negocios con un agente de inteligencia español, quien lo contactó con un reclutador del servicio de inteligencia extranjera del Reino Unido. Skripal fue acusado de sostener reuniones en secreto con ese intermediario desde 1996 para revelar secretos a cambio de 100.000 dólares.
Los fiscales pidieron imponerle una sentencia de quince años, cinco menos del máximo, y el juez la redujo a trece debido a la disposición de Skripal a cooperar.
“La promesa que había hecho con la Unión Soviética, a mi parecer, era una que ya no tenía por qué respetar”, dijo Ivanov al indicar que comprende por qué su amigo se volvió agente de otro gobierno. Todo iba en declive, ¿qué tanto valía la lealtad?
Las ‘bestias’
Vladimir Putin, otro agente de inteligencia a mitad de camino en su carrera, estaba pasando por la misma incertidumbre sobre su estatus.
En 1990 lo enviaron a casa antes de tiempo desde su puesto en la sede de la KGB en Dresde. No le habían pagado en tres meses y no tenía dónde vivir.
A Putin, el desmantelamiento le había parecido un asunto personal, pues no pudo evitar que se revelaran las identidades de muchos de sus contactos alemanes. Un día juró al comando de las fuerzas armadas soviéticas que defendería la sede de la KGB, rodeada de manifestantes alemanes que buscaban incautar archivos.
“Hay silencio en Moscú”, le dijo un oficial.
Muchísimos agentes de inteligencia se volvieron hacia Occidente en ese entonces, como desertores o informantes. Cuando Putin llega a discutir el tema, lo hace con evidente desagrado. Los ha llamado “bestias” y “cerdos”. A un entrevistador alguna vez le dijo que la traición es el único pecado que es incapaz de perdonar. También puede ser mala para tu salud, comentó, sombrío. “Los traidores siempre terminan mal”, señaló una vez.
Cuando llegó al poder, Putin fue tras los traidores de la misma manera en que había lidiado con otros males de los caóticos noventa: los oligarcas y los capos del crimen. Sus primeros años en el cargo estuvieron marcados por una ráfaga de sentencias impuestas a espías, casi a manera de venganza.
En 2000, el día antes de la elección de Putin, la inteligencia rusa reveló la identidad de un oficial del MI6 británico que había reclutado a muchos espías rusos. Después salió a la luz que uno de sus reclutas había sido Skripal.
Un intercambio
Para 2010, el entonces director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, Leon Panetta, no era optimista sobre el resultado de una llamada con su contraparte rusa.
Panetta alguna vez se había reunido con Mikhail Fradkov, director del servicio de inteligencia extranjera de Rusia. Habían cenado juntos en Washington, y casi al final del encuentro, Panetta le preguntó a Fradkov cuál creía que era la falla de inteligencia más grande de su país. Panetta dijo que, a su parecer, la mayor falla de Estados Unidos fue invadir Irak a partir de información que resultó no ser fidedigna.
Pero Fradkov tenía otra opinión: “Penkovsky”, respondió. Eso hablaba leguas sobre cómo el sistema ruso veía a los topos; Oleg Penkovsky era un coronel en la GRU que había trabajado como espía para la CIA y la inteligencia británica durante las décadas de 1950 y 1960. Las autoridades soviéticas lo aprehendieron y se cree que le dispararon.
Panetta, al teléfono con Fradkov, ahora esperaba lograr un acuerdo que liberaría a otro topo de la GRU a cambio de agentes encubiertos rusos recién revelados por el FBI.
“Le dije: ‘Mira, vamos a procesarlos; podría ser muy vergonzoso para ti’”, Panetta recordó haberle advertido, en una entrevista. “Tienes a tres o cuatro personas que queremos de vuelta, por eso te propongo un intercambio”. Los rusos estuvieron de acuerdo y Panetta les dio una lista con cuatro nombres que consiguió de contactos rusos de la CIA.
Poco tiempo después, los guardias fueron a la celda de Skripal y le dijeron que reuniera sus pertenencias. Lo llevaron a la prisión Lefortovo de Moscú y después a Viena. En el vuelo enviado por Estados Unidos, los agentes estadounidenses abrieron botellas de champaña para celebrar.
Sin embargo, alguien estaba furioso.
“Entregamos toda la vida por nuestra nación, y después un bastardo llega y nos traiciona a todos”, dijo Putin, casi gritando de ira, cuando le preguntaron sobre el intercambio en un programa de televisión en vivo. “¿Cómo podrá ver a sus hijos a los ojos, el muy cerdo? Sin importar cuánto les hayan dado a cambio, se van a atragantar con esas treinta monedas de plata que les dieron. Créeme”.
Aunque no mueran, sufrirán, agregó. “Tendrán que esconderse toda la vida”, amenazó Putin. “Sin poder hablar con otras personas, con sus seres queridos”. Después irguió la espalda, sacó el pecho y le habló directamente a la cámara.
“¿Saben? Quien elija ese destino se arrepentirá mil veces”, concluyó.
Solo en el exilio
Era difícil que Skripal pasara desapercibido en Salisbury, Inglaterra. Matthew Dean, director del Ayuntamiento, recordó haberlo visto un día en un establecimiento de máquinas electrónicas de póker con imágenes enmarcadas de caballos de carreras. Dean, propietario de un bar, consideró que ese personaje no encajaba en ninguna de las categorías de los bebedores usuales de la la ciudad.
“Era una tarde de domingo, y él estaba bebiendo únicamente vodka”, recordó Dean. “Hablaba demasiado fuerte y llevaba un chándal blanco. Recuerdo haber pensado: ‘Dios mío, ¿quién es este?’”.
Skripal vaciló al responder preguntas sobre su pasado, por lo menos al principio.
Lisa Carey, una vecina, observaba al ruso en su rutina cotidiana, cuando iba a la tienda de baratijas a comprar billetes de lotería para rascar. “Solía presumir que era espía y todos nos reíamos de él”, relató. “Creíamos que estaba loco”.
Pero sí mantenía sus secretos. Skripal viajaba con frecuencia para realizar encargos confidenciales por parte del MI6 y ofrecía informes acerca de la GRU a servicios de inteligencia europeos y estadounidenses. Puede que se trataran de tareas pensadas solamente como una manera de mantener ocupado a un exespía, dijo Nigel West, historiador británico en materia de inteligencia. No es poco usual que los desertores se sientan aburridos y subestimados, algo llamado “síndrome posocupacional”.
“Los oficiales de casos están muy conscientes del padecimiento”, dijo West. “Cuando en determinado momento comienzan a decirles: ‘No me llames, yo te llamo’, es como si dijeran: ‘Tengo algo muy interesante que hacer’. Eso es lo que suele pasar. Su estatus se ha realzado y exagerado ligeramente, y comienzan a creerse sus propias mentiras”.
Dos viajes desde Moscú
Skripal parecía sentirse solo. Lyudmilla falleció de cáncer en 2012 y Yulia, su hija, estaba en Moscú.
Y ahí estuvo hasta principios de este año. Había vendido el viejo apartamento de su padre en Moscú, junto con los muebles usados y el águila de dos cabezas, símbolo de Rusia, que colgaba en la pared. Compró un lugar más pequeño en el que había ordenado remodelaciones, principalmente en una pequeña habitación que quería usar como cuarto para un bebé, de acuerdo con Diana Petik, a quien contrató Yulia para supervisar las remodelaciones. Skripal planeaba casarse con su novio de hacía tiempo y volverse madre.
Sin embargo, había algo que debía hacer primero. Serguéi Skripal no podía viajar a Rusia de forma segura para asistir la boda, pero Yulia por lo menos quería tener su bendición. Esa era su intención cuando abordó un vuelo de Aeroflot con destino a Londres el 3 de marzo, comentó Petik.
Un día antes, según las autoridades británicas, dos agentes de inteligencia rusos llegaron a Londres a bordo de un vuelo distinto de Aeroflot.
En una de sus maletas se encontraba una botella fabricada especialmente para lucir como un frasco de perfume que en realidad estaba llena de un agente nervioso de grado militar.
Credit Policía Metropolitana de Londres
Mientras Yulia pasaba por la aduana en el aeropuerto Heathrow de Londres y esperaba su equipaje antes de visitar a su padre, los dos hombres ya estaban en Salisbury para realizar vigilancia antes del ataque, de acuerdo con los investigadores británicos.
A la mañana siguiente, poco después de las cuatro de la tarde, una mujer llamada Freya Church se topó con las dos personas desplomadas sobre una banca en el centro de Salisbury. La mujer estaba recargada sobre el hombre, quien miraba hacia el cielo mientras le temblaban las manos de manera extraña, según relató Church a la BBC.
En ese momento los dos hombres abordaban un tren en la estación de Salisbury, el primer tramo de su escape de regreso a Moscú.
Después comenzarían a surgir las noticias sobre el crimen, a través de los servicios de inteligencia de una decena de países, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el organismo global encargado de prohibir el uso de armas químicas. Para las agencias que supervisan al ejército de espías que quedó atrás después de la Guerra Fría, se pondrían en duda todas las reglas de intervención conocidas.
No obstante, por ahora, se trataba de una misión cumplida. Un oficial de la GRU, ante un futuro incierto, había traicionado a su tribu décadas antes. Así que, aunque fuera mucho tiempo después, los servicios de inteligencia rusos se encargaron de aquel peón de poca monta.