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‘Downton Abbey’: cuestión de clases

A mediados de la década del setenta, una serie británica de gran éxito llamada Los de arriba y los de abajo (Upstairs, Downstairs), retrataba la vida de dos grupos sociales de las primeras décadas del siglo XX que compartían vivienda en una céntrica casa londinense. En la parte superior habitaban los propietarios: una familia con ostensibles recursos económicos, emparentada con la aristocracia; en la parte inferior, en una especie de semisótano, vivía la servidumbre de la casa.

Desde aquel mirador, Los arriba y los de abajo mostraba los horrores de la Primera Guerra Mundial a partir de las vivencias de los protagonistas, pero desde el privilegiado lugar de una cómoda residencia a salvo, quiérase o no, de la horrorosa realidad.

Por su parte, la serie televisiva Downton Abbey comienza a transmitirse a fines de 2010. Heredera, sin duda, de Los de arriba y los de abajo, durante seis temporadas –hasta diciembre de 2015– millones de televidentes alrededor del mundo privilegiaron un serial que les permitía aproximarse a una noble familia, los Crawley, quienes pese a diversas dificultades logran mantener con temple sus propiedades y el título de conde ostentado por Robert Crawley, patriarca del linaje.

 

 

Con una línea de desarrollo dramático algo parecida a la del Rey Lear, Crawley y su esposa tienen tres hijas: Mary, Edith y Sybill. A diferencia del personaje y la obra de Shakespeare en el que los pesares comienzan al dividirse la herencia entre los tres descendientes, la tragedia de Crawley consiste en la tenaz búsqueda de un heredero varón a quien legar sus bienes, vinculados con un mayorazgo que impide el usufructo de aquel patrimonio por parte de una mujer.

El hundimiento del Titanic, la noche del 14 al 15 de abril de 1912, acaba con la vida del depositario legal de la herencia. A partir de allí –primer capítulo de la serie– las vicisitudes de esta familia en el transcurso de la historia británica desde la segunda década del siglo XX será uno de los motivos cardinales del serial.

Julian Fellows, actor, novelista, productor, guionista y director inglés nacido en El Cairo en 1949, es el autor de Downton Abbey. Basada en varias de sus propias experiencias, Fellows alcanza gran éxito con su puesta en escena, al punto de realizar una película donde reúne a algunos personajes creados en el desarrollo del serial, cuyas vidas estaban vinculadas, de algún modo, con el castillo en el que se ambienta y transcurre el programa original.

Conviene señalar que el autor ya había logrado asomarse a ese mundo cuando escribe el guion para Gosford Park, película dirigida por Robert Altman en 2001, donde al mejor estilo de Agatha Christie nobles y sirvientes se convierten en sospechosos de un asesinato ocurrido en una casa de la campiña inglesa.

Altman logra crear, sobre la base de una idea propia desarrollada por Fellows, una comedia negra con toques de sátira social utilizando los típicos elementos del género. La producción fue un éxito (la segunda más taquillera de su filmografía después de MASH), siendo finalista en siete categorías del Óscar (incluyendo mejor película y director) y ganando la estatuilla correspondiente al mejor guión.

Realizada este 2019 a un costo estimado de US$ 20.000.000, Downton Abbey (la película) acumula, hasta la fecha, ventas superiores en taquilla por un monto de US$ 185.000.000, lo cual hace pensar en una posible secuela, como ya dejaron asomar sus productores a la revista Vanity Fair en septiembre de este año.

La enorme receptividad que ha recibido esta historia se debe a la cuidada puesta en escena que no escatima en detalles para mostrar el estilo de vida de sus aristocráticos personajes: desde el seguimiento de normas y costumbres a partir de la cotidianidad, hasta la materialización de ostentosos y grandilocuentes eventos propios de esa condición social, lo que contrasta con la forma de vida sobria y modesta de la servidumbre.

Ese juego particular, mezclado con los avatares sentimentales de los protagonistas (tanto los de arriba como de los abajo), ofrece un conjunto perfecto para atraer la atención de la audiencia seducida por el desarrollo de los acontecimientos. La película, conceptualizada como una suerte de capítulo especial de la serie, cifra su argumento en la visita de los monarcas británicos –el rey Jorge V y su esposa la reina Mary– a la residencia de los Crawley. Este encuentro genera conflictos, pues los monarcas se hallan, por supuesto, en una escala superior a sus hospitalarios súbditos. Para complicar las cosas la casa real acarrea su propia servidumbre, lo cual genera otro desnivel en la franja social más baja que habita la casa al extremo de producirse una pequeña rebelión que perturba la paz de Downton Abbey los días cuando recibe a tan ilustres visitantes.

En abril de 2013, casi cien años después de las vivencias de los personajes de la saga, la Asociación Sociológica Británica anunció una nueva clasificación para definir las clases sociales en el Reino Unido, más allá de las tradicionales alta, media y baja. Desde la llamada «precariato», hasta la «elite» (situada en el tope), la particular clasificación se pasea –en orden ascendente– por la de trabajadores emergentes, trabajadores tradicionales, nuevos trabajadores pudientes, media técnica y media establecida.

Desde principios del siglo XX mucho ha cambiado el mundo social, tanto más si recordamos lo que a este respecto elaboraron pensadores como Marx, Lenin o Weber, siendo además esos cambios –recordemos– la causa principal de revoluciones y conflictos socioculturales que modificaron la historia de varias naciones. De momento no nos queda sino viajar en el tiempo, gracias al cine, para disfrutar de la exquisita puesta en escena de la película y sus personajes y, en particular, de los sagaces diálogos en los que suele participar Maggie Smith, la gran dama del cine británico, quien como Violet Crawley –la verdadera matriarca familiar– se mantiene como el ancla de ese glorioso pasado que poco a poco se va desvaneciendo.

 

 

 

 

 

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