Democracia y Política
Ecopragmatismo
EL MES PASADO SE PUBLICÓ EN INGLÉS un manifiesto trascendental que puede leerse aquí: www.ecomodernism.org. Está escrito en un lenguaje claro, conciso y elocuente, y sirve de base para el ecopragmatismo, o sea para una actitud no fanática de cara a los retos del medio ambiente.
Si los países pobres quieren salir de la pobreza, tendrán que aumentar su consumo de energía y alimentos, entre muchas otras cosas. El ambientalismo radical se opone diciendo que cualquier éxito en este tipo de desarrollo conducirá a la hecatombe, y propone metas extremas, con la amenaza de que las catástrofes que vienen serán de tal magnitud que lo que hoy parece imposible se volverá obligatorio. Ergo, el crecimiento económico tendrá que detenerse a escala planetaria y la pobreza de los pobres se volverá permanente. ¿Qué posibilidades hay de que ellos acepten algo así? Ninguna.
Los ecomodernistas afirman que la humanidad sí tiene que reducir su huella sobre el medio ambiente, pero su propuesta no consiste en vivir en armonía con la naturaleza, sino todo lo contrario: desacoplarse de ella y liberar al medio ambiente de la economía. La clave está en la tecnología, vista con mucha desconfianza por los radicales para quienes en el mejor de los casos es un arma de doble filo.
Tres cosas tendrán intensificarse según el ecopragmatismo: la agricultura de alta productividad, la urbanización y la producción de energía baja en emisiones de carbono. La paradoja lo parece menos cuando se analiza que una agricultura tecnificada usa menos tierra, no más. Si los potreros de hoy se convierten en los cultivos intensos de mañana, la presión sobre los bosques primarios debe disminuir. Una agricultura como la colombiana podría multiplicarse por cuatro y aun así sería posible reforestar millones de hectáreas. El desarrollo de las ciudades también permite un uso más eficiente de los recursos, siempre y cuando se recurra a un urbanismo adecuado. Las ciudades densas ocupan poca tierra, de suerte que cuando la gente se instala en ellas baja la presión sobre la naturaleza. Ya se sabe, además, que la tasa de natalidad desciende cuando las familias se urbanizan. En cuanto a la energía, el problema no es con esta per se, sino con la emisión de gases de efecto invernadero. La energía atómica y la solar no los emiten, la hidroeléctrica muy poco, así inunde tierras. Hay cientos de novedades en prueba piloto o en la mesa de diseño, que prometen cambiar radicalmente el perfil de la energía generada en el futuro. Por ejemplo, hace unos días los ingenieros de Audi revelaron que están desarrollando una tecnología para producir diesel a partir de CO2, lo que podría generar un combustible con huella de carbono neutra. Lo mejor —que para algunos es lo peor— es que todo esto promete inscribirse en un ciclo de negocios de alta rentabilidad.
El ambientalismo radical es en realidad un politeísmo intransigente al que poco le importa que la mayoría de la humanidad no comparta sus puntos de vista. Por eso idealizan el pasado que, según los ecomodernistas, solo fue beneficioso para el medio ambiente en la medida en que la escala del daño era menor. Además, ese mismo pasado produjo la pobreza de los pobres para comenzar. Frente al enfoque romántico y rousseauniano de los ambientalistas radicales, el ecopragmatismo revive el optimismo de la ilustración, según el cual la sabiduría moderna, con todo y sus peligros, es el único camino hacia adelante.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes