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Eduardo Mendoza: «De Cervantes aprendí que se podía cualquier cosa»

El escritor recoge el premio más prestigioso de las letras en español. Mendoza narra en su discurso su vida a través de las cuatro veces que ha leído la aventura de Quijano

Todos podríamos contar nuestras vidas en referencia a don Quijote, pintarnos más o menos heroicos y caballerosos, decir que estamos más o menos locos, parecer graciosos o tristes o cervantinamente buenos o confundidos entre molinos y gigantes. Pero el privilegio de contar la vida como una extensión del Quijote le correspondió hoy a Eduardo Mendoza, el ganador del Premio Cervates, que recogió en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá el galardón más importante de las letras en español.

El discurso del Cervantes de Mendoza estuvo lleno de bromas, fue dulce y fácil de querer como es el autor de La ciudad de los prodigios. En 10 folios, el escritor explicó las cuatro veces que ha leído el Quijote y así, de paso, contó su vida casi desde la adolescencia La primera vez, el ingenioso Hidalgo cayó en sus manos como un deber del programa del preu. Mendoza explicó que, por entonces, su predisposición era mala, porque a él lo que le gustaban eran los cómics de El Coyote y porque Cervantes estaba secuestrado por «la retórica oficial». Pero algo hizo clic en sus ojos: el lenguaje.

«Aprendí que que se podía cualquier cosa», dijo en su discurso Mendoza. «Relatar una acción, platear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, musicalidad y elegancia». El estudiante de PREU le comentó a su padre el valor de su hallazgo pero resultó que al padre le gustaba más Lope de Vega.

10 años después, el Quijote volvió a aparecer en la mesilla de Mendoza. Por entonces, el escritor era ya lo que Cervantes hubiera llamado un bachiller, un «marxista, trotskista» presuntuoso que «llevaba el pelo revuelto y un fiero bigote». Quijano, entonces, gustó a Mendoza por su valor como héroe. «Yo aspiraba a lo mismo: correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos. Algo conseguí de lo primero, en lo segundo me llevé bastantes chascos y en lugar de deshacer entuertos, causé algunos, más por irreflexión que por mala voluntad».

Pero no como un héroe feliz, sino como uno desgraciado. «Un héroe épico se vuelve un pelma cuando ya ha hecho lo suyo. En cambio, un héroe trágico nunca deja de ser héroe porque es un héroe que se equivoca.Y en eso, a Don Quijote, como a mí, no nos ganaba nadie», dijo el premiado.

Cuando la tercera lectura, Mendoza ya era un escritor con cierto éxito, entre otras cosas, gracias a Pere Gimferrer y Carmen Balcells, a los que nombró en su discurso. ¿Qué vio entonces el cervantes en Cervantes? Humor, en el sentido más noble de la palabra. «Un humor que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo».

La última lectura del Quijote fue este año, un compromiso por aquello del premio. Y esta vez, no hubo certezas sino preguntas: «Alguna vez me he preguntado si Don Quijote estaba loco o si fingía estarlo para transgredir las normas de una sociedad pequeña, zafia y encerrada en sí misma. Mi conclusión es que Don Quijote estaba realmente loco pero que sabe que lo está, y también sabe que los demás están cuerdos y, en consecuencia, le dejarán hacer cualquier disparate que le pase por la cabeza. Es justo lo contrario de lo que me pasa a mí. Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera y, por este motivo, vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo».

Laudatio real

Antes y después del discurso de Mendoza, hubo sitio para la presentación y la laudatio del premiado. El Rey Felipe, al término del acto, retrató al novelista barcelonés como a un artesano, «un relojero de las palabras», cuya «maestría contribuye a aumentar ese tesoro intangible, vivo, en constante evolución que es la lengua castellana, compartida por más de 500 millones de hablantes».

Don Felipe recalcó también que el escritor es un autor bilingüe, que ha utilizado junto al español el idioma catalán en dos obras de teatro, y destacó su papel como «biógrafo de la capital catalana, desde la época de la Exposición Universal hasta la actualidad». «Barcelona es más que un sujeto pasivo en la literatura de Mendoza y de otros tantos autores. Es, indudablemente, una de las grandes capitales mundiales del libro».

Antes, Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación y Cultura, hizo el relato de la carrera del escritor. Hubo alguna parada interesante en su discurso: el ministro recordó que, cuando todos los escritores españoles jóvenes se iban a París, él prefirió marcharse a Londres. De ahí, explicó, la flema y la distancia amable que caracterizan al personaje de Mendoza. Y por ese camino, podemos acabar en el humor, esa manera de estar en el mundo que, cómo no, remite a Cervantes. Así, por fin, se cierra el círculo con una frase sacada del discurso de Mendoza. «La posición que ocupo, aquí, en este mismo momento, es envidiable para todo el mundo excepto para mí».

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