El ABC de Eduardo García Moure / Escritor “El primer gobierno revolucionario en Cuba era demócrata”
A Camilo Cienfuegos lo mataron. Fidel se la pasaba leyendo a Primo de Rivera y a Franco. Puedo asegurar que de los castritas que hay en Venezuela 11.000 forman parte del servicio de seguridad del Estado, asegura el también activista de luchas sociales en Latinoamérica.
Comenzó su vida laboral a los 14 años trabajando en “El Comercio”, famosa tienda por departamentos en su Cuba natal. A los 15 ya estaba organizando el sindicato, al que se oponían los propios empleados pues aún no entendían de qué se trataba. Pero el apoyo moral de Monseñor Eduardo Boza Masvidal le dio el empujón necesario. Su libro “No hay sacrifico en vano” es un impactante testimonio de historias, vivencias y perspectivas contadas por un dirigente que ha dedicado su vida entera a las luchas sindicales y sociopolíticas en Latinoamérica y el Caribe. Como la mayoría de los cubanos, creía sinceramente que la revolución de los barbudos era “verde como las palmas”…
— ¿Cuáles eran sus nexos con aquél proceso?
— Mis contactos eran con Camilo Cienfuegos, pues él trabajaba en la tienda “El Arte” y yo en “La Filosofía”. Nos ayudábamos mutuamente en el trabajo sindical. Tanto él como yo acudíamos a la iglesia de Montserrat, donde nos reuníamos los estudiantes. De manera que, cuando triunfa la revolución, mi amigo y compañero era Camilo. Lo primero que él hizo fue ir a derribar los muros del cuartel Columbia y lo segundo fue visitar la tienda “El Comercio”. El lema de Camilo era “¿Armas para qué? (…) aquí lo que se necesita es escuelas, no ejército”, decía.
— ¿Qué pasó realmente con Camilo Cienfuegos? Su muerte fue muy extraña y son muchos los dedos que señalan a Fidel.
— Conozco muy bien la historia de Camilo y todo lo que a él le pasó. Cristino Naranjo, quien era su ayudante, me llamó en el momento en que las cosas ocurrieron y me comunicó: “Mataron a Camilo”. Lo mató Beatón, un hombre de Raúl Castro quien, cuando lo hacen preso se jactó: “A mí no me va a pasar nada porque Raúl sabe quien soy”, y lo fusilaron a la mañana siguiente, a las 6:00 en punto.
— Pero Camilo iba en un avión que supuestamente cayó y se hundió en el mar…
— No es verdad. Ese avión no se hundió. Ningún Cessna se hunde completamente. A ese avión lo mandaron a bajar en un lugar determinado. En una reunión donde estaban Fidel, Raúl, Almeida y otros, se habló de tenerlo unos días desaparecidos. Camilo era muy valiente. Decía: “A mí tendrán que darme dos tiros en los testículos”. Un comandante lo mató. Le tenían miedo. Al día siguiente de su desaparición se anunció que Camilo estaba vivo y la CTC, todos nosotros, fuimos al malecón a lanzar flores al mar. Allí fue cuando se decidieron a darle muerte. Era más popular que Fidel y había que eliminarlo. Fue asesinado.
— Pero dicen que él jamás tomó ventaja de ello…
— Su preocupación era no crear confrontación. Pero resultaba inevitable que la gente lo aplaudiera más que a Fidel. Yo, entonces, era gente de Camilo. Humberto Solís era el dueño de El Encanto, la más importante tienda por departamentos de las 16 que existían en Cuba para la época, la cual tenía mil trabajadores. El salario mínimo eran 85 pesetas, equivalentes a 55 pesos. Yo organicé a los trabajadores y también metí presos –en dos jaulas de la tercera y la quinta estaciones de policía- a varios empresarios abusadores que tenían a los trabajadores sin registrar para burlarles sus derechos. Pagaron y fueron liberados.
Conozco muy bien la historia de Camilo y todo lo que le pasó”.
Revolución
— Todo eso era con la revolución andando…
— Exactamente, al principio. Logré que los contratos colectivos fueran discutidos y respetados en esa primera etapa. Ernesto Freire, reconocido abogado, avaló los contratos pues todo lo que estaba en ellos era de ley. Comenzamos, lógicamente, con El Encanto. No querían saber nada de eso. Entonces organizamos un paro y ganamos. Solís invitó a Fidel y le dio 5 mil dólares para la reforma agraria. Fidel fue al El Encanto a recibir la “donación” y en ese acto dijo: “Todo va muy bien menos este anarco-loco que tenemos aquí, Eduardo García Moure, que quiere arreglar en 6 meses lo que Batista echó a perder en años”.
— ¿Qué resultó del paro?
— En el paro general, en el Parque La India, le pregunté en público: “¿Fidel, usted está con los trabajadores o con los empleadores?” Le presenté tres reivindicaciones: como en Cuba hacía mucho calor no trabajaríamos más con trajes y corbatas sino con guayabera; íbamos a reivindicar la jornada de verano; y le pedí nos entregara la ciénaga de Zapata para convertirla en un club de los empleados de “El Comercio”, así como los bancarios tenían sus casas de vacaciones en Santa María del Rosario. Fidel me llamó y me dijo: “¿Cómo tú haces eso sin consultar conmigo?”. Le dije que lo que esperaba era su respuesta, además de que cumpliera con la Constitución cubana que era sobre la que nos basábamos para nuestras peticiones. Todo eso está grabado.
— ¿Cuál fue su reacción?
— Los dos éramos simpáticos y buenos oradores, así que cuando él habló la gente comenzó a aplaudir. Yo me adelanto para decir que pararan a fin de que él pudiera continuar, pero Fidel me agarró de la camisa, por detrás, para que yo no aguantara a la gente sino que siguieran aplaudiéndolo. Pero no quedó allí: en ese momento hizo una seña al operador de sonido para que colocara el Himno Nacional y me dijo: “Sólo el himno nacional detiene los aplausos al líder”, algo de indiscutible factura fascista. Eso me dejó muy pensativo.
— Obviamente, el hombre tenía rasgos de megalómano…
— Chibás me dijo a mí una vez, delante de un sacerdote amigo, “ese Fidel Castro es un loquito”. El lo sabía bien, pues lo tenía en las filas de la juventud del Partido Ortodoxo.
— ¿En qué momento cae usted en desgracia?
— Después de estos episodios, que fueron retratando a Fidel, me alejo y comenzamos a organizar el MVR (Movimiento Revolucionario del Pueblo). Me acompañaba, entre otros, Manuel Ray Rivero. Hay que decir que el primer gobierno revolucionario tenía en puestos principales a gente seria, era un gobierno demócrata. Aún no se había producido e zarpazo comunista. Estaba personas como Urrutia, Miró Cardona, Manuel Ray Rivero, Ortusqui, Manuel Fernández García. Ellos querían un socialismo, pero democrático y autogestionado, jamás una revolución comunista.
— ¿Por qué nadie creía que Fidel era comunista?
— Fidel se la pasaba leyendo a Primo de Rivera, a Franco. El único gobernante que hizo duelo oficial al morir Franco fue Fidel. El Partido Popular iba a Cuba con el pretexto de que, como Fidel, eran gallegos y las mutuales españolas fueron las que organizaron el sistema de salud en Cuba. Luego nosotros las masificamos y Fidel cometió el error de ideologizarlas, con lo cual se hicieron excluyentes. Fue por aquellos momentos que comencé a alejarme y a dedicarme al Movimiento Revolucionario del Pueblo.
— ¿Cuál era la postura?
— Que teníamos que ser cínicos y no cívicos, pues Fidel lo era y teníamos que actuar desde adentro para cambiar las cosas y rectificar el rumbo que aquello llevaba.
— Ya estaban claros…
— Hubo gente que planeaba matarme y Mariano Benítez Lima, que era un dirigente muy inteligente, los frenó y les dijo: “Eduardo sabe lo que está haciendo”. Hacía los sabotajes y luego iba a hablar contra el que hacía los sabotajes. Sus mismas tácticas. Llegó un momento, cuando la quema de El Encanto, en que me fueron a buscar: tengo encima una condena a muerte, otra a 9 años, otra a 30 años y otra por decidir. Pasé unos 15 meses en la clandestinidad. Me hice experto en manejos clandestinos. Actué en Santiago de Cuba y en la Sierra Maestra.
— ¿Pero saldría por vía de alguna embajada, no?
— Me asilé en la embajada de Venezuela y cuando este país rompe relaciones con Cuba me pasaron a la embajada de México, donde me querían llevar, pero yo insistí en que quería venir a Venezuela pues leía mucho a José Martí, “La Edad de Oro”, donde expresa su viva admiración por Bolívar y esta tierra. Así que llegué a Curazao y de allí a Caracas. Aterricé acá con Bs 5,00 que me dieron pues me dijeron que eso valían los carritos “por puesto” de Maiquetía a Caracas.
“No hay sacrificio en vano”
— Circula el libro “No hay sacrificio en vano”. ¿Qué plantea allí?
— En los años 70, ya cumplían mucho tiempo de condena algunos presos políticos y, los que salían, eran un ejemplo de trabajo y honradez en contraste con las élites del Partido Comunista. Jimmy Carter tendió puentes junto a otros entre los cuales estaba un banquero judío. Me llamaron a Miami y fui. Dije que debíamos esperar a que el gobierno cubano nombrara sus representantes para el diálogo y nosotros decidir los nuestros. El siguiente paso fue armar la agenda. De los 15 que yo propuse, sólo 4 aceptaron. Como se dice aquí, se rajaron. El gobierno cubano, por supuesto, solo nombró a castristas pero yo igual fui. Hubo un dirigente cubano, cuyo nombre omitiré, que me dijo: “Óyeme, tú vas a servir de payaso allí”. De todas maneras yo estaba dispuesto. Cómo negarme cuando los presos, compañeros míos, me enviaban mensajes: “Eduardo, ven a Cuba aunque no te lleves a ninguno, porque un fósforo encendido en Cuba tiene para nosotros más luz que si se enciende todo Miami”. Y los traje a todos. Salieron en esa negociación 3.600, de los cuales 1.030 vinieron a Venezuela. Al final, un apoyo decisivo fue el de Carlos Andrés Pérez quien, para la época, aspiraba a ser dirigente de la Internacional Socialista. Hasta trajo a Fidel para acá pues él sabía muy bien que la mayoría de los marxistas venían del socialismo democrático. Luis Herrera Campíns, ni hablar, fue un solidario respaldo que duró los cinco años de su gobierno.
— ¿Con quienes se contaba acá para acoger y encaminar a ese gentío?
— Monseñor Boza fue clave, él siempre me apoyó, fue un espaldarazo moral muy importante; además estaba Joaquín (Bikin) Meso Llada, quien, junto a un grupo de cubanos ya instalados en Venezuela, resultaron imprescindibles. Entre los que fueron a negociar la salida de los presos había hasta ex batistianos. Pero ellos, finalmente, me designaron coordinador del grupo pues no se atrevían a hacer mucho aquí. Yo había escrito un libro que se llamaba “Un proyecto para la nación”, el cual en su momento propuse a Fidel pero él puso condiciones inaceptables, ante lo cual le mandé a este recado: “Dígale a Fidel que nosotros aspiramos al poder y a sacarlo a él”.
— Querría una oposición a su medida…
— Así mismo era. Recordarás que hubo una rebelión entre la gente que se asiló en la embajada de Perú. Fidel es un hombre que se mueve por el miedo, eso lo sabe todo el que lo conoce, pero él lo disimula huyendo hacia adelante. Todo eso lo escribo en el libro “No hay sacrifico en vano”. Allí cuento muchas cosas, es también autobiográfico, además de que hago la historia de los 6 comandantes más relevantes de la revolución. Allí está desde Ernesto Guevara, que siempre fue un fracasado, pasando por Camilo Cienfuegos, hasta ese que anda por acá ahora, Ramiro Valdés.
— ¿Los conoció a todos?
— Claro. En Cuba, durante el primer año de la revolución, nos reuníamos los movimientos, la CTC, la Resistencia Cívica, todos. Pero 3 personas se reunían en Cojímar, una playa donde solía ir Hemingway, Fidel, Raúl y Ramiro Valdés. En ese escenario y con esas tres personas comenzó la traición al pueblo cubano. Cuando había gente que protestaba a Fidel, la respuesta era: “Esos son problemas de Raúl”. Todo ese proceso lo encontrarás detallado en el libro. Ramiro Valdés, está ahora dirigiendo y asesorando al gobierno venezolano. Se dan diferentes cifras sobre la presencia de los cubanos castristas en Venezuela, pero lo que sí puedo asegurarte es que 11.000 de ellos pertenecen a la seguridad del Estado.
— ¿En síntesis, que usted, de haber casi gobernado en Cuba pasó a ser un reo de paredón?
— Así fue y ese trayecto se explica en “No hay sacrificio en vano”. Fidel estudió en el colegio de Belén, con los jesuitas. Hacíamos allí los ejercicios espirituales, Fidel incluido. Yo más bien creía que era de derecha, franquista. Él, personalmente, me fue a buscar al Colegio de Belén para matarme. Calibra al personaje. En el libro, básicamente, me propuse dar a conocer la verdad del proceso de Cuba, desde la perspectiva de los trabajadores. Es un libro que me llevó tres años hacerlo. Lo he presentado en varios países. Espero que cumpla su cometido.