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El castrismo da por perdida a la juventud

Pese a la retórica comunista, el régimen de La Habana reconoce que los jóvenes ya no lo respaldan como antaño

LA HABANA, Cuba. — Desde hace la friolera de 64 años, Cuba vive un “Proceso” que la propaganda comunista, violentando la semántica, se empeña en seguir llamando “Revolución”. Característica fundamental de esa realidad sociopolítica fue el papel fundamental desempeñado en ella por la juventud. En 1959, al instaurarse el régimen actual, sus principales dirigentes acababan de cumplir los 30 años, y algunos ni siquiera habían llegado a esa edad.

Fue también hacia los jóvenes de aquella época que se dirigieron los esfuerzos iniciales del castrismo por lograr un respaldo mayoritario, el acatamiento del grueso de la población. Era algo lógico. Las personas ancianas y maduras habían vivido mucho tiempo en la Cuba democrática y no resultaba tan fácil lograr de ellos la incondicionalidad a la que aspiraban el “Máximo Líder” y los miembros de su entorno.

Con los de menos edad, la materialización de esos planes proselitistas resultaba más fácil. No sólo actuaba el factor generacional que provocaba la solidaridad con los nuevos jefes (ellos mismos muy jóvenes, como ya expresé), también desempeñaba un papel nada desdeñable el desconocimiento de las realidades de la Cuba precedente que tenía la nueva generación. De la era prerrevolucionaria, lo único que habían conocido era el régimen autoritario y corrupto del general Batista, que nada tenía de ejemplar.

A lo anterior se sumaba el adoctrinamiento comunista. No por casualidad el nuevo gobierno, so pretexto de “eliminar los privilegios y la discriminación”, se apresuró a decretar la “nacionalización de la enseñanza”. Esto le permitió controlar, a través del Ministerio de Educación, todo el proceso docente. Los propósitos de instrucción y educación formal pasaron a un segundo plano. La agitación y el adoctrinamiento adquirieron —a no dudarlo— importancia primordial.

El respaldo de la juventud cubana al “Proceso Revolucionario” era algo que se daba por sentado. Hubo, claro, honrosas excepciones; pero la regla, dentro de la generación que dejó atrás la niñez en 1959, la representaba el respaldo decidido al nuevo régimen y a sus medidas populistas. Dentro de ella predominaban la llamada “integración revolucionaria” y el rechazo a cualquier muestra de oposición al castrismo.

En lo fundamental, ese fue el mismo escenario que predominó durante los decenios iniciales del “Proceso”. En esa época, no era raro que la generalidad de los jóvenes no sólo fuesen miembros de las “organizaciones de masas”. Una cantidad apreciable de ellos incluso aceptaba ingresar en la UJC, UJotaCé o Unión de Jóvenes Comunistas. Era sólo más tarde, cuando por la edad ya no podían seguir formando parte de esta organización, que la mayoría, ya con más experiencia al acercarse a la treintena, eludía ingresar al partido único.

Desde luego que, para desgracia de los comunistas y regocijo de quienes abrigamos ideas democráticas, hace años que esos tiempos quedaron en el pasado. La regla entre los jóvenes cubanos ha pasado a ser la vocación por emigrar. Si es posible, a Estados Unidos; pero si no, a Haití, Uruguay, España, Angola, Mongolia… A cualquier país en el que impere un sistema diferente, que forzosamente tiene que ser mejor que la pesadilla que ellos viven hoy en su Patria.

Esta realidad es tan evidente que hasta el Presidente de la República se consideró en el deber de reconocerla y aludir a ella, aunque de modo vergonzante, en la primera alocución que pronunció tras ser “reelecto”. Después de mencionar el “rejuvenecimiento” de la Asamblea Nacional y el “envejecimiento poblacional”, Miguel Díaz-Canel reconoció “la alta emigración que involucra a los segmentos más jóvenes de nuestra sociedad”.

Por supuesto que este fugaz intento de franqueza no podía ser integral ni consecuente. Admitir que hoy mismo emigraría con gusto más del 90 % de los jóvenes cubanos habría rebasado los límites de lo posible para un dirigente comunista. Y conste, que sé que la cifra que ofrezco es harto conservadora, pero prefiero pecar en esto por defecto, antes que por exceso.

Lejos de reconocer la anterior realidad, el mandamás formal afirmó: “Los jóvenes cubanos están entre los que hacen este país, los que sostienen esta Revolución y el sueño de lo que hacemos y haremos en el futuro”. Y declaró a los jóvenes “dispuestos a hacer de Cuba un país mejor, desde dentro o desde fuera”.

Recalco una obviedad: el mero hecho de escuchar al dirigente comunista que ocupa la jefatura del partido único y del Estado decir algo como eso, resultaba impensable hace unos lustros. Que el líder del régimen coloque en plano de igualdad, como dos manifestaciones válidas y aceptables de un mismo fenómeno, a los que trabajen “dentro” y a los que hagan “fuera”, constituye una manifestación irrefutable del desastre ideológico en el que han naufragado los mayimbes de La Habana.

Díaz-Canel se refirió también al fenómeno al cual el fundador de la dinastía le dio el nombre eufemístico de Período Especial en Tiempos de Paz. Recordó los altos precios y los apagones de aquella época bochornosa, aunque terminó con una nota que quiso ser chistosa: “aunque con pocas colas en las gasolineras, porque casi nunca había combustible para servir”.

Este detalle que, aunque con poco éxito, pretendió ser jocoso, me obliga a referirme a otra alusión a esa nueva calamidad que se ha cernido sobre los desdichados cubanos: las colas gigantescas que los dueños de vehículos se ven obligados a hacer para obtener un poco de combustible. Esta triste realidad ha dado pie a Cubadebate, destacado órgano de agitación y propaganda del castrismo, para publicar un material indignante y vergonzoso.

Los plumíferos comunistas, en un trabajo publicado este domingo bajo el título Modo avión, hacen gala de su desfachatez: “César era un tipo tímido y retraído, pero desde que hace colas en los Cupets tiene 20 amigos nuevos, lo invitaron a tres casas en la Playa, a un bautizo y dos bodas”. No falta la nota patriotera: “César es cubano y tiene la guara en el ADN”. El suelto infame termina con la invitación a no estresarse: “Sean como César, ajusten la dosis de disgustos a uno por día. Sabemos que es difícil, pero se puede”.

Es un hecho cierto que lo que en Díaz-Canel intentó ser una nota chistosa, en sus amanuenses del sistema de agitación y propaganda se transforma en una parodia grotesca y desvergonzada, en una burla descarada de las desgracias que sufre el cubano de a pie. ¡Y así piensan ganarse las simpatías de sus súbditos! ¡Qué clase de despiste el que embarga al Departamento Ideológico del único partido!

 

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