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El castrismo no tiene amigos, tiene intereses

Muchos son los ejemplos en que los intereses del régimen de Cuba se han sobrepuesto a las alianzas establecidas con 'países amigos'

Los gobernantes cubanos, durante su ya prolongada estancia en el poder, han dado pruebas de que no profesan una amistad verdadera hacia ninguna otra nación, y solo actúan movidos por el interés. Un interés que tiende a favorecer las relaciones con sus aliados, o a alinearse con todo aquello que se enfrente a sus enemigos.

Uno de los primeros episodios en que se mostró esa peculiaridad ocurrió en 1968 con la invasión soviética a Checoslovaquia. En ese entonces las relaciones políticas y económicas de Cuba con el Gobierno de Praga eran excelentes. Checoslovaquia era uno de los pocos países del mundo desde donde se podía volar a La Habana, y en un céntrico barrio de la  capital cubana radicaba una edificación dedicada a promover la cultura de esa nación centroeuropea.

No obstante, Fidel Castro apoyó la intervención soviética que dio al traste con el Gobierno reformista de Alexander Dubcek y sus compañeros de la Primavera de Praga. Ya para esa época, derrotada la estrategia guevarista del foco guerrillero en América Latina, el principal interés del castrismo era acercarse gradualmente a Moscú.

Etiopía y Somalia eran amigas por igual de Cuba hacia la segunda mitad de los años 70. Estudiantes de ambas naciones cursaban diversas especialidades en las universidades cubanas. Bastó que el gobernante etíope, Mengistu Haile Mariam, se declarara marxista-leninista, para que los soviéticos lo consideraran su hombre en el Cuerno de África. Y acto seguido las tropas cubanas acudieron a Etiopía a luchar contra los somalíes, y también contra los guerrilleros eritreos que se enfrentaban a Mengistu para lograr la independencia de su nación. A propósito, tomando en cuenta la estrecha amistad de entonces entre el tirano etíope y  los soviéticos,  despierta curiosidad el actual apoyo de Eritrea a la invasión rusa de Ucrania.

En 1979 Fidel Castro aparecía como el gran líder del Movimiento de Países no Alineados, razón por la cual se presumía que defendiera a las naciones tercermundistas contra las apetencias de las superpotencias. Sin embargo, la total identificación de la Isla con Moscú llevó a Castro, para sorpresa de la comunidad internacional, a olvidarse del no alineamiento y apoyar sin reservas la invasión soviética de Afganistán ocurrida en 1978.

La década del 90 se iniciaba con la vandálica acción de Saddam Hussein contra la pequeña Kuwait, nación a la que intentó borrar del mapa y convertirla en una provincia de Iraq. Ambas eran naciones no alineadas, y por tanto el castrismo mantenía cordiales vínculos con los dos países. Pero fue suficiente que la comunidad internacional, con EEUU al frente, decidiera actuar para restaurar la integridad de Kuwait, para que el castrismo optara por apoyar sentimentalmente a Hussein. La Habana aplicaba aquello de que «el enemigo de mi enemigo, es mi amigo».

Y llegamos a la situación actual motivada por la agresión rusa de Ucrania. Es cierto que el castrismo no vio con buenos ojos el desplazamiento del poder del gobernante prorruso Víctor Yanukovic en el año 2014.  No obstante, las relaciones entre cubanos y ucranianos siempre han sido muy estrechas, en especial tras el accidente nuclear en la planta de Chernobil en 1986.

Sin embargo, nada ha impedido que, en el fondo, y a pesar de la abstención en las Naciones Unidas, el castrismo apoye la acción de Moscú contra Kiev. En el plano teórico, el oficialismo cubano pretende hacer ver que Rusia se defiende del cerco que la OTAN le tiende, usando a Ucrania como carnada. Desde ese punto de vista nada cuentan las legítimas aspiraciones de Ucrania de acercarse a Occidente para ponerse a salvo de los apetitos del oso ruso.

Ya Miguel Díaz-Canel y comparsa no andan mirando mucho la ideología de Putin. Lo importante para ellos es que se enfrente a EEUU. La geopolítica de Moscú es lo que más le interesa al castrismo en estos momentos.

 

 

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