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El cine de Saura

En los setenta, sus películas eran un agujero en el sistema por el que se colaba la inteligencia y la visión de una nueva España

Nunca olvidaré la tarde de 1974 en la que yo estaba con unos compañeros en la cola del cine Amaya, en Iglesia, cuando un grupo de guerrilleros de Cristo Rey irrumpieron en el vestíbulo del cine, arrojaron pintura negra y rompieron un cristal de la entrada. No recuerdo muy bien lo que gritaban, pero nos insultaban a los que queríamos ver aquella película: ‘La prima Angélica’. Carlos Saura, su director, murió ayer a los 91 años. Me invadió una sensación de tristeza por el vertiginoso transcurso del tiempo y una nostalgia por una época en la que éramos jóvenes y creíamos que podíamos cambiar el mundo.

El filme narra la historia de un hombre soltero que rememora su infancia en la casa de su abuela en el verano de 1936, unos días antes de la Guerra Civil. Allí ha conocido a su prima Angélica, de la que estuvo enamorado. En la película se mezclan el pasado y el presente y me costó entender porque aquella parábola había ofendido a la extrema derecha, aunque contenía una crítica demoledora de las relaciones familiares. Yo conocía de vista a varios de los vándalos que atacaron el cine y que vivían en el Ribera, un pequeño colegio mayor de la Universitaria, próximo al mío. Creo recordar que era un edificio de ladrillo amarillo. Los estudiantes salían con cadenas y palos para pavonearse por Cuatro Caminos y gritar de forma amenazante: «Viva Cristo rey». Su utilización del nombre de Dios me ofendía.

Tan sólo faltaba un año para que muriera Franco, pero había un aire sombrío en las calles de Madrid y el presagio de que algo malo podía pasar. La ultraderecha franquista, encabezada por el notario Blas Piñar, intentaba impedir cualquier cambio que debilitara al régimen del yugo y las flechas.

Saura se había convertido en un símbolo y sus películas eran un agujero en el sistema por el que se colaba la inteligencia y la visión de una nueva España, alejada de la estética del franquismo. Con algunas dificultades, Saura había filmado en los años 60 películas como ‘La caza’ o ‘Peppermint frappé’ en las que era fácil ver una denuncia demoledora de la dictadura.

Como la censura vigilaba con celo a los medios y controlaba la televisión pública, Saura estaba obligado a recurrir a metáforas más o menos rebuscadas para expresar lo que él quería. Y desde luego no le faltaban talento y creatividad.

Eso produjo una fuerte identificación de su cine con un cierto tipo de público que esperábamos sus películas como agua de mayo. Saura era valorado fuera de España y en revistas como ‘Triunfo’, pero despreciado por la crítica oficial que ensalzaba a directores como Rafael Gil o Juan de Orduña. Me parece justo rendir homenaje a este cineasta que nos mostró con su cámara que había otras maneras de ver España cuando la larga sombra del franquismo oscurecía nuestras vidas. Descanse en paz.

 

 

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