El culebrón del Premio Nobel
Este octubre no se anunciará el premio Nobel de Literatura. El escándalo que vive la academia sueca parece no tener fin. A la acusación de 18 agresiones sexuales se unen dimisiones, envidias y la gestión opaca de ingentes cantidades de dinero. Por Anne-Françoise Hivert / Fotos: Getty Images
«Si alguien me hubiera dicho que iba a pasar esto, no le habría creído». Sentado en su despacho, en el corazón de Estocolmo, Lars Heikensten se quita el sudor de la frente. Este economista de 67 años fue nombrado en 2010 responsable de la Fundación Nobel, encargada de gestionar la herencia del inventor de la dinamita y creador de los premios. Tras unos años agitados en la dirección del Banco de Suecia y en el Tribunal de Cuentas europeo, creía que su nuevo puesto iba a ser una balsa de aceite. No ha sido así.
La Academia no rinde cuentas a nadie, ni siquiera sobre su patrimonio, que asciende a 400 millones de euros. Funciona al margen del Estado
Ahora se juega nada menos que el futuro de la Academia sueca. Los miembros más importantes de esta institución, que data del siglo XVIII, tienen por misión decidir el Premio Nobel de Literatura desde 1901. Siempre han cumplido su tarea, salvo en 1935 y durante las dos guerras mundiales. La Academia, formada por 18 miembros, hoy solo cuenta con 10. Ha habido una cascada de dimisiones.
El 4 de mayo, ante la crítica situación que atraviesa la institución, se tomó una decisión insólita: retrasar un año el premio de 2018. Ahora la cuestión ya no es saber quién sucederá al británico Kazuo Ishiguro, laureado en 2017, si no cuándo se otorgará un nuevo Premio Nobel de Literatura y por quién… Porque de la Academia sueca solo quedan las ruinas. Un escándalo de abusos sexuales la ha hecho saltar por los aires.
Para Lars Heikensten, hay que parar el golpe lo antes posible. «Mientras los suecos han entendido la diferencia entre la Academia y los diferentes premios Nobel», los extranjeros tienen tendencia a «confundirlos», dice alarmado. Que la Academia deje de entregar un premio ya es una pesadilla para este guardián de la marca Nobel. Pero aún es peor que sus errores mancillen la imagen de los otros premios (medicina, física…), otorgados por otros jurados y con los que no tienen nada que ver. «Así que no habrá Premio de Literatura mientras la Academia no recobre su credibilidad», afirma.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? El annus horribilis empezó en noviembre de 2017 con un artículo en el diario Dagens Byheter. Bjorn Wiman, responsable de las páginas de cultura, sabía que lanzaba una bomba, pero no sospechaba su magnitud. En el primer artículo firmado por Matilda Gustavsson, 18 mujeres acusan a Jean-Claude Arnault de violación y acoso. «Sus testimonios no iban contra la Academia, pero éramos conscientes de su carácter explosivo».
A una académica se la acusa de filtrar los nombres de los premiados. Esa información pudo utilizarse para ganar dinero con los corredores de apuestas
El acusado es un francés de 71 años que vive en Suecia desde hace medio siglo. Es marido de la académica Katarina Frostenson y dirige con ella el Forum, una sala underground de la capital financiada por la institución Nobel. Algunos de los tórridos hechos de los que se lo acusa habrían tenido lugar en un apartamento en París propiedad de la Academia. A Arnault también se lo acusa de influir en la elección y de revelar nombres de los premiados antes de ser oficiales, según The Guardian, para manipular las pujas de los corredores de apuestas.
Arranca el desastre
El periodista Wiman afirma que «todo comenzó con acusaciones muy graves», pero que el asunto se ha ido de las manos por «la incapacidad de los académicos». Para él, la Academia es culpable de impunidad y el prestigio del Nobel de Literatura ha contribuido al «endiosamiento» de algunos de sus miembros.
Los académicos se reúnen todos los jueves. Durante la sesión después del artículo bomba, el 23 de noviembre, la Academia toma cartas en el asunto: rompe con el Forum y le suspende su subvención anual: 126.000 coronas (unos 12.000 euros). En un esfuerzo de «transparencia», revela que «varias académicas, mujeres e hijas de académicos y personal administrativo también han sido objeto de intimidad indeseada y tratamiento inapropiado».
El primer acto del culebrón
La protagonista del primer acto es la secretaria perpetua de la Academia, Sara Danius, que contacta con un despacho de abogados para que realice una investigación interna. Esta profesora de Literatura de 56 años es miembro del círculo Nobel desde 2013 y secretaria perpetua desde 2015. Algo excepcional para una mujer. Su estilo desagrada a muchos. No quiere dejar que el asunto se pudra. «Frente al peligro, actuó como un ejecutivo, rápido y resolutivo, a la inversa de lo que acostumbra la Academia», constata Wiman.
Días más tarde, el 10 de diciembre, el escritor Kazuo Ishiguro recibe el Nobel de manos del rey Carlos Gustavo en el escenario habitual de la Konserthuset de Estocolmo. La bella ceremonia hace olvidar la tosquedad de su predecesor. En 2016, Bob Dylan había dado la espalda a las celebraciones. Para Bjorn Wiman, esa elección ya fue un síntoma de la decadencia que aquejaba a la institución. Al premiar al cantante americano, los académicos se habían mostrado como vulgares «cazadores de selfies», afirma.
La noche en la que Ishiguro recibe el premio, Sara Danius toma la palabra: evoca a Selma Lagerlöf, monumento de la literatura sueca y primera mujer que entró en la Academia en 1914, y a Sigrid Danius, su abuela sufragista, y anuncia «un otoño que quedará para la historia». El silencio en la sala es atronador.
Segundo acto del culebrón
Este se abre a comienzos de 2018. El protagonista esta vez es el académico Horace Engdahl, de 69 años, secretario perpetuo de la Academia entre 1999 y 2009. El 25 de enero, Engdahl, furioso, delante del resto de los académicos trata a Sara Danius de «inquisidora». Exige que su propio testimonio sea suprimido del informe de investigación interno y pide el regreso de la académica inmersa en el escándalo, Katarina Frostenson, ausente desde el 21 de noviembre. Un dato: Horace Engdahl es íntimo amigo del presunto violador Jean-Claude Arnault.
Sin embargo, en un programa de la radio pública sueca, emitido el 18 de agosto, Sara Danius afirma que, cuando tomó sus decisiones, tenía el apoyo de todos los académicos. Y también el del antiguo secretario permanente, que incluso la había felicitado el 23 de noviembre por la noche con un mensaje de texto. «Te has manejado muy bien. Quizá sobrevivamos después de todo. Saludo cordial».
Y la pelota crece
El 21 de febrero de 2018, las conclusiones de la auditoría se dan a conocer a los académicos. Nada indica que Arnault haya manipulado la elección de los premiados con el Nobel, pero los abogados critican la «inacción» de los académicos, alertados desde 1996 por una artista que acusó a Arnault de haberla forzado a tener una relación sexual. El informe desvela también que su mujer, Katarina Frostenson, posee la mitad de las acciones del Forum, algo que no había declarado nunca, y que la Academia le paga un alquiler anual. Al constatar un conflicto de intereses, los abogados sugieren resolver el problema ante un tribunal. Cualquier organismo sueco habría acatado la sugerencia, pero la Academia «se cree por encima de las reglas que se aplican a la sociedad», lamenta una escritora.
¿Y por qué debería ser de otra forma? Desde 1786, los académicos actúan sin ningún control externo. «Suecia es una democracia moderna, pero también es una monarquía que no ha conocido una revolución. Sobreviven pequeños residuos del siglo XVIII», estima el filósofo Hans Ruin.
Independiente del Estado, la Academia no rinde cuentas a nadie. Ni siquiera sobre su patrimonio, que habría alcanzado un valor de cuatro mil millones de coronas (cerca de 400 millones de euros). Los académicos lo gestionan con total libertad y en el mayor secreto. Además del Premio Nobel, conceden cerca de 70 premios y becas, por un valor de 17 millones de coronas, sin contar innumerables subvenciones. La Academia se ha convertido, de esta forma, en un pilar de la cultura sueca. «Todo escritor o traductor serio ha recibido, en algún momento, su sostén financiero», asegura la ensayista Gabriella Hakansson (una de las 18 mujeres que testificó contra Arnault).
Para el intelectual Göran Greider, esta es solo una parte del problema. Se acuerda de una época, en los años setenta y ochenta, en la que «nadie se preocupaba de la Academia». Y entonces el mercado editorial cambió. «La novela negra y los best sellers coparon las ventas. A los autores de la literatura de calidad solo les quedaba la ayuda de la Academia».
La institución se convirtió en un órgano de poder a quien mucha gente le debía favores. Göran Greider confiesa, entre risas, haber recibido un día, sin entender por qué, un cheque de cien mil coronas. «No trabajaba sobre ningún proyecto específico en esa época». En esas condiciones, la crítica se convierte en algo casi imposible…
Se hacen llamar Los Dieciocho (así, en mayúsculas). Son elegidos de por vida. Seis de ellos se han retirado por los escándalos; otros dos se han visto obligados a hacerlo
En su día ya hubo diversos escándalos: artículos que denunciaban los apartamentos alquilados por conocidos y familiares a cambio de casi nada; las amenazas de un académico que contaba a otro cómo quería «destruir» a un traductor de chino… Pero las cosas no fueron más allá. No hubo dimisiones. «Los académicos se pueden reír de los escándalos, puesto que son inmortales…», observa Bjorn Wiman. Sin embargo, la máquina se ha colapsado.
¿Es por la gravedad de las acusaciones? ¿Por la ola del #metoo? El origen es la falta de aire en una habitación demasiado estrecha, en la que todos los académicos se conocen demasiado bien (se han nombrado unos a otros por cooptación y a diez de ellos los publica el mismo editor) y donde los rencores se han acumulado. La válvula ha terminado por estallar.
El tercer acto se abrió el 6 de abril pasado
«I’m leaving the table, I’m out of the game!» (‘Dejo la mesa, estoy fuera del juego’), escribe el novelista Klas Östergren para anunciar su dimisión. De pronto, tres miembros tiran la toalla. La víspera, una mayoría de académicos había votado contra la marcha de Katarina Frostenson. Los dimisionarios quieren fustigar con su renuncia los pequeños arreglos entre amiguetes. La imagen de una cofradía impermeable se refuerza la semana siguiente, cuando Sara Danius anuncia públicamente que sus colegas la han relevado de sus funciones de secretaria perpetua y que ella también dimite. Su sustituto, Anders Olsson, intenta calmar las críticas revelando que Katarina Frostenson ha aceptado «renunciar» a su sillón. No importa. El 28 de abril, la escritora Sara Stridsberg también se marcha.
El rey va a tener que mediar para desatascar el conflicto. Sea cual sea su decisión, será controvertida y podría afectar a la monarquía
En Suecia, centenares de mujeres se fotografían vestidas con una camisa con chalina, en solidaridad con Sara Danius. Cerca de dos mil personas se manifiestan ante la Casa de la Bolsa, el jueves siguiente a su despido, lo que fuerza a los académicos a trasladar su reunión a otro lugar. El antiguo secretario perpetuo, Horace Engdahl, se convierte en el hombre más detestado de Suecia. La situación se convierte en un culebrón en las semanas siguientes, cuando su exmujer, Ebba Witt-Brattström -profesora de Literatura y figura del feminismo-, cuenta a los medios que su matrimonio murió el día en el que Engdahl se unió a la Academia, «un bastión del patriarcado cultural. No se ha cambiado su cama maloliente desde 1786»…
El cuarto acto está pendiente
El último acto se anuncia como una pelea entre lo que queda de la Academia y el rey Carlos Gustavo. A principios de mayo, el soberano modificó el reglamento para poder reemplazar a los dimitidos. Hasta entonces, los académicos conservaban su sillón de por vida. Pero de los dieciocho ya no quedan más que diez. Y el reglamento estipula también que cada nuevo miembro debe ser elegido por al menos doce académicos. Un punto sobre el que esta vez el rey no parece dispuesto a ceder. La situación parece irresoluble. Especialmente porque el monarca corre un gran riesgo. Según Lisa Irenius, jefe de cultura del periódico Svenska Dagbladet: «De golpe, el poder del rey es objeto de debate». Limitado habitualmente a una función honorífica, el rey aparece ahora como responsable del futuro de una de las instituciones más prestigiosas del reino. Sea cual sea su decisión, será controvertida. Y la monarquía podría verse afectada.