El día que Iván montó en cólera
No está acostumbrado al reproche, la crítica, el rechazo. Menos aún a que le lleven la contraria o a que le ninguneen. Iván Redondo (39 años, Guipúzcoa, licenciado en Comunicación por Deusto) ha sufrido estos días unos infrecuentes cabreos, breves arrebatos de cólera según algunos, que han llamado poderosamente la atención. Redondo, primer ministro del Gobierno del presidente Sánchez, es un hombre de talante apacible y maneras suaves, austero en la sonrisa pero de mirada serena, que raramente exterioriza signos de irritación. Como en buen ajedrecista, la tensión va por dentro.
Afronta Iván estos días alguna contrariedad fruto de la puesta en marcha de su proyecto para controlar el contenido editorial de los medios. Se trata de una iniciativa controvertida que ha provocado una templada tormenta entre algunos profesionales, ciertos políticos y un par de jueces que pasaban por ahí. El gurú de Sánchez da siempre por hecho que sus medidas serán recibidas con agitación y turbulencias, dado lo disparatado e inasumible de casi todas ellas, entre el totalitarismo y la autocracia. En cuanto esto ocurre, en el momento en que estalla la tormenta, lanza otra idea aún más controvertida y atrabiliaria que disipa la anterior, como bien explicaron aquí Guadalupe Sánchez y Álvaro Nieto. Es una estrategia de bombas de racimo que tapa unos reproches con otros. Los atropellos se suceden, los decretos se relevan, las disposiciones se enlazan sin solución de continuidad, sin apenas darle tiempo a la opinión pública a desentrañarlas, diseccionarlas y, en suma, frenarlas. Se asumen como si tal.
Regusto a franquismo
Ahora, sin embargo, las cosas han sido distintas. El jueves 5 de noviembre vio la luz en el BOE lo que los propagandistas de La Moncloa bautizaron como ‘Procedimiento de Actuación contra la Desinformación‘, valga el ripio, la redundancia y la espantosa prosodia, artefacto tras el que se oculta algo tan simple y elemental como un intento por controlar y maniatar la libertad de expresión y de información. El ‘Ministerio de la Verdad’ lo llama ya el sector de la sociedad que aún es capaz de escandalizarse.
No todo el mundo celebró con entusiasmo tal ocurrencia, con cierto regusto amargo a la oficina siniestra del Ministerio de Información del franquismo, o a los cancerberos de la libertad que por Rusia o Turquía abundan. Por no hablar de Orwell, tan citado estos días en nuestra pesarosa actualidad que ya casi es de la familia.
Hubo críticas, en efecto, que La Moncloa intentó disipar con su mentira favorita. «Es cosa de la UE», decían algunos ministros, voceros, tertulianos del régimen y cacatúas de Ferraz. Argumento tan falso como el del IVA de las mascarillas, que esgrime con feliz desparpajo la ministra de Hacienda, musa de falsedades y portavoz de todos los embustes.
Era el segundo aviso de Bruselas. Ya había mostrado su perplejidad ante el intento de tomar al asalto la cúpula de los jueces, en otra sorprendente escaramuza que por cierto aún aún sigue viva
El caso es que los sensibles detectores de arranques totalitarios que tienen instalados en Bruselas lanzaron una señal de alarma. Un portavoz de la Comisión advirtió que mucho cuidado con aprovecharse del estado de alarma vigente en España hasta mayo para colar de rondón medidas que pretenden cercenar libertades y acogotar principios democráticos. Era el segundo aviso de Bruselas. Ya había mostrado su perplejidad ante el intento de tomar al asalto la cúpula de los jueces, en otra sorprendente escaramuza que, por cierto aún aún sigue viva.
El pescozón de las autoridades europeas apenas molestó Redondo. Mera palabrería, burocracia bruselense, los aspavientos de rigor que incluso luego fueron matizados con un fraseo comprensivo y diplomático. La ofensa y, por ende, la irritación de Iván vino del lado de los directamente aludidos, es decir, de los medios y muy en particular, de un par de los considerados ofuscadamente sanchistas, descaradamente gubernamentales y repugnantemente serviles con el poder. Una tele y un diario, intachables en su enconada defensa de los postulados del poder, deslizaron tibiamente alguna inquietud ante estos propósitos del Ejecutivo. Telefonazos, indignación y advertencias fueron la respuesta airada desde Moncloa. Hasta ahí podíamos llegar. Cuando Iván ordena que se le lustren los zapatos, hay que tener la lengua presta para hacerlo. Sin pestañeos ni bobadas.
Para redondear el enojo del Rasputín de La Moncloa, emergieron con vocación de necedad algunos disparatados comentarios en boca de unos cuantos ministros, que apenas distinguen un decreto de un orto, y que se empeñaron en justificar la medida. «Estos maulas no saben ni atarse los zapatos y pretenden explicar lo de la la desinformación», comentan en el entorno más próximo a Iván. Unos decían que es para frenar a los rusos, otros que para que la gente no beba lejía; el más bobo de todos, el petit Garzón, aseguraba que «mucha gente se cree las mentiras y las mentiras se convierten en lo más votado», lo que se entendió, naturalmente, como una crítica tan torpe como acerva al taimado Sánchez, rey del embuste y quintaesencia de la falsedad.
Se lo tragan todo. La alarma eterna, el tramposo Simón, el asalto a la Justicia, a RTVE, al CIS, los pactos con Bildu, los indultos a los golpistas, el atropello a la Corona, las ofensa al Rey, las colas del hambre y hasta los 60.000 muertos»
Si la ira, como decía Aristóteles, es «el deseo de devolver un sufrimiento», es muy posible que petit Garzón, la princesita Laya, y los sumisos comunicadores se hayan llevado el mayor impacto de la furia de Iván. Poca cosa. Un rapto colérico y pasajero, nada que le llevara a mostrar, como en el ejemplo de Séneca, «un rostro amenazante, una torva faz, un color demudado, una vehemencia en la palabra, una mirada centelleante», acompañado todo ello de «bramidos y gruñidos retorcidos en el hablar». A tanto no llega.
Iván Redondo, cuentan en ese círculo infernal de la oficina de Presidencia, se mosqueó un poco. Cierto que bordeó la ira, también. Pero se le pasa rápido, al fin y al cabo sabe que hasta los más críticos se tragarán raudo su feliz ocurrencia de homenajear la censura franquista con su artilugio tramposo. Se lo tragan todo. La interminable alarma, las mascarillas truchas, el asalto a la Justicia, a RTVE, al CIS, al BOE, los pactos con Bildu, los indultos a los golpistas, el destierro del castellano en Cataluña, el atropello a la Corona, las ofensa al Rey, las colas del hambre, las burlas republicanas del moños y hasta los 60.000 muertos. Una sociedad entre anestesiada y aterrorizada de la que ni Iván ni su presidente tienen nada que temer. Tan sólo alguna salida de tono, una mínima recriminación que le provoca una comedida ira, un mero desahogo profiláctico y banal. Esto se arregla con un par de vacunas de Pfizer, el nuevo señuelo de Moncloa para hipnotizar idiotas.