El dilema de las remesas a Cuba
'En Miami, la industria de las remesas y los viajes ha creado una estructura paracastrista, con una notable fuerza económica y capacidad de movilización política.'
La campaña para cortar las remesas a Cuba nos enfrenta a un dilema moral. ¿Para no llenar el bolsillo de la dictadura debo dejar que pase hambre mi madre? ¿Puedo sacrificar mi corazón en el altar de mi conciencia?
Tres meses sin remesas ni viajes familiares, por dar un plazo, pueden alterar dramáticamente el contrato social adentro de la Isla. Toda vez que nuestro dinero es el fiel de esa balanza. Como dijo Alejandro Ríos: sin Miami no hay país.
De ahí que la lógica de la campaña sea impecable. Si EEUU declarara un bloqueo total a Cuba, empezaría por cortar remesas y viajes. Gracias a nosotros, la desesperación no llega al baño de sangre. Aliviando el hambre y la escasez de la familia contribuimos a la estabilidad de sus opresores, ayer los nuestros, a fin de que perpetúen la opresión.
Para la dictadura es la extorsión perfecta. Mientras más cubanos de este lado, mejor. Según cifras del pasado año de Havana Consulting Group, las remesas superan los 3.500 millones anuales. Ese dinero paga comida, transporte, negocios, casas, electricidad, entretenimiento, en fin, los servicios y bienes de la vida diaria controlados en su mayoría por el Estado o la oligarquía castrista, que no es igual pero es lo mismo.
En Miami, la industria de las remesas y los viajes ha creado una estructura paracastrista, con una notable fuerza económica y capacidad de movilización política, sobre todo en períodos electorales. Dependientes de una licencia de la dictadura para negociar con la Isla, las agencias de viaje son susceptibles de actuar en la recolección de información, realizar sondeos de opinión y mover bajo cuerda importantes sumas de dinero, entre otros quehaceres. Así como no verás allá un cuentapropista en la oposición, tampoco verás aquí a un agenciero. Las licencias, como las calles de Cuba, son de Fidel.
El amor a la familia expone a una doble explotación. Primero, está lo que se paga aquí en trámites caros y redundantes para traer de visita a un pariente o visitar el país natal. Luego, allá, están los precios inflados de los productos, las abusivas tarifas de cambio, el insaciable entramado de la corrupción oficial y no oficial, y otra ronda de trámites caros y redundantes. Siempre bajo la ominosa noción (una insoslayable vocecita alojada en lo profundo de tu cerebro) que no deja de advertirte: si afuera no te portas bien no te dejan volver a entrar, y si adentro te portas mal hasta pueden no dejarte salir.
Atado al sagrado lazo de tu sangre, la dictadura te obliga a seguir viviendo en libertad con un doble registro ético. En un artículo publicado en estas páginas, mi admirado amigo Vicente Echerri expone que es tan inmoral financiar a la dictadura como exigir, en aras de una iniciativa política, la cancelación de ese socorro filial. «Nuestro compromiso personal con los que queremos en Cuba», dice, «terminará siendo el único nexo sustantivo que permanezca en medio de esta gigantesca catástrofe».
En menudo debate se ha metido Echerri. La avalancha de opiniones a su artículo prueban cuán compleja se hace nuestra relación con un pueblo tomado como rehén. Un pueblo que, para muchos exiliados, se va diluyendo en la abstracción. Pienso que es un debate insoluble en las actuales circunstancias. Lo principal es resistir nuestra tentación nacional de legislar apresuradamente sobre la conciencia del prójimo.
De todas las discusiones en torno a la campaña, me queda la constatación del deterioro de ese fundamental nexo sustantivo del que habla Echerri. Ya hace décadas que Miami no se mira en Cuba, sino Cuba en Miami. Hemos dejado de recrear lo perdido para crear en una nueva dirección. La nostalgia ha dejado de empañar una realidad que no cesa de construir su futuro. Los que vienen nos aportan menos cada día. Se hace difícil, cada día, reconocernos en los que se quedan.
Acaso sin desearlo, los organizadores de esta campaña han abierto el cauce a la expresión de un malestar. Que siga el debate, sin temor al dilema.