El drama venezolano

Mientras Nicolás Maduro sigue recurriendo al lenguaje belicista para justificar la ruina económica en la que se halla sumido el país que dirige, los venezolanos se encuentran en una situación de precariedad material absolutamente injustificable en la que, por sus recursos naturales y humanos, debería situarse entre las principales naciones de Latinoamérica.

A esas personas obligadas a guardar horas de fila para comprar productos de primera necesidad o que tienen que cerrar sus negocios porque no llegan los suministros —como la emblemática heladería Coromoto, por falta de leche— no es necesario que el Gobierno les confirme finalmente, tras varios meses de silencio, lo que ellos ya sabían: que el PIB se ha desplomado y que Venezuela ostenta el dudoso honor de ser el líder mundial en inflación con el 64% anual.

Con este panorama resultan poco más que ejercicios de retórica vacía las afirmaciones del mandatario venezolano sobre la “guerra económica” que vive el país o la elección de nombres orwellianos para los sucesivos equipos que tratan de lidiar con una situación económica catastrófica: el último es el “Estado Mayor de Recuperación Económica”. Además, a Maduro se le va agotando la lista de personas e instituciones a las que usar de chivo expiatorio. Con los principales líderes de la oposición democrática encarcelados o acosados sistemáticamente, ahora toca, de nuevo, a los sectores empresariales nacionales.

Si Maduro persiste en una permanente huida hacia adelante, caracterizada por el reforzamiento del autoritarismo en todos los campos de su régimen —social, político y económico—, llegará un momento en el que la reparación del daño causado no será cuestión de años sino de décadas. Venezuela se encuentra en una dramática situación en la que es imprescindible el consenso nacional, algo que pasa necesariamente por la liberación de los opositores y el regreso a los cauces democráticos.

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