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El Estado gruñón y la culpa de los ciudadanos

Enciendo la televisión. Ha sido un día difícil. Varios vecinos, empleados del Instituto Cubano de Radio y Televisión, están en cuarentena por el brote de coronavirus en esa institución, mientras que una muerte cercana nos dispara las preguntas. Pero en la pantalla no encuentro descanso. Los primeros minutos del noticiero suenan a regaño: los responsables somos los ciudadanos, nuestra indisciplina es la que ha descontrolado la situación y el dedo que busca un culpable se dirige hacia nosotros.

Los regímenes autoritarios se reconocen no solo por la represión y el excesivo control, sino también por la manera en que le hablan a la sociedad. Imbuidos de la pretensión de ser nuestros padres, los funcionarios cubanos no dejan pasar un momento para tratarnos como niños descarriados que hemos provocado con nuestra negligencia el actual repunte de covid-19 en varias zonas del país. Ha sido nuestra insensatez, según se infiere de su discurso, la causante de la actual situación. Hasta los muertos son amonestados a posteriori en los medios oficiales.

En esa oratoria del regaño no hay espacio para la autocrítica de los errores cometidos por las autoridades ni reconocimiento alguno de los escenarios propiciadores del covid-19, como las largas colas, el desabastecimiento y la crisis económica

En esa oratoria del regaño no hay espacio para la autocrítica de los errores cometidos por las autoridades ni reconocimiento alguno de los escenarios propiciadores del covid-19, como las largas colas, el desabastecimiento y la crisis económica que ya respiraba sobre nuestra nuca mucho antes de que se detectara el primer caso positivo al virus en el país. En esa política de la reprimenda solo hay un infractor y es el individuo que no ha seguido las orientaciones. El adverso contexto en que se mueve se borra de un plumazo y algunas desacertadas decisiones tomadas desde arriba también quedan multiplicadas por cero.

Bajo esa lógica del padre castigador, los gobernantes no tienen responsabilidad alguna en el cierre tardío de las fronteras ni en los llamados a los turistas internacionales que hicieran de la Isla un destino seguro cuando ya innumerables naciones se habían cerrado a cal y canto. La tardanza en suspender las clases, la demora en disminuir los actos oficiales de abanderamiento o arenga ideológica y el paso en falso de decretar una apertura en una ciudad que evidentemente no estaba preparada para iniciarla, de eso tampoco tienen «ellos» culpa alguna.

Ahora hay que oírlos sumar a la dura realidad que vivimos esta avalancha de amonestaciones, jalones de oreja y zapatazos mediáticos. Un discurso público carente de empatía alguna con una población muy lastimada y que evoca más a mastines ladrándole a una presa herida que a lo que deben ser las declaraciones de servidores públicos que velan por nuestro bienestar. Con ese tipo de arenga culpabilizadora solo están añadiendo incertidumbre y malestar a lo que es ya una tensa cotidianidad, además de mostrar muy poca sensibilidad ante el dolor de los que han perdido a un ser querido.

Tras diez minutos de regaños apago el televisor. El virus del autoritarismo también es muy peligroso.

 

 

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